viernes, 11 de febrero de 2011

Columnas

Falconario
Jorge Falcón
EVODIO VELÁZQUEZ, MAÑOSO
«Forman la caterva de rufianes ahítos de maldad. Quieren beber sangre, aullarle a la medialuna y entregarle a Huichilopoztli la ofrenda de sus deseos: que se pudra el vencido», escribió Don Juan López García, en su artículo «Retorno», acerca del atropellado arribo después de una «batida de votos», de Don Manuel Añorve Baños, a la poltrona de la oficina del ayuntamiento del llamado «Parque Papagayo». Un regreso retardado, en una crónica entre lazos sangre y puya política.
El amanuence del Diario «Reforma», de entrada señala en la cuartilla: «Asunto tan sencillo, trámite burocrático, el derecho de Manuel Añorve a asumir la presidencia municipal, que le corresponde por mandato constitucional, algunas mentes mezquinas (los diputados Evodio Velázquez, Faustino Soto, Efraín Ramos y Sebastián De la Rosa que quieren dinero para solucionarlo) están convirtiendo en causa de Estado y materia de tragedia social...»
Bodrio; perdón Evodio, representante popular, sin que hasta el momento haya alguien que se sienta representado por éste zoquete; quien además presume ser -esto sin habersele conocido algún punto importante en su desempeño, como puede ser su ínclita intervención y aguda prestancia en la resolución del caso del esclarecimiento del asesinato del ex diputado local Armando Chavarría Barrera- presidente de la Comisión de la Comisión de Justicia del Congreso del Estado. ¡Moles Don Kuko, así de grande el paquete, para tan imberbe y mediocre legislador!
Evodio Velázquez Aguirre, quien tiene fama de dinerero, honra a Judas con su respirar, neófito de las leyes, farsante y mitómano ¡Ah chingá! ¿Tantos títulos? Pero además le honran con su parecido en actitud y aptitud el diputado Faustino Soto Ramos -misógino-, el legislador federal Armando Ríos Piter -embustero- y Arturo Martínez Nuñez -felón-. «Los pequeños Barrabás. Los Judas, los fariseos y los hipócritas rasgando sus vestiduras. Que se largue porque su sola presencia contamina el aire impoluto de los victoriosos», rubrica Don Juan López, su escrito, y el mío, también.
¡Ay Dios, tan finísimas personas que se ven!