jueves, 19 de abril de 2012

COLUMNA

¿Libros o computadoras?


Apolinar Castrejón Marino

Miguel de Cervantes Saavedra es un personaje muy desafortunado, todos hablan bien de él y hasta es considerado el más genial escritor en lengua española, pero muy poca gente conoce, ni disfruta su obra.
La efigie de cervantes es muy utilizada en las portadas de los libros de literatura y de gramática. También da realce a los carteles y anuncios de recitales y concursos, y su nombre presta credibilidad y clase a colegios y academias.
Para colmo del infortunio de Miguel de Cervantes, su fama se vio amenazada con la aparición de las computadoras, pues muchos creían que el libro impreso sería cambiado por las pantallas en las escuelas, las bibliotecas y los hogares.
Resulta muy afortunada la opinión del que fuera Director General de la Unesco, Koichiro Matsuura, quien expresó en su momento que «En nuestro mundo globalizado, el libro se ha convertido en adalid indispensable en la lucha por la diversidad cultural y lingüística, además de un aliado único para garantizar el acceso al conocimiento, la libertad y la paz».
En su muy respetable opinión «el libro constituye un medio privilegiado para conocer los valores, los saberes, el sentido estético y el imaginario de la humanidad. Es un vector de creación, información y educación, en el que cada cultura puede imprimir sus rasgos esenciales y al mismo tiempo, leer la identidad de otras».
«Ventana a la diversidad cultural y puente entre civilizaciones, el libro, más allá del tiempo y del espacio, es a la vez fuente de diálogo, instrumento de intercambio y semilla del desarrollo». «Cuanto mayor sea el número de individuos de cada pueblo que tengan acceso a la lectura, mayor será la posibilidad de expresarse, de acceder al pensamiento de los otros y a la pluralidad de las culturas».
Tan glorioso discurso de Koichiro Matsuura es solo una gota de agua vertida en el océano de ignorancia de nuestros gobernantes incultos, de los líderes magisteriales dinereros y de los directivos de cultura impuestos en sus cargos solo por razones de familia, de amistad y de compadrazgo.
Las tradiciones y costumbres que se realizan solo por la fuerza de la repetición de la indolencia y de la falta de imaginación, también resultan contrarios al fomento de la cultura escrita, de la historia y de las biografías de los grandes hombres y mujeres que nos heredaron lo mejor de su actividad intelectual en forma escrita.
Así es el caso específico de Cervantes en cuyo honor se realizan las ferias de libros en todos los países de habla hispana. Tales acontecimientos que tuvieron un origen noble y constructivo, en la actualidad se han pervertido y extraviado su cometido.
Funcionarios públicos aprovechan la ocasión de exhibirse cortando listones y pronunciado encendidos discursos en los cuales citan a Cervantes, a Shakespeare y hasta habla de un tal Garcilaso de la Vega (quien se firmaba como «El Inca»). Lástima que en casi todos los casos, los engominados burócratas nunca en su vida han leído alguna obra de estos insignes personajes, como quedó de manifiesto con el candidato a la presidencia de México Enrique Peña Nieto.
En otros países de habla hispana la conmemoración de Cervantes, no es solo para celebrar el día del libro, sino que además han proclamado esta fecha como «Día del Idioma», con el objetivo de impulsar el uso de la lengua castellana. En Madrid se aprovecha esta fecha para entregar el Premio Cervantes, máximo reconocimiento literario a los autores hispanos.
La conmemoración de esta fecha en Chile, tiene como objetivos celebrar el nacimiento del poeta Pablo Neruda y hacer un reconocimiento a los poetas nacionales para entregarles Premios y Condecoraciones. En Santiago se realiza una Feria del Libro en la Plaza de Armas, con 40 expositores, que ofrecen una variada muestra literaria de libros infantiles, novelas, cuentos, enciclopedias, diccionarios; libros de arte, de cocina, y de divulgación científica.
En México la situación de la lectura es deplorable, pues las instituciones encargadas de difundir la letra impresa dilapidan sus presupuestos integrando a las nóminas a gentes sin preparación en áreas de literatura, lingüística o historia. Como consecuencia solo vemos que justifican su «misión» haciendo tallercitos de costura, de elaboración de cortinas de papel y de repujado.

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