martes, 15 de noviembre de 2011

PRINCIPAL DE PRIMERA PLANA

El Niño Dios que
cumple un siglo
-Texto y fotografías de Héctor Contreras Organista- El domingo 13 de noviembre de 2011, el reportero visitó a los familiares de doña Emilia Casarrubias viuda de Flores, en su domicilio de la calle Ignacio Manurel Altamirano número 14 de Chilpancingo.
Meses atrás hubo una charla con la familia, cuando se supo que en ese hogar había un niño Dios que hace un siglo, en 1911, la muy respetable señora doña Emilia Casarrubias había comenzado a venerar cada 24 de diciembre, uniéndose a la antiquísima tradición de las familias católicas de Chilpancingo que «acuestan al niño Dios» en sus hogares.
En aquel entonces hubo una charla con doña Celia Bello Vega, nuera de doña Emilia, y con el señor general brigadier don Guillermo Flores Moyao, su nieto. La señora Celia es nuera de doña Emilia, pues contrajo matrimonio con un hijo de ella: Jesús (Chucho) Flores, un gran ciudadano chilpancingueño. El general es el nieto mayor de la señora Emilia.
Esta ocasión, el reportero fue recibido nuevamente por ellos. Ahora ya, de manera directa el motivo de la visita fue para entrevistarlos sobre lo que nos parece un tema interesante, al cumplir el niño Dios su primer centenario de ser venerado en ese hogar, localizado en el centro de la ciudad de Chilpancingo.
Nos permitieron tomar algunas fotografías del niño Dios y de la familia, así como de doña Emilia Casarrubias. El niño está colocado en un nicho de metal dorado, sobre un altar. El resultado de la entrevista es el siguiente:
-Este día, domingo 13 de noviembre de 2011, me encuentro en Chilpancingo, en la calle de Altamirano número catorce, en una casa llena de mucho amor, de mucha tradición, de muchos recuerdos para quienes tuvimos la dicha de conocer a doña Emilia Casarrubias viuda de Flores. Vengo con la intención de platicar con su familia, particularmente con su nieto, el señor general don Guillermo Flores Moyao quien, a su vez, fue hijo de un muy querido y distinguido chilpancingueño, como lo fue don Marcial Flores Casarrubias, general de Ala. El fue piloto aviador, uno de los grandes personajes, orgullo del estado de Guerrero, don Marcial Flores Casarrubias.
General, en primer lugar a usted, a su esposa y a doña Celia, esposa de su tío don Jesús; a su hijo y a toda su familia, quiero agradecerles la hospitalidad que me brindan para que platiquemos un poco acerca de algo que es muy significativo para los católicos de Chilpancingo y que lo fue para doña Emilia, en lo particular: el niño Dios que cumple su primer siglo. Me da mucho gusto saludarlo.
«El gusto es mío, y me da también mucho gusto que nos entreviste a nosotros que nos criamos aquí, en esta casa, y tenemos recuerdos bonitos también de la época aquella en que mi abuelita hacía su nacimiento de toda la sala de la casa y ella ponía mucho cuidado, mucho interés. Tenía mucho juguete que iba guardando cada año y cada vez se hacían más los juguetes y más bonitos, más actuales, y me da gusto que nos veamos aquí. Yo estuve aquí hace muchos años, cuando era un niño, después un adolescente. Me fui de la casa buscando un porvenir al Colegio Militar, desde esa época venía yo nada más de visita en algunos años, cuando nuestra carrera, nuestras obligaciones nos lo permitían. Pero sí, la casa nos trae muchos recuerdos, la calle. Aunque ya no son iguales las casas, aquellas casas de teja que existían, pero nos acordamos todavía de muchos vecinos».
-Sí, general. Recuerdo que la casa de doña Emilia era de piedra, una casa muy hermosa, bien edificada, con techo de teja. Bajaba uno por unas gradas para llegar a la sala, y en esa sala, muy amplia, tiene usted toda la razón, porque la circunferencia se llenaba de heno, era el Nacimiento del Niño Dios y había muchísimos juguetes que su abuelita compraba, ella preparaba el Nacimiento y nosotros, siendo niños veníamos con los Pastorcitos. Era la única casa en que se cantaban completos los villancicos y letanías de los Pastores. Doña Emilia era una señora tranquila, cariñosa, tan bondadosa con los niños que nos regalaba aguinaldos hechos con papel de china de colores. Ahí ponía cañas, tejocotes, mandarinas, etcétera. Usted, general, ¿en qué año nació?
