viernes, 16 de diciembre de 2011

Hoy viernes de la reflexión quiero compartirles una historia, de esas que deben de saber medirnos en nuestras conciencias. Tocar nuestras hebras sensibles y abrir nuestras puertas selladas. Había un hombre bueno y un hombre malo en cierto lugar del estado de la ignominia, cada uno veía el escenario de la vida como su realidad se lo permitía. Mientras el hombre malo veía todo con sentido utilitario, el hombre bueno conocía el sacrificio por el semejante, había sentido hambre, sed, angustia y miedo, sabía qué debería pasar de acuerdo a sus acciones, en
 tanto el hombre malo, sólo se conducía por sus instintos, primitivos de facto. El hombre bueno a pesar de que conocía las entrañas del gobierno, su pudrición y falta de escrúpulos, aún le daba el beneficio de la duda, confiaba, deseaba que todo marchara bien, que el político algún día reflexionara y llevara el camino correcto; el hombre malo en cambio, veía todo con negatividad, y también nadaba en la sinrazón, hacía y deshacía, rompía y destrozaba. Había una enorme diferencia entre uno y otro pero guardaban un parentesco muy cercano, eran hermanos, sangre de la misma sangre y además, gemelos, tan parecidos eran que los llegaban a confundir. El hombre bueno fue a parar muchas veces a la cárcel por los desmanes de su hermano, nunca dijo nada, nunca reclamó y le perdonó todo. El dinero que llegaba a reunir luego de intensos y fatigosos trabajos, su hermano se lo robaba, aún delante suyo, y el hombre bueno siempre callaba. En una ocasión el hombre bueno como pago a su bondad, ganó la lotería y quiso compartir la mitad con su hermano, éste, al darse cuenta, se apropió de todo el premio y abandonó la casa. Al cabo de unos tres meses, luego de que el hombre malo dilapidara la fortuna en mujeres, bebidas y gastos fatuos, regresó a casa, derrotado, le pidió otra oportunidad a su hermano y volvió a ser perdonado. Para eso el hombre bueno no había perdido su empleo y ya se había casado. La mujer pronto se enredó con el hombre malo y tuvieron amoríos. El hombre bueno al darse cuenta, habló con su esposa y su hermano, y perdonó a ambos, bajo la condición de que se arrepintieran en verdad. Volvieron a cometer adulterio, una y otra vez, y todo lo aguantó el hombre, hasta que el tiempo se le vino encima y dio cuentas a la muerte. Cuando el hombre bueno tomó conciencia de que estaba muerto luego de superado el trauma postmorten, se vio entre las llamas del infierno, con los diablos rondándole, pelándole los dientes afilados y pasándole la cola encendida por el rostro y el pecho. El hombre bueno fue aventado al centro de la hoguera infernal y entonces alzó la voz: «yo que siempre me he portado con bien ¿me pagan con mal?». Mefistófeles se le quedó viendo fijamente durante unos segundos, y entonces escupió sus palabras… «por gente como tú es que la corrupción, la maldad, la negatividad y las maldades del mundo persisten, mereces estar en la profundidad de este infierno, que te coman vivo y poco a poco». El hombre bueno reclamó con más fuerza «¿pero cómo? Yo que perdoné todo, yo que di todo, yo que sufrí todo… no puedo merecer este castigo». Porque dejaste que todo se hiciera como otros querían, es porque todo se mantiene igual, espetó el diablo mayor. «¿Qué hiciste para enderezar el camino de tu hermano?, lo dejaste ser, jamás le descubriste sus errores, jamás dijiste una palabra en contra, jamás levantaste la mano para corregir y opinar contra una arbitrariedad… por eso mereces quemarte por los siglos de los siglos». Y allá, en el mundo de los vivos, el hombre malo seguía haciendo de las suyas, jamás había sido reprendido y jamás pagó sus culpas, todo debería de ser correcto, había concluido, pues además, por toda la fortuna obtenida hasta ese día, nadie le había dicho algo en contra. Ahora, señores, a poco más de seis meses para las elecciones de 2012, donde se juegan varias cartas, habrá que repartirlas por mano propia para evitar trampas, so pena de sufrir lo que el hombre bueno. De eso a esto, quien tenga oídos, que oiga.

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