lunes, 4 de junio de 2012

COLUMNA

Cosmos


Héctor Contreras Organista


Platiqué con unos buenos amigos del barrio de San Mateo el fin de semana. Preocupados comentaron que es un hecho que las tradiciones de Chilpancingo se están yendo de las manos del pueblo como agua que escurre por entre los dedos. Nadie quiere participar para que no desaparezcan. «Todo mundo ve la feria de diciembre como negocio pero lo de conservar las tradiciones a nadie le importa».
Así lo dijeron, exactamente como ven y como muchos otros chilpancingueños vemos y coincidimos en que eso está ocurriendo. Llevando más allá sus comentarios precisaron sobre algunas innovaciones que se han hecho al festejo y que de algún modo lo han alejado de sus propósitos principales. «Ya nadie recuerda que la feria se hacía en honor del niño Dios, el nacimiento de Jesús», dijeron.
Efectivamente, opinamos, desde que la celebración de la feria del barrio de San Mateo salió de aquella plazoleta todo cambió. Nadie duda que era necesario hacerla en otro lugar porque ahí el espacio era ya insuficiente. Y luego vino lo de que un Patronato se hiciera cargo de la organización; se cancelaron las mayordomías y la feria pasó de ser un acontecimiento pagano religioso a un asunto político. De hecho el Pendón es una pasarela política… ¿Y el niño Dios? ¿Dónde quedó? Hasta se lo robaron del Nacimiento de la catedral, igual que el manto de la virgen y el obispo ni protestó.
Estamos de acuerdo con los comentarios de nuestros paisanos en