martes, 9 de agosto de 2011

CCOLABORACION


Caída de Tenochtitlán
Apolinar Castrejón Marino
«A mí lo que no me gustan las matemáticas». «Como a mí que no me gustan las clases de inglés». «Pues a mí lo que no me gusta es la historia». Así debatían unos estudiantes de secundaria en estos días que retornan a clases para el año lectivo 2011-2012.
Sucede que la historia oficial está cargada de inconsistencias, de exageraciones y de contradicciones. En sus acercamientos con la historia, las mentes de los niños y jóvenes detectan «algo» que no pueden identificar, pero que les cuesta mucho trabajo incorporar a su criterio en formación….con gran esfuerzo.
La «historia patria» quiso exaltar los valores nacionales, los personajes sobresalientes, y los hechos extraordinarios que ha habido en el devenir de México. Con este propósito enalteció la mexicanidad a alturas desproporcionadas, hizo un directorio de héroes con características de semidioses y construyó epopeyas gloriosas.
Con tal proceder, consiguió exactamente el efecto contrario, una «historia increíble», un pasado que no tiene ningún punto de coincidencia con la actualidad. La historia patria es una densa maleza que nadie puede guardar en su mente…sin caer en la locura.En el Estado de Guerrero destacan historiadores de gran prestigio. La televisión local de Acapulco, presenta con cierta regularidad al cronista Alejandro Martínez Carvajal, quien gusta de narrar acontecimientos singulares y significativos del puerto. Es dueño de una memoria prodigiosa, que le permite citar fechas y nombres con asombrosa precisión.
Lamentablemente, la gente que ve la televisión, solo ve a un viejecito que vocifera y hace muchos ademanes, y que habla de gentes que no conoce, y de hechos que no le interesan en lo mínimo. La gente llega a pensar que no está «en sus cabales» y se ve tentada a hablar por teléfono al asilo para que vayan por él.
El maestro Jaime Salazar Adame se presenta ocasionalmente en algún simposio o coloquio, en donde da a conocer lo más importante de su quehacer intelectual y de historiador. Es un académico muy fino, muy discreto y muy tolerante con el público. Sabe expresar con gran claridad los acontecimientos pasados, y su relación con nuestro presente.
Es muy extraño que no haya partidos políticos que lo hayan «detectado» como posible candidato para algún puesto de elección popular, ya que tiene gran presencia, y tiene gran conocimiento de la situación del estado. Muy distinto de su hermano Florencio, que ha hecho muy mal papel en la «política».
Volviendo a la historia oficial de México, queremos referirnos al pasaje llamado «La Caída de Tenochtitlán». Primero diremos que involucra a una cultura que se ha querido imponer como la más representativa, Los Aztecas… aunque sobran referencias de que llegaron de tierras lejanas y desconocidas, y que eran odiados y temidos por todos sus vecinos.
Evidentemente, nadie podría creer que Tenochtitlán haya sido conquistado por los 300 soldados viejos y viciosos que acompañaban a Hernán Cortés. La conquista fue posible gracias al odio contra los aztecas. La caída y destrucción de Tenochtitlán, que entonces tenía medio millón de habitantes y que celebramos (¿?) el 13 de agosto, es el resultado de un levantamiento multitudinario, contra la opresión.
La versión escolar según la cual «México fue conquistado por una potencia extranjera» es infantil, ridícula y hace daño. Los aztecas habían llevado la humillación de sus pueblos súbditos a extremos de ferocidad que nunca alcanzaron ni los nazis. No fueron los españoles, sino indígenas los miles de guerreros que tomaron Tenochtitlán y la arrasaron con el odio y la furia de quienes había sido humillados largo tiempo.
El señor de Cempoala le ofreció cientos de soldados a Cortés, y lo mismo hicieron otros señoríos. Ixtlixóchitl dice que por donde pasaban los españoles y sus aliados indígenas «los naturales los recibían con mucha alegría y regocijo sin ninguna guerra ni agresión».
En escasos cien años de vivir en Tenochtitlan, los aztecas habían logrado acumular tal odio entre los pueblos vecinos, debido por ejemplo a los costales de orejas que debían entregarles sus vasallos, en señal de sumisión y sometimiento. Izcóatl, a quien se puede llamar el primer rey azteca, había ordenado quemar la historia y reescribirla a su gusto.
A ningún rey Azteca le gustaba la historia como estaba relatada en los códices de los pueblos que habitaban el valle mucho antes que ellos, pues el pueblo azteca no aparecía en tales relatos, así que no dudaron en ordenar la quema de códices porque «dicen muchas mentiras».
Acamaplixtli impuso con saña el más despiadado y lacerante impuesto: el de la sangre. En la confrontación que tuvieron los aztecas contra los tlaxcaltecas, y después de un largo sitio y asedio, los tlaxcaltecas se rindieron a los guerreros aztecas. Entonces el soberano buscó el pero castigo para sus opositores, y se le ocurrió el mito genial de «La necesidad de alimentar al sol».
Según la voluntad del rey azteca los tlaxcaltecas debían dedicar parte de su tiempo a captura hombres para destinarlos a alimentar a Quietzalcóatl con su sangre. Así se estableció la necesidad cósmica del sacrificio humano, en cuyo nombre se realizan las más grandes atrocidades. Mito que parece estar inspirando a Felipe Calderón para continuar con el baño de sangre de más de 50 mil muertos.

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