martes, 17 de abril de 2012

COLUMNA

La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre

El liderazgo no significa «yo soy el bueno y síganme los buenos como dice un célebre personaje, el Chapulín Colorado», dijo ayer el presidente de la República, Felipe Calderón Hinojosa, como para cerrar los capítulos de su propia historia que se carcome con sus resultados íntimos.
Liderazgo que en este gobierno se resumió en encabezar una lucha fratricida, que ha contado en sus daños colaterales algo así como 70 mil muertos, o los 150 mil que señaló el gobierno estadunidense. Increíble asunto, que está a punto de cerrar, del que como nuestro heroico exgobernador Chirundo, Zeferino Torreblanca Galindo en su cierre de gobierno, decía no sentirse satisfecho, así Felipe de Jesús Calderón, no se siente.
 La heroicidad que se hunde cuando también vivimos esta época de proselitismo político, donde los hay de todo tipo, de chile, dulce y de manteca, e igual de todos los colores: tricolor, amarillo o blanquiazul.

Hay de donde escoger, desde los ocurrentes, simuladores, hipócritas, mustios, blandengues, santurrones, heroicos y perversos.
No hay forma de entenderlo de mejor manera, enjugado como en un acto de la benevolencia, con los escándalos de nuestros políticos mismos, como la del arrebato de las candidaturas con o sin dinero de por medio, casos por allí de Nelson Flores Peñaloza, a manos de Adolfo Vergara, o la torta de pollo que fue hecha de jamón, para Gustavo Juanchi Quiñones.
Estos escenarios que se entretejen para decirnos que las ambiciones son galopantes y no hay poder humano que determine otra cuestión, que el poder es muy atractivo y la impunidad, la sal que da sabor al guiso.
En estos momentos la pregunta no sería, bajo ningún motivo, qué candidato o qué partido podría ganar las elecciones en tal o cual plaza, aquí la pregunta es: ¿cuántos ciudadanos saldrán a votar? Eso es ineludible, pues el desencanto ciudadano es enorme.
Los escasos ciudadanos que sufraguen, comparados con los que se agrupen en el monstruo llamado abstencionismo, resultan, por antonomasia, una ridiculez, hay quienes hablan del 50 por ciento en los números mejor maquillados, pero otros, menos alegres, dictan que sería un 40 o hasta un 30 por ciento de participación ciudadana.
 Un concepto que se abre en sus diversas aristas cuando se entiende que primero, no se toma el cálculo a partir de todos los habitantes, pues no todos cuentan con credencial de elector; y tampoco son todos los del padrón electoral, que sí tienen credencial pero no necesariamente votan, sino que refieren a la lista nominal, de los que ahora, y como moda, explican que también hay muertos y migrantes.
Luego entonces, como explicaba el magistrado presidente del Tribunal Electoral del Estado, Jesús Villanueva Vega, en cada elección obtenemos un nuevo alcalde, diputado local o federal, senador o presidente de la república, netamente ilegitimado. Y allí, de cierto, está la primera gran tarea, que se ha resumido al decir que quien no vota, se va al infierno del ostracismo.
Mundo de pecadores en este mundo, que ha dejado de creer en los mesías de cartón, salvadores ingratos de la nada, e inmersos en su dimensión etérea.
¿De a cómo quiere usted el candidato?, el mejor postor por el que se ofrecen, los transforma en las rameras sumidas en sus guetos de la vergüenza.
 Por lo que por ahora, pareciera que ese es el motivo que se esgrime para saber a quién ponen y a quien quitan, sin tomar en cuenta la opinión ciudadana.
Un cuadro patético bañado por los caciques locales, y que son los que mandan y reparten el queso, y que le dicen al pueblo que su dedo es el de Dios, que palomearlos es hasta una bendición que se mezcla con un exorcismo frugal.

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