lunes, 28 de junio de 2010

Opinión

Premio Nobel de
Literatura en 1998

«Yo no escribo para agradar ni para desagradar; yo escribo para desasosegar». José Saramago.

Aída Melina Martínez Rebolledo.

No puedo pasar por desapercibido el hecho de poder comentar sobre uno de los personajes de la literatura más leído en los últimos tiempos, que entre los numerosos premios que lo acreditan, fue haber sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1998; me refiero en definitiva al gran escritor José Saramago.
Hombre de pensamiento profundo e ideales concebidos desde la «izquierda», sin lugar a duda fue un hombre sensible con una hermética pasión hacia la justicia social.
Quien escribe estas líneas, tuvo la oportunidad de conocerlo, pero sobretodo de escucharlo leer… el Teatro Diana de Guadalajara, sirvió de escenario ante un público extasiado que se encontraba entre la palabra, el libro y el autor; y como ingrediente exquisito y suculento, los acordes de un violoncello ejecutado impecablemente por Jimena Jiménez Cacho.
Fue el actor Gael García Bernal (protagonista de películas como: Amores perros, y Tu mamá también, entre otras), el complemento perfecto para esta lectura a dos voces; ambos desgranaron varios capítulos en un resumen general de uno de los libros que para el año 2006 Saramago recién había publicado.
A continuación, les comparto el fragmento que dio inicio a aquella memorable noche, en donde por razones de seguridad e integridad del autor, sólo pudo saludar a su público en el lobby del Teatro Diana por un lapso mínimo de tiempo, mismo que para su servidora fue el tiempo necesario para saludarlo y dejar constancia a través de la imagen de tan maravilloso recuerdo.
«Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absoluto contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni si quiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante, que pasara un día completo, con todas sus pródigas veinticuatro horas, contadas entre diurnas y nocturnas, matutinas y vespertinas, sin que se produjera un fallecimiento por enfermedad, una caída mortal, un suicidio conducido hasta el final, nada de nada, como la palabra nada».
Descanse en Paz. José Saramago.

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