«Yo nací en el año 1933, a fines del año, en diciembre, y ya estamos grandecitos, ya llovió. En ese año nací y casi me crié con la abuelita Emilia».
-Su abuelito, ¿quién fue?
«Mi Abuelito fue Ángel Flores, pero yo no tuve la fortuna de conocerlo. A mi abuelita la conocí ya viuda. Mi padre también andaba en toda la república con su carrera militar, la carrera que nos obliga a recorrer casi toda la república durante muchos años. No tuve la fortuna de conocer al abuelo que fue, me cuentan, un revolucionario, no sé de qué política, cuál era el grupo de él, no lo sabíamos, yo al menos nunca me di cuenta. Había fotografías de él porque el tío Jesús (Chucho), hermano de mi padre, guardaba muchos documentos. El tiene bastante documentos de esa época y había unas fotografías del abuelito».
-¿El abuelito nació aquí?
«Pues dice mi tía Celia que sí, que nació aquí en Chilpancingo».
-Doña Emilia Casarrubias, ¿dónde y cuándo nació?
«Tengo entendido que ella nació en Ayutla, pero la fecha su nacimiento no la recuerdo francamente, para no mentir; no estoy exactamente enterado».
-El motivo que nos trae a ustedes es que sabemos que el niño Dios que se acuesta aquí cada año en diciembre cumple en este año 2011 cien años que ha sido acostado en este domicilio.
«Sí, lo creo, porque yo nací en treinta y tres. De niño me empecé a dar cuenta que mi abuelita tenía esa costumbre. Sería a los seis o siete años. A partir de entonces, digamos por los cuarenta que yo recuerde, ya se hacía la ceremonia de la acostada del niño Dios. Estoy plenamente seguro que ese niño que yo conocí en ese tiempo y a esa edad es el mismo que actualmente seguimos acostando la familia».
-De ese niño Dios seguramente usted desconoce su origen, dónde se compró.
«Yo no recuerdo, francamente, porque ya teniendo la razón plena de acordarme, ya la vi cómo lo acostaba la abuelita, la familia, los tíos cuando estaban. Creo que yo era el único nieto de aquella época, porque los demás no estaban. Después llegó el primo Ángel Flores, hijo de Alfonso; Rosalba, hija de Celia y tío Chucho. Entonces fueron apareciendo en el curso de mi vida, cuando ya empecé a crecer. Entonces, no recuerdo cuántos éramos, pero sí nos reuníamos bastantitos ya en esa época».
-Me imagino que la familia siempre ha permanecido unida. El mes de diciembre, que es una época muy acogedora para la unión familiar ustedes se reunían y platicaban con la abuelita, o entre ustedes mismos.
«Sí, teníamos esas reuniones cuando se acostaba el niño. A veces venían las pastorelas el veinticuatro y la fecha en que se levantaba, el seis de enero, entre esos días venían otros grupos, otros cantantes. Me acuerdo yo, de niño, de otro tipo de grupos, hasta me acuerdo que una vez pasaron los tlacololeros, los diablos. Se paraban enfrente de la casa y aquí bailaban, y mi abuelita sacaba lo que tenía, sus torrejas, sus carricitos de mezcal y así se iban los muchachos contentos con sus naranjas, en fin, lo que ella podía darles, pero siempre había esa costumbre. La casa tenía un balcón y un portón grande. Ella tenía siempre abierto su portón con un biombo de tela que dejaba ver en la noche, con la claridad de la luz, el nacimiento. Había noches en que usted salía al portón y había cuatro, cinco, hasta diez o más personas paradas en el balcón observando y admirando el nacimiento. Atraía ese nacimiento. Yo creo que era algo poco visto en Chilpancingo. Si había, eran más pequeños los nacimientos que se hacían. Mi abuelita se explayaba mucho con eso».
-Si la memoria me traiciona, le pido me corrija. El piso de la sala de la casa era un piso de ladrillo.
