jueves, 12 de abril de 2012

COLUMNA

La Jaula de Dios

 Jesús Pintor Alegre

No es sencillo reconocer el error, sobre todo cuando se es hombre del poder, en esta coctelera que llamamos vida, imbuida en su propia maraña, con un gobierno vituperado, gracias a sus propias acciones, gobierno centro inmisericorde de ataques y en algunos casos muy contados, de halagos.

Lo que ocurrió en el ejercicio a seis pares de manos, o un concierto a 12 manos, en la designación a candidatos perredistas, para alcaldes y diputados locales, deja la clara lectura de que el pueblo simplemente ha desaparecido.
La respuesta inmediata de la chusma como apartado, se colorea casi con precisión en el capítulo décimo quinto de El Príncipe, de Maquiavelo. Allí se habla de cuando los príncipes son alabados o censurados.
Algo que en estos momentos sucede con el mandatario estatal, Ángel Aguirre Rivero.
Las cualidades de este político, de 30 años de experiencia priista, y apenas uno, como perredista de la derecha, se vacía ante la incredulidad popular, sazonada por los detractores del aguirrismo.
 Pongamos en la mesa las dos partes, como para acomodarle a nuestro ángel sin alas y sin divinidad, pero que se cree eructado de las fauces de la bestia de su propia fe y su propia religión, de su dios.
La censura o el elogio: uno es prodigo, otro, tacaño; uno es dadivoso, otro rapaz; uno, cruel, otro, clemente; uno, afeminado y pusilánime; otro decidido y animoso.
El príncipe también puede ser humano, o soberbio; lascivo, o casto; sincero, o astuto. Nuestro ángel, dependiendo de la gente que escucha, pudiera considerar a su gobierno o su príncipe, duro, o débil; grave, o frívolo; religioso o incrédulo; un hombre jamás posee todas las virtudes al ser carne.
Por lo que a veces lo que parece virtud produce ruina, y lo que parece vicio, trae bienestar y seguridad, es decir, las apariencias llegan a engañar, Aguirre Rivero es un hombre que abrió muchas expectativas en este estado desesperado por los yerros de sus gobernantes.
 Previo a la elección del 30 de enero, Zeferino Torreblanca Galindo dejaba una estela de amarguras, no obstante, por su condición de príncipe también, se puede decir que igual se sumió en los malos entendidos, quizá digamos que de hacer cosas buenas, parecieron malas, en este mundo de las caretas.
 Y es fácil entenderlo, con simples ejemplos: cuando se extiende el miedo en cierta demarcación. Al caminar por la tarde noche las calles solitarias de una ciudad como Ciudad Altamirano, ajenas a la voluptuosidad de la mañana y la agitación del mediodía, se palpa en parte ese temor que a ratos parece infundado, casi irracional.
Se cuentan tantas historias urbanas… parece la conclusión de repente sentado ante cervezas y con una elegía amorosa de música de fondo. La cabecera de distrito local y federal, centro comercial de la Tierra Caliente, afuera se deshace en sus propios sentimientos timoratas.
La compañía del hombre aventurero, que aspiró a saborear su propia realidad, parece decirle al oído que todo lo que ha escuchado es mentira, que no hay de qué espantarse y no hay porqué querer huir, que todo está en calma, y que Dios llegará a armar su propia revolución pero no en el momento en que uno teme.
Y al rato, envalentonado, hasta un hotel lo refugia, y se enreda entre humores corpóreos, palabras agitadas, preguntas de a veces y respuestas de la nada, risas sin cosquilleo… no, nada es cierto, la realidad es apartada, y en efecto, las apariencias engañan, el calor cala los huesos, y el frío, hierve.
Así Maquiavelo en sus ejemplos estancos, monopolios de su propio universo evanescente, puede decir verdad o mentira, dependiendo del que lea, escuche o vea. Así Aguirre Rivero, centro de las lanzas y hasta de alabanzas. De Dios o de diablo.

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