jueves, 26 de abril de 2012

COLUMNA


Tita Radilla Martínez

Erika Cervantes Pérez*
Defender el derecho de las personas a la justicia y la paz es motivo para que sean señaladas y perseguidas. Hasta hace unos años esta actividad no era reconocida oficialmente, hoy le conocemos como defensora o defensor de Derechos Humanos (DH) y de ello la vida de Tita Radilla Martínez es un ejemplo.
Tita no recuerda los cumpleaños o fiestas familiares de sus hijas e hijos, sus primeras palabras o pasos, pero puede dar cuenta de cómo la llamada «guerra sucia» en México marcó el rumbo de su familia cuando su padre Rosendo Radilla Pacheco fue desaparecido por el Ejército en 1974.
Hija de Victoria Martínez y Rosendo Radilla, Tita nace el 6 de febrero de 1950 en Atoyac de Álvarez, Guerrero. Es la quinta de 11 hijas y un hijo de este matrimonio (Romana, Andrea, Evelia, Rosa, Tita, Ana María, Agustina, María del Carmen, María del Pilar, Judith, Rosendo y Victoria).
La infancia de Tita transcurrió en el campo al lado de sus padres. A los 12 años acompañaba a su padre en la negociación y venta de ganado. De su padre aprendió a no dejarse corromper y ser leal; de su madre a ser tenaz y valiente ante la adversidad.
Tita se casa a los 19 años con Alejandro Nogueda. Durante los primeros años de la desaparición de su padre, Tita estuvo alejada de los movimientos por la presentación de desaparecidos y se dedicó al hogar, además de que su condición de ser familiar de un desaparecido era motivo de rechazo social. Los amigos y hasta parientes se alejaron de los Radilla Martínez.
«Los primeros años de su desaparición me la pasé pariendo y criando, aunque no recuerdo detalles de mis hijos. Cuando se llevaron a mi papá, mi hija mayor tenía año y medio y tenía siete meses de embarazo de la segunda», relata Tita.
La exigencia al Estado mexicano de la presentación con vida de su padre fue de sus hermanas mayores y su mamá, Victoria, quienes radicaban en Chilpancingo. Todas encabezadas por Andrea Radilla, maestra de la Universidad Autónoma de Guerrero, involucrada desde antes en los movimientos sociales por la presentación de desaparecidos y liberación de presos políticos.
La presentación de Rosendo se convirtió también en una de las exigencias del Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de Rosario Ibarra de Piedra.
Tita se limitaba a viajar constantemente de Atoyac a Chilpancingo con la esperanza de encontrar en alguna de esas ciudades a su padre. En ocasiones lo hacía con sus cinco hijos (Natividad, Carla Alejandra, Diana María, Italia y Alejandro). Su esposo la reprendía porque en sus viajes sus hijas dejaban de ir a la escuela.
En 1984, a los 34 años de edad, Tita enviudó. Su esposo, líder de los choferes de la línea Flecha Roja, fue asesinado a balazos. Tita asumió la responsabilidad de sostener a cuatro hijas y un hijo, por lo que aprendió el oficio de modista para sostener a su familia.
En 1988 Tita se entusiasmó con la campaña por la Presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas y votó por primera vez. Fue tal su entusiasmo que participó en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Atoyac; formó parte del Comité Ejecutivo Municipal, y de 1993 a 1996 el sol azteca la hizo regidora.
En 1991 su vida dio un vuelco al ser nombrada presidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos (Afadem), en su municipio. Fue propuesta por su primo Jesús Cardona Radilla, que participaba en la agrupación y desde entonces quedó «atrapada».
En los primeros años como luchadora social, cada domingo Tita ponía una mesita en el zócalo de Atoyac con tres sillas y una máquina de escribir. Familiares de desaparecidos llegaban con las fotos de sus seres queridos y le contaban sus historias una y otra vez hasta que su alma se llenó de dolor al apropiarse de los casos de las personas desaparecidas.
Durante cinco años Tita cargó con cada persona desaparecida que le fue confiada, las llevó a las marchas, huelgas de hambre, denuncias y exigencias y en cada gestión para que aparecieran, y ello la agotó. Tuvo que hacer un esfuerzo para irse desprendiendo de ellas y entregarlas a cada una de las familias que siguen buscándolas.
En 1994, en una asamblea de organizaciones sociales de la Costa Grande en Tecpan –a la que Tita no asistió–, fue nombrada delegada del Colectivo de Mujeres Campesinas para acudir a la Convención Nacional Democrática del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), que se llevó a cabo en agosto de ese año en Chiapas.
Ahí vio que la población indígena no era tomada en cuenta y de que lo que importa son las bases, no quién es la o el líder.
Por su activismo, Tita fue perseguida durante el gobierno de Rubén Figueroa Alcocer. En 1995, la Procuraduría estatal giró una orden de aprehensión en su contra por la toma del ayuntamiento de Atoyac en mayo de ese año.
Nunca se ejecutó la orden porque no se logró su desafuero como regidora en 1996. Un año después de la masacre de Aguas Blancas fue objeto de hostigamiento: Un funcionario del ayuntamiento le pidió que firmara un documento deslindándose del EPR (Ejército Popular Revolucionario), pero Tita se negó.
En 1996 Tita fue a Ginebra, Suiza, como representante de la Afadem a la sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Se reunió con el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias, para presentar casos de desaparecidos de la «guerra sucia» y abusos cometidos por el Ejército durante la persecución del EPR.
En 1999 la Afadem presentó denuncias formales ante la PGR. La organización empezó con seis casos y después la Femospp acumuló 143 expedientes en una averiguación previa que fue remitida al fuero militar.
La Procuraduría General de Justicia Militar procesó sólo por 22 casos a Francisco Quirós Hermosillo y Mario Arturo Acosta Chaparro, quienes fueron juzgados por vínculos con el narcotráfico.
El primero murió antes de terminar el juicio y el segundo fue exonerado y condecorado durante el gobierno de Felipe Calderón. Acosta Chaparro fue asesinado el pasado viernes.
Ante la falta de acceso a la justicia y la inexistencia de un recurso efectivo que le permitiera a Tita y su familia dar con su padre, decidieron llevar el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2001, la cual a su vez turnó el caso ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CoIDH).
La Corte condenó en noviembre de 2009 al Estado mexicano por la desaparición forzada de Rosendo Radilla Pacheco, así como por diversas violaciones a los DH cometidas en agravio de sus familiares.
Esta sentencia tuvo una gran trascendencia no sólo para la familia Radilla, sino también para otros familiares de personas desaparecidas, así como para el país en su conjunto.
A dos años de que la sentencia fue emitida, ésta facilitó la discusión de diversas temáticas de gran relevancia en la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).
Como resultado, se impulsó la obligación de todas las y los jueces a aplicar el control de convencionalidad, así como la prohibición de la aplicación del fuero militar en casos de violaciones a los DH en que se encuentren involucrados civiles.
Por su trabajo a favor de la defensa de los DH, Tita recibió el premio de Brigadas Internacionales de Paz, organización con sede en Londres, en noviembre de 2011, y el reconocimiento Ponciano Arriaga Leija, edición 2011, que otorga la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal.
Actualmente Tita continúa su trabajo al frente de la Afadem en la defensa de los DH, y nos hereda su valentía y congruencia por exigir justicia y no olvidar a las desaparecidas y desaparecidos.
Periodista y fotógrafa mexicana, integrante de la Red Nacional de Periodistas.



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