lunes, 3 de octubre de 2011

COLUMNA

La Jaula de Dios

Jesús Pintor Alegre

Dos de octubre de 1968, una fecha inolvidable sin duda por la matanza de Tlatelolco, donde se contaron los muertos por cientos, aunque los números oficiales hablan de sólo 50, vivió ayer una fecha más para recordar, por lo que en muchas partes del país, incluyendo a Chilpancingo, hubo pronunciamientos, discursos incendiarios, lágrimas, arengas… y vandalismo.
Adolescentes y niños sueltos de la mano de sus padres, y bajo el argumento de querer vivir su propia vida y no aprender de la ajena, se agruparon ayer, con una lavada de cerebro ya previamente aplicada, y de esa forma, luego de grafitear la alameda «Granados Maldonados» en el evento del Frente de Masas Populares de Guerrero, se soltaron por las calles céntricas.
Los porros universitarios llevaron la batuta, soltaron su furia en una imagen de repudio a la oligarquía y al batallón Olimpia de Gustavo Díaz Ordaz, ejecutor directo de los jóvenes estudiantes de la UNAM y del IPN, aunque en esta ocasión como en años anteriores inmediatos, los jovencitos y niños de hoy, ni siquiera supieran el motivo de los desmanes en los que se vieron involucrados.
De esa forma causaron daños a establecimientos privados y de gobierno. De acuerdo a la versión oficial, fueron 17 semáforos destrozados, grafitearon edificios públicos y áreas recién remodeladas, destrozaron vidrios de dos bancos, una tienda departamental propiedad del anterior gobernador, Zeferino Torreblanca Galindo, que inclusive fue saqueada.
A fin de cuentas, 38 jovencitos y niños, fueron detenidos por la policía municipal, y les aseguraron 20 botellas de bebidas alcohólicas, 10 cajetillas de cigarros, refrescos y golosinas, una pelota de beisbol y palos… pero los verdaderos porros, se les escaparon a los uniformados. Es decir, las verdaderas mentes vandálicas, se les fueron o los dejaron escapar.
Y con esos 30 adolescentes y niños de hasta 10 años de edad, la policía marchó a barandillas. Unas dos horas más tarde de su detención, llegaron los padres de esos muchachos, quienes con gritos de arrebato, exigían su liberación. A cada oportunidad lanzaban amenazas de ir a Derechos Humanos para exponer su queja, buscarían al mandatario estatal, entre otros amagos.
… Es posible que esos jovencitos detenidos, ni idea hayan tenido de lo que hicieron, quizá se adhirieron a lo que supusieron diversión, y se soltaron el pelo, como se dijo antes, sueltos de la rienda familiar. Aquí, independientemente de que si conocen o no el significado de esta fecha, lo que sobresale es el resultado de una sociedad decadente.
La furia con que destrozaron los inmuebles, para esos chamacos fue soltar la energía que les bulle por dentro, esa que sólo la juventud posee… esa energía fue encauzada para dar rienda suelta a su capacidad motora, y todo el vigor que les indica que están vivos y que disfrutan de esa vida… sin embargo, lo hicieron bajo un acto por demás condenable.
Es cierto, los muchachos mostraron su vitalidad, pero también la indiferencia de sus padres. Luego entonces cabría hacer la pregunta: ¿el padre o la madre siempre saben dónde anda su hijo?, la pérdida de valores es galopante. Ayer mismo esos padres de familia que exigieron la pronta liberación de sus hijos, sólo refuerzan este mundo de la depresión.
Al salir libres, con toda seguridad, sería para mandarles el mensaje de que lo que habían hecho, estaba bien hecho, y que a la próxima, se pusieran más vivos para no ser detenidos. Es de resaltar entonces, que la misma familia es la que encamina a delincuentes potenciales, les da forma, y al rato, vienen los lamentos y los golpes de pecho.
Es claro que andamos a la deriva, es claro que no hay congruencia, también. No se puede exigir que el gobierno resuelva los problemas que la misma sociedad tolera y alimenta, ¿de qué sirve darse golpes de pecho después de haber creado a un monstruo?
Allí los casos patéticos de los diputados, los que dicen preocuparse por la ciudadanía, pero que en corto y en lo oscurito, aunque lo nieguen, hacen tratos con la gente del poder, y negocian, se arman de ese dolor que penetra hasta lo más profundo de su ser, pero que se lo aguantan, como seres fieles de la paradoja viva.
La fecha del dos de octubre quedó como una página más del desorden que vivimos, engañados por los cuadros y las figuras sicodélicas que nos bombardean por todos lados, de los que el pueblo se espanta, pero que él mismo catapulta para su propia desgracia. Aquí no cabe la pregunta: ¿y dónde está el gobierno?, sino ¿en dónde está la familia?
¿Realmente se quiere una mejor sociedad o se sigue jugando al ensarapado?, un acto triste y amargo que no se alegra ni endulza con nuevas constituciones, como la de Ángel Aguirre Rivero, y que habrán de presentar el legislador Porfirio Muñoz Ledo. Aquí lo que hace falta, sin duda, es que la familia recupere sus propios valores, algo que de cierto, se ha perdido en el vacío como concepto.

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