lunes, 27 de septiembre de 2010

Opinión

La UNAM a cien años de su fundación
Isaías Alanís
La Universidad Autónoma de México (UNAM), donde estudiamos en la década de los setentas, cumplió cien años. Curiosamente fue inaugurada por Porfirio Díaz, bajo la mirada severa de Justo Sierra. Un viejito calvo y chaparro de barbita de chivo, al que nos enseñaron a venerar en la escuela primaria. La escuela donde cursé la educación básica lleva su nombre y en cada salón y en la dirección había o hay una foto del campechano.
En la cátedra de filosofía mexicana con Abelardo Villegas, mi maestro, entendí por qué Don Justo Sierra fue uno de los grandes formadores de las instituciones culturales y educativas de México. Ante la mirada azorada de la ultra derecha que ha catalogado a los estudiantes de la UNAM, como el diablo en pelotas. Este año del bicentenario mitificado y lacrimoso a la usanza del telenovelón made in taravasa, también la UNAM, cumple años. Sin pasar por alto que su proceso se inicia a la caída del imperio de Díaz, y una vez consumado el movimiento revolucionario de mentiritas, tiene que pasar por diversas pruebas que pretendían arrebatarle su carácter laico, científico, humanista e universal. Es obvio que una generación de maestros y formadores de científicos, literatos y de toda clase de disciplinas, emergió de la Universidad, primero y después del Politécnico nacional, obra de Lázaro Cárdenas.
En 1933 con la ley orgánica se pretendió convertir a la UNAM en una entidad privada, eso le costó a la derecha encabezada por Gómez Marín, fundador del PAN salir corriendo de las aulas. Es hasta 1944 en que se aprobó la ley vigente hasta hoy. La historia de la UNAM, ha estado sembrada de libertades y de lucha constante. De huelgas, y de asonadas como la de 1968. El saber es el potencial de la nación. Y la UNAM, es el eje histórico donde gira la vida de México. Ciencia, tecnología, cultura, humanidades. El Centro Cultural Universitario, museos e instituciones de investigación que le han dado un lugar en la comunidad científica mundial.
Hoy, a cien años de su fundación, lo único que nos merece, es, decir, gracias por haber podido estudiar en sus aulas y compartir el espacio del conocimiento con maestros del tamaño de México, como amigos y guías: Ricardo Guerra Tejeda, recientemente fallecido, Adolfo Sánchez Vázquez, Fernando Salmerón, Leopoldo Zea, Luis Villoro, Concepción Caso, Luis Rius, y muchos más.
Y además del rigor académico, disfrutábamos de las tocadas en las «Islas», espacio lúdico donde una generación de estudiantes conocimos el olor de la sabiduría, la rebelión, el deseo y amor. El cine club de Filosofía, los cursos en Economía. La Casa del Lago. Las mujeres libertarias, de leotardo negro y sin sostén con las que compartimos el sueño de las utopías y la rebelión sexual sin trabas ni tabúes. Fuimos una generación de avideces.
De vicios: la lectura. Leíamos de todo y a todas horas. Hacíamos teatro, leíamos poesía en voz alta en plazas, centros urbanos y rurales. Creamos revistas y publicaciones. Bajo el brazo, nos acompañaba: Sartre, Joyce, Nerval, Camus, Baudelaire, Borges, Hegel, Kant, Marx, Engels, Neruda, Revueltas, Huidobro y los manuales de chinos sobre el amor. Escuchábamos rock y canto latinoamericano. Soul y Blues, a Dylan y Aznavour. A Billie Holiday de la que me enamoré sin conocerla cuando la escuché cantar: «My Man», y «What is this thing called love». Y las viejas canciones mexicanas: «La barca de oro», «La cárcel de Cananea, «Sol redondo», «El Barzón». Nos despertó a lo universal el Festival de Woodstock y el pequeño Avándaro que rebasó las expectativas.
Leíamos a la Familia Burrón y posteriormente a los Supermachos. Al Excélsior de Julio Scherer y Pepe Alvarado, a la revista ¡Siempre¡ y su suplemento puntual de cultura cuyo artífice, Fernando Benítez nos abrió los ojos por la cultura mexicana al lado de Carlos Monsivais y su acidez de cronista multifuncional y polivalente. María Sabina nos ungió con sus cantos anteriores al universo y descubrimos en el peyote la esencia de la sabiduría antes de Carlos Castaneda y la realidad aparte. Con Alen Ginsberg y Timothy Leary, cruzamos el umbral de las puertas de la percepción y con «Suzanne» de Leonard Cohen, nos sometimos al dolor del misticismo, repitiendo una estrofa que todavía me acompaña:
And you want to travel with her
You want to travel blind
And you know she’ll find you
For she’s touched perfec body, with her mind…
Y nunca nos imaginamos que cuarenta años después, los modelos a seguir por una generación de desempleados, sean: la Santa Muerte, Jesús Malverde, Caro Quintero o el «Jefe de jefes», que jóvenes y niños imitan, al no haber a la mano arquetipos de peso cultural, héroes, líderes sociales, y hoy se inclinen simbólicamente por personajes de narco corridos. Y que a cien años del movimiento armado que comenzó a caducar apenas se institucionalizó, la enseñanza de los avances de la UNAM en economía, ciencias sociales, los políticos de la década de los cincuentas los hayan tirado por la borda. Y que salvo algunas excepciones, no le hayan aprendido a don Porfirio, que le hizo caso a Justo Sierra. Hoy a los políticos les da tiña dialogar con un intelectual. Sólo los ocupan para la foto, o el halago vacuo.
A cien años de fundada la UNAM, en el territorio guerrerense, donde la violencia no para, los políticos cada vez más se alejan o nunca han tenido cerca a profesionales de la investigación social, intelectuales y pensadores. Técnicos y especialistas agropecuarios, a expertos en desarrollo sustentable. Tal parece que hay un desdén por la inteligencia local y el conocimiento. Tienen a lacayos, usureros y chupadores del presupuesto, vestidos de bufones.
Esperamos que los políticos de Guerrero, que estudiaron o no en la UNAM, durante este centenario, recobren el sentido social de la mecha universitaria, se dejen del canibalismo rural, de retórica barata, y se nutran de esa experiencia, como toda una generación de mexicanas y mexicanos que salieron de sus aulas a propagar y a beber de la inteligencia que da alas a la libertad y al compromiso social, y que se acerquen a pensadores y ciudadanos comunes, que con simple sentido común, obrarían mejor como servidores públicos que los mismos políticos profesionales, proclives al hurto, la corrupción y el nepotismo ilustrado con hermanos, amigos, parientes, amantes y entenados.
Y de paso que se consuma lo que el estado produce en materia de investigación, ahora que está cerca la celebración de los cincuenta años de la Universidad Autónoma de Guerrero, que por lo que se ve, en esta administración, le van apostar a la investigación y menos a la grilla que tanto daño le ha causado a largo plazo a la universidad para su desarrollo académico.

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