miércoles, 30 de mayo de 2012

COLUMNA

Cuentos de adultos

Apolinar Castrejón Marino

Un género literario bastante conocido de nuestra gente, pero poco mencionado por los ilustres de la literatura, es el de «Las Perras». Se trata de una especie de cuentos entre adultos, con la particularidad de exagerar las cosas a un nivel completamente increíble.

El «Güero Barretas» contaba a sus amigos, con toda seriedad, que años atrás, él había sido tan rico, que tenía unas barretas de oro con las cuales trabajaba sembrando maíz en su enorme rancho.
Esa era una «perrota» que desde luego nadie creía, sobre todo quienes lo conocían o eran sus vecinos, y que se daban cuenta que el pobre de Fidel –que así se llamaba– trabajaba muy rudamente en el campo, a pesar de lo cual llevaba una vida de carencias, como casi todos los campesinos en pequeño.
La diversión de la «perras» se complementaba cuando entre la palomilla del barrio, entre los que escuchaban los relatos del «güero» se encontraba alguien que se creyera los chismes que contaba Fidel. «El Mamacito» era otro gran cuentero de «perras», a quien le gustaba contar que era sido un gran cazador.
Narraba que un día, su mujer le estaba preparando sus tacos, para que se fuera de cacería, cuando le dijo que le encargaba a ver si podía cazar unas «güilotas», porque son unas aves muy deliciosas, y solo llegan a México procedentes de Canadá, durante el mes de noviembre.
Cuando ya tomaba su rifle para salir, su hija le dijo que tenía antojo de unos emparedados de miel, pero de árbol. Un tanto contrariado, se fue al bosque, porque él quería cazar un gran venado.
Así anduvo toda la noche, y no encontró nada de lo que quería ni de lo que le habían encargado.
Pero no se desesperó y siguió caminando entre los montes.
 De pronto, en un pastizal que se extendía delante de él, vio una rama sin hojas que sobresalía de entre la zacatera, y en la rama estaban paradas 3 güilotas.
Con mucha suavidad, se colocó la culata de su arma en el hombre, y cuando apuntaba cuidadosamente a las aves, pensó que siquiera iba a complacer a su esposa.
 Disparó su gran escopeta esperando no fallar el tiro. Y así fue. Saltaron las plumas y los pájaros desaparecieron entre el zacate.
Pero en el mismo momento del disparo, también escuchó un fuerte bramido, y luego creyó ver un gran bulto contorsionarse entre la hierba.
Con el arma pegada al pecho presto a disparar. Se acercó sigilosamente al lugar. Cuál no sería su sorpresa de ver que ahí estaba un enorme venado, muerto por el certero disparo de su arma, que le había dado en la cabeza.
También estaban regados los cuerpos de las güilotas, que habían estado paradas sobre la enorme cornamenta del venado.
En el colmo del estupor, vio que la cornamenta del venado era tan grande que unas avispas negras la habían horadado y en su interior habían hecho su panal, pensando que se trataba de un tronco.
La miel escurría a raudales, y entonces pensó que de un solo disparo había conseguido todo eso.
No se burle ni crea que estos personajes son unos chismosos, porque si comparamos sus dichos con los de los políticos que andan en campaña, veríamos que no hay ninguna diferencia.

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