miércoles, 8 de septiembre de 2010

Columna

Entre la verdad y la ficción

Jorge Luis Falcón Arévalo

EL ARTE DE ENGAÑAR. (O la idiotez ajena)
«Muchos gritan y discuten hasta que el otro calla. Creen que le han convencido. Y se equivocan siempre». -Noel Clarasó-
El biólogo James Watson, propuso la manipulación genética para curar la estupidez, pero no menciona si es conveniente curar la estupidez antes de realizar cualquier manipulación genética. Por sus constantes denuncias a la opresión de los indígenas americanos, el llamado Fray Bartolomé de las Casas fue acusado de enfermo mental y sus indios de idiotas que merecían la esclavitud, en algunos casos; en otros, la muerte. Ciertamente que sus crónicas y denuncias fueron aprovechadas para acusar a un imperio en decadencia por parte de la maquinaria publicitaria de otro imperio en ascenso, el británico.
Ya en los laboratorios se han realizado las manipulaciones en nombre de la ciencia, los «trastornos» genéticos para modificar no tan solo la raza humana, sino para lograr mejores entes, deformando la actual estructura que conocemos. Puede ser de orejas más prominentes, nariz modificada y boca y voz con nuevos decibeles. Eso debe ser un hecho. Es una realidad que la ciencia enfrenta y trastoca nuevos horizontes en pos de conocer la verdad del universo. Aunque para ello modifique; en tanto la religión retiene y vive de un pasado incongruente.
¿Ni Atila, Hitler, Díaz Ordaz, Mussolini, los romanos, los judíos, Hugo Chávez, los espartanos, Fujimori, los etarras, los nazis, los olmecas, los chichimecas, carecían de inteligencia ni de una alta moral de criminales? Por supuesto que no. ¿Qué te hace hacer el mal y qué no hacer el bien? Insospechada la propuesta, pero descarada la realización de estos dos valores en cada ser humano. Ahí tienen a Marcial Maciel Degollado, cura pederasta que por sus hábitos debiera ser un hombre de bien. Torquemada, otro ejemplo de la barbarie, pese a su ropaje.
Mientras el clero exigía -hoy sus exigencias y negocios son otros- limosnas de oro y plata; ellos ofrecieron limosnas de plegarias y rezos extraños para nuestra ancestral y cosmogónica cultura. La iglesia no es más que un sitio de lucro y negocio para los hombres de sotana. Porque Dios se haya en todas partes y no es necesario acudir a un templo para lograr las ansiadas plegarias o acusarte de pecador, para que tu limosna suene en el plato de las miserias de estos hombres que han hecho de la crucifixión su más amplio y redituable negocio. ¡Pobres masoquistas!
La historia de los pueblos debe cambiar como las políticas. Al politicastro le das tu voto y te retribuye láminas de cartón o una despensa de 24 horas, o la obra caprichosa que se le antoje. ¿No es barbárico? ¿Quién se deja sorprender? ¿Qué no hay más gente o pensantes que puede desenvolverse en las lides de la política con nuestro voto? ¿Necesariamente los que han lucrado con nuestros recursos económicos son los que deben seguir haciéndolo?
Lo que deja en claro que la estupidez no es feudo de ningún linaje.

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