lunes, 19 de julio de 2010

Opinión

Entre la verdad y la ficción
conspiradores en la U.A.G.


Jorge Luís Falcón Arévalo*
Como preámbulo ante cualquier proceso electoral, siempre habrá aspirantes carente de toda ética; pero saturado de ambición y codicia por estar inmerso en las primeras planas de medios masivos, o su voz e imagen en cualquier aparato de televisión. De ello no hay duda. La debilidad del ser humano es natural ante estos patrones de los pecados capitales. Es normal, pero no clínicamente saludable.
Un aspirante nervioso, en el clímax de su perorata, manifestó en la Máxima Casa de estudios de Guerrero, que les mandaría a construir o a equipar un gimnasio. Actitud agradecida en su hecho; pero, ¿fueron consultados los universitarios? No, aquí los directivos administrativos de la institución, fueron la opinión, no la masa estudiantil. Por lo tanto el «voto cautivo» es de los funcionarios de la Universidad Autónoma de Guerrero. Es su fruto, su algarabía, su interés y ambición también. Esta es la opinión de un grupo reducido.
El gimnasio no es sinónimo de academia en su largo estricto entender por aprendizaje y cultura en esa institución colegiada a otras universidades. Por lo tanto no hay una opinión voto del universo estudioso. Más bien, los zalameros y marrulleros «maestros», de quienes daré sus iniciales, y son: Anselmo Sotelo, J: Nazario Vargas Armenta, Melitón Astudillo, José Luís Aparicio, Fernando Agüero Mancilla, Dolores Arturo Contreras Gómez, entre otros facinerosos de la educación, que buscan una posible posición en un puesto gubernamental; o, al menos mantenerlos en la nómina secreta del gobierno.
Con esta actitud estos embaucadores traicionan los principios morales de la Universidad. ¿Inmorales? Por supuesto que si. No se puede respetar a quien compromete el pensamiento universitario sin consultarlo antes. Ante esta voracidad de su podrido espíritu gandalla, servil, desleal y truculento estos personajeros de la universidad emiten sus «juicios» con base a estereotipos arraigados en su alma de servidumbre; llevan a cuesta su perfil burocrático e indolente y confunden su vida de carretonero y cachivachero, con la noble profesión de maestro o catedrático. De allí su inclinación a ser lacayos, solícitos intendentes y camareros con una ágil práctica de saber inclinar la cerviz al punto de ponerse «chinqueque» que relicariamente recuerdan jocosamente esa genuflexión.
Se observa el desliz de una quebradiza ética como una pronta y expedita impudicia, para ofrecer en «bandeja de oro» el espíritu libre y democrático, de una juventud cansada y hastiada de esquiroles y testaferros, que han usado la universidad para sus fines siniestros y perversos, ajenos a toda cultura académica, que para vergüenza y desgracia, allí anidan –como huevos de serpiente- tras un escritorio. *Librepensador sin.marca@gmail.com

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