miércoles, 15 de septiembre de 2010

Opinion

Las mentiras
del bicentenario
(Primera de 2 partes)
Isaías Alanís
                                                                                                   Al Emiliano por todas sus preguntas
Para empezar, habría que separar la diferencia entre conmemoración y celebración, y mejor intentar una reflexión meditada a raíz de los acontecimientos que vivimos hoy en día.
A doscientos y cien años de la independencia y revolución, respectivamente, el gobierno federal, que ha fallado en casi todo; la batalla contra el desempleo, la delincuencia, crecimiento económico, etc.., etc.; con la Comisión para la Celebración del Bicentenario, volvió a fallar gacho. Primero se nombró coyunturalmente a Cuauhtémoc Cárdenas, después de la andanada de violencia contra Andrés Manuel López Obrador por parte del gobierno atrabiliario de Fox. A la renuncia de éste se nombró a quién si sabe de esto, Rafael Tovar y de Teresa, ex Director del CONACULTA. Posteriormente a un mega desconocido, José Manuel Villalpando. Y de pilón las obras planeadas no se van a terminar. «El Arco del Bicentenario», que ya no resultó lo que dijeron sino una «Estela de Luz», que será terminada hasta el 2011. Mientras las obras de Porfirio Díaz perviven y son símbolos de la memoria histórica de los mexicanos: El Palacio de Bellas Artes, el Hoy Museo Nacional de Arte, antiguo recinto de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes; la Columna de la Independencia, el bellísimo edificio de Correos, el Hemiciclo a Juárez, la Estación Sismológica de Tacubaya, y dos mil edificios en diversas regiones de México. Hechos preferentemente por arquitectos e ingenieros mexicanos. Ahora para festejar el espíritu independentista de 1810, se contrató a un productor australiano como encargado de todo el mitote a un altísimo costo en millones de dólares, además de que es el dueño de los derechos. Lamento decir esto, pero no hay tal celebración ni tal conmemoración. Si entendemos que la identidad nacional en un país como México, repleto de identidades, que han sido excluidas de esta celebración como los pueblos indígenas de todo el territorio nacional, de por si excluidos del desarrollo, está en manos de ignorantes y fundamentalistas apócrifos capaces de mandar quemar la verdadera identidad del cura Hidalgo, como Alonso Lujambio, Secretario de Educación, que al ser entrevistado sobre el programa del bicentenario, tal parece que está hablando del cumpleaños de su hijita. Y excluir de la tradición una parte sustantiva, dadora de identidad cultural y de memoria histórica, pues no es sino sobre éstas que descansan, se revaloran; y permanece el andamiaje simbólico, plural de un país y sus referencias obligadas para progresar y transformarlo.
La Dirección de Comunicación Social del Gobierno Federal, y verdadera Comisión para el Bicentenario, la empresa Televisa, fusilándose anuncios comerciales de la Cervecería Modelo, sacó una serie de promocionales como exultación de la patria chica y sus bellezas, a un costó execrable para los gobiernos de los estados que melosos y sumisos erogaron tamaña cantidad. Y que a güevo ve la gente en horario triple equis. Mujeres bonitas con hermosos velos naranja, águilas en vuelo, guacamayas de colores, aguas verdes, cenotes amarillos, olas bermellón, todo digitalizado para apantallar aún más al espectador.
En este mínimo escenario inenarrable, el bicentenario ha sido un ejemplo de lo que no debería ser una nación en plena euforia conmemorativa de la violencia cotidiana. México, ni es independiente, ni revolucionario. El grave problema es que los indicadores de su memoria histórica hoy han sido secuestrados por un gobierno miope y bárbaro.
«La guerra de Independencia no fue una revolución, sino una contrarrevolución de las élites coloniales criollas. Es un mito decir que después de 1821 nació una nueva nación pues más bien se utilizó el corte administrativo heredado de los españoles borbónicos, el cual conjuntaba regiones poblacionales mucho más heterogéneas que homogéneas…». Pese a esta aseveración, los organizadores (si es que los hay) del Bicentenario le apuestan a cercenar la verdad histórica y a medrar con la identidad simbólica de los mexicanos, con implantes prestados y manidos.
Hasta este momento, basta con mirar la ropa que traemos puesta para comprobar la dependencia económica de los Estados Unidos. Con un rescoldo de memoria histórica, sabemos: La insurgencia de 1810, naufragó en las mismas aguas en las que se troncharía el movimiento armado de 1910, cincuenta años después con Miguel Alemán como mandatario modernizador y sibarita.
La revuelta emprendida por los criollos en contra de los peninsulares, gracias también a la revolución francesa, el parlamentarismo inglés y la independencia de los estados Unidos de Norte América. Movimientos sustentados en bases, filosóficas, económicas, sociales y culturales. También producto del expansionismo bonapartista y el declive del imperio español, mostró cuán lejos estaban los rebeldes de Guanajuato, de los consumadores de la independencia del imperio español, con la realidad histórica del pueblo mexicano en germen. Y la lucha subsecuente contra los estamentos de la nobleza y especialmente, de la iglesia, todopoderosa en las causas terrenales y celestiales, bajo la tiranía de un clero opresor y al servicio de los poderosos, como ahora, igualito.
¿Con la mezcla de gobierno panista-yunquista, el laicismo mexicano a dónde fue a parar? Si Juárez no hubiera muerto, como dice la canción, quién sabe a qué basurero lo abrían mandado las huestes angélicas de la ultra derecha mexicana, que tuvo en Carlos Abascal Carranza al representante celestial en la tierra de la república y futuro santo del panteón mexicano, abarrotado de númenes de patriotas beatificados por Juan Pablo Segundo, defensor y tapadera de pederastas y demonios escondidos bajo el manto de la fe católica. Ahora los políticos que nunca han leído los pormenores de la época juarista, al final de sus discursos melosos lo cierran con un, «gracias a dios y que dios los bendiga…». Ignoran que existe la separación entre la iglesia y el estado, otro de los lastres que la independencia no ha podido erradicar, ni las leyes de reforma, ni el laicismo apócrifo de Calles, mucho menos el partido emanado de la revolución que está a punto de regresar a los Pinoles. Y quién sabe.
Los avances de la rebelión criolla del ochocientos diez, catapultó al país en una ola de rencor contra los invasores y conquistadores, con la salvedad que los nuevos peninsulares y criollos, se agarraron a la mecha del poder con uñas, cañones y dientes. Dentro de una olla de cultivo, donde el México del norte, creció muy diferente al del centro occidente y éste a su vez del México centralista a contrapelo del sur y sur sureste, que quedaron en manos de caudillos o de empresarios-gobernantes, como fue el estado de Yucatán con los reyes del henequén y en Morelos y Puebla bajo la rienda ensangrentada de los barones del azúcar y sus derivados.

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