lunes, 7 de noviembre de 2011

COLUMNA

Reflexiones de ayer, de
hoy y… sobre las campañas

La política es una guerra sin efusión de sangre;la guerra una política con efusión de sangre.
Mao Tsé Tung.

Miguel Ángel Mercado Durán*/

La similitud entre los sistemas simbólicos de la guerra y la comunicación política no son obra de la casualidad. La competencia electoral vino a sustituir a la guerra en términos de la lucha por la expansión de ideologías y grupos de poder sobre recursos, en su mayoría, escasos. Hoy, las cruzadas no derraman sangre. Las batallas se dan en la mente y en los corazones de los electores. El terreno a conquistar es la percepción y el ejército son los simpatizantes y activistas que han depositado su confianza en un proyecto político. A ellos hay que hacerles llegar las armas, nuestro mensaje. Hemos convertido así, las palabras y las imágenes en armas de alto calibre. El botín ya no es botín, hoy es un voto.
Mao Tse Tung coincide de alguna forma con Karl von Clausewitz cuando dice que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». La comunicación política se trata de construir mayorías a través del diálogo, de la difusión creativa de ideas, antiguas y nuevas, a través de los medios de comunicación que las sociedades utilizan para informarse y entretenerse. Se trata de ganar la guerra sin sangre. Se trata de ganar sumando la voluntad de una mayoría dispuesta a confiar en el liderazgo de una persona o partido para la construcción de un mejor futuro.
En otras palabras, las campañas electorales y la guerra persiguen el mismo fin, pero con distintos medios. Al final del día, ambas pretenden llegar al mismo lugar: constituir la autoridad de un grupo –más a menos homogéneo- de personas, dentro de un territorio delimitado.
Por otro lado, la táctica y la estrategia son cosa diaria en la guerra y en las elecciones.
En ambos casos, el éxito o el fracaso de un general, o de un candidato, dependerá en gran medida de su capacidad para planear estratégicamente cada uno de sus avances hacia el objetivo final, así como las tácticas diarias que le permitan mantener el rumbo para no desviarse del camino.
Las diferencias tienen que ver primordialmente con las formas de conquista, así como con los territorios por conquistar. En una batalla, por ejemplo, se buscan posiciones para que la infantería ataque con ventaja a los ejércitos enemigos, por lo que, el territorio y su topografía juegan un papel fundamental. En tanto, en una elección, los espacios a ocupar no siempre son territoriales, más bien, la mayoría de las veces se trata de espacios en los medios de comunicación desde donde los candidatos tienen que bombardear a los electores con sus mensajes.
En este sentido, mientras que en la guerra el arma más potente es la fuerza, en las elecciones es el mensaje. El mensaje es como la pólvora. Puede ser utilizado en misiles o en revólveres. En la voz de un líder como Bill Clintón, Rafael Correa, Vicente Fox o Hugo Chávez y lanzado desde la montaña más alta de CNN hacia todo el mundo o en pequeños papeles impresos que se entregan mano en mano y se leen dentro de una comunidad específica que podría -como fue el caso del voto latino en Nueva York y Florida para las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2008- definir al presidente de la nación más poderosa del mundo.
II/IV
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Académico, Investigador y Politólogo Guerrerense.

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