«Era de ladrillo rojo y que siempre, año con año ella acostumbraba pintarlo. Entonces la casa se veía más o menos. El portón era un portón grandote y nunca lo teníamos cerrado con llave o fuertemente cerrado, porque no era necesario. Era la familia muy conocida, la gente que pasaba muy decente, muy atenta con ella. Nada más le poníamos al portón una tranca grandota, recargada, como de diez centímetros de diámetro, casi un poste, nada más que pesadito. Lo aguantábamos bien y nada más lo recargábamos, y lo quitábamos para que alguien entrara. Ya con el tiempo se acostumbró a cerrarse solo, nada más le poníamos la tranca y con eso. El pasillo, donde entraban por el portón, se pintaba también de rojo, toda la casa tenía ladrillo rojo. El piso de la entrada del portón, del pasillo y el corredor que llevaba a su cocina. Las macetas enfrente, exuberantes con mucha flor, mucho vegetal. Toda la parte de atrás era vegetación con árboles frutales, era un patio grande. Teníamos un fresno altísimo que con el tiempo, yo creo, echó mucha raíz y comenzó a molestar los cimientos de la casa, y lo tuvieron que cortar. Pero sí, era ella muy cuidadosa de su jardín, un jardín muy bonito que tenía atrás de la casa».
-La casa de doña Emilia Casarrubias está llena de significado, ciertamente. Era una casa que además de lo céntrico, se localiza exactamente donde desemboca la calle de Allende, bajando de San Antonio. Estaba rodeada de dos herrerías, las de don Higinio Morales y la de don Joaquín Bello. Cerca a ella, por Altamirano, estaba la perfumería de don Mario Castillo y la carpintería de don Benito Ramírez, la panadería de don Cutberto Arellano, doña Tonchi Palma, en la tienda de la esquina (Altamirano y Mina), y doña Victoria…
«Me acuerdo de todos ellos, aunque no recuerdo muy bien los nombres. En esa época como chamaco, poco interesado en la cuestión social de la gente que nos rodea, de los vecinos, pero de muchos sí me recuerdo. Incluso del Güero Sol cuando pasaba a veces borrachito echando gritos. Me acuerdo mucho de Castillo, que tenía una perfumería ahí, iba yo a traer la brillantina o la crema que él vendía. Y nomás hablaba yo: Don Mario, buenos días. ¡Ah!, tú eres Marcial, ¿verdad? Le decía: No; yo soy Guillermo, su hijo. Decía, pero son igualitos de voz, te confundo con Marcial».
-¿Qué significa para ustedes, para la familia que en este año se cumplan los cien años de acostar al niño Dios en esta casa?
«Es muy significativo porque después de tantos años se ha seguido conservando esta tradición, y esperemos que nuestros hijos, los que vienen atrás sigan conservando la tradición, porque esa tradición no sólo nos recuerda los días bonitos, los días de paz, los días de convencía con los tíos, con los primos, con los sobrinos, con los hijos y con todo mundo y con otras personas que recuerdan todavía aquél tiempo. Entonces, creemos que es agradable, que es bonito. Mientras podamos, yo le digo que soy el nieto mayor de toda la familia, tengo setenta y siete años ya. Entonces, mientras Dios nos dé permiso que podamos conservarnos en forma para poder seguir con la tradición, la vamos a continuar, porque creemos que nos une a todos, nos une a los sobrinos y más a los chiquillos que vienen empujando, porque ellos tienen otro tipo ya de ver la vida, otra educación; han visto otras cosas diferentes. Vamos a procurar que ellos también vayan conservando la tradición, a ver cuánto tiempo tarda. Ojalá que sea mucho tiempo».
-¿Cuándo murió su abuelita doña Emilia, general?
«Murió en el año setenta y siete, en abril».
-Si me permite, señor general, platicaré con su tía, con doña Celia. Muchas gracias. Doña Celia: Cuando fallece doña Emilia, ¿a usted le corresponde tomar la responsabilidad de seguir acostando al niño Dios?
«Sí, cómo no, y con mucho gusto, porque mi esposo Jesús y yo quisimos hacernos cargo del niño Dios, que lo hizo el Padre Margarito Escobar y hasta la fecha no se ha reestructurado y no está ni picadito un nada».
-Oiga, qué dicha.
«¿Se imagina? Para mí es mucha responsabilidad, porque yo soy sola; pero mis hijos y mis sobrinos siempre me han apoyado».
-Seguramente usted conserva los vestidos del niño Dios.
«Sí. Todos los vestidos que dejó mi suegra, y los que yo voy guardando de su madrina. La madrina los hace, y tengo el nicho donde mi suegra lo tenía. El anterior era de lámina y de madera con sus cristales alrededor».
-Cuando usted asume la responsabilidad, ¿ya no habías Pastores para acostar al niño, en 1977?
«No, ya no. Ahorita eso están tratando mis hijas de que vengan los Pastores a cantarle, pero será el veintidós de diciembre, como una Posada».
-Don Jesús Flores, don Chucho Flores, fue un hombre muy querido en Chilpancingo, con grandes amistades, y formaron una gran pareja con doña Celia Bello Vega y tienen nietos…
«Bisnietos, cinco bisnietos. Ya ha crecido la familia, no somos muchos, pero ha crecido».
-La vez anterior que platicamos alguien dijo que el niño Dios se había hecho más grande.
«Pues, esa creencia tenemos, porque cuando saqué los vestidos que mi suegra guardó, vamos a comparar con los que ahora la madrina le va haciendo».
-¿Y son los vestidos más grandes o más pequeños?
«Pues, no he verificado, porque me agarraron así de sorpresa. Pero sí, eran más chiquitos».
-¿Era más chico el niño Dios?
«No, siempre ha sido así».
-Entonces, ¿por qué se dio esa creencia?
«Creemos que creció, porque mi suegra no creo que los vestidos los haya hecho más chiquitos, y como tuvo tantas madrinas que ya todas murieron».
-¿Quiénes fueron sus madrinas?
«Mire, fue una de las Morlet, la más grande, hermana de Lalo. Luego la que tenía el mesón, la hija de don Rafael Cabrera. Fue Lupita Ortega, últimamente, pero de las demás ya no las recuerdo».
-General, ¿usted a qué atribuye el crecimiento del niño Dios?
«Yo realmente no estaba enterado. Supe algo que comentaba aquí la familia, pero no podría decirle. Quizá algunos trajecitos se encogieron, no sé, soy un poquito escéptico en ese sentido, la tela se hizo más chica, qué sé yo. Pero sí, oí ese comentario, y como yo veía poco al niño, nada más durante su ceremonia y se guardaba, y yo no lo volvía a ver. Ellas, la familia lo veían más seguido, entonces quizá se daban cuenta de ese probable crecimiento que yo, francamente no lo aseguro».
-¿Doña Celia?
«Yo también digo que hasta que saquen los trajes, que eso quieren mis hijas, demostrar todos sus vestidos».
-Y demostrar que no creció el niño Dios, que sigue siendo el mismo.
«Es el mismo, porque tiene una piañita y ahí está parado».
-Disculpe la pregunta: ¿Una qué?
«Es una rueda así de madera, una base que mi suegra le decía Piañita, porque ahí tiene la base donde mete uno al niño para que esté parado. Así que no sabemos si en realidad de veras ya creció o no alcanzó la tela».
-Imagínese, después de cien años, los humanos tendemos a achicarnos…
«Dígamelo a mí, que yo me siento así, y él crece. Me va a dejar jajajaja».
-Muchas gracias, doña Celia. Ahora quiero saludar a una señora muy atenta, doña Adelina Adame Juárez, chilpancingueña, esposa del general Flores Moyao.
«Yo tengo ya setenta y un años de edad, y de casada voy a hacer cuarenta y siete años. Yo conocí la casa tal cual era, cómo vivió doña Emilia. Era una casa preciosa, sombreada, muy bonita. Ella tenía una tradición, que tenía un apazcle grandote donde calentaba su agua, y ahí se bañaba. Eran detalles que a uno le gustaba verlo, y toda la casa era bonita. Mi papá fue Zenón Adame, difunto. Todo lo de Chilpancingo es parte mía, todo es bonito».
-¿Cómo recuerda a doña Emilia?
«Una señora muy fuerte, de mucho carácter y muy metódica para sus cosas. Si ella decía: A las seis quiero mi chocolate, a las seis ella batía su chocolate y era hora de tomar el chocolate».
-Las comidas en esta casa debieron haber sido algo muy especial.
«Ella guisaba sabroso, y cuando veníamos de vacaciones, que nos llegábamos a quedar aquí, luego decía: Aquí se cierra el portón a las ocho de la noche, más noche no. Entonces teníamos que estar aquí temprano porque nos dejaba una parte de su recámara y ahí dormíamos».
-Así que cuando sus hijos y sus nietos llegaron al cuartel, ya no extrañaron la disciplina, porque la llevaban de la casa.
«No, porque sí fue muy recta la señora, fue muy estricta. Todavía llegamos a conocerla ya grande, ya enferma y, en su macho».
-¿De qué falleció?
«Muchas enfermedades de la edad y al final se le vino un tipo de cáncer en el estomago».
-Quiero agradecerle mucho su atención.
«De nada, señor».
-Y a usted, doña Celia, a usted general. Muchas gracias por su hospitalidad y por los datos.
«Al contrario, muchas gracias a usted por la entrevista».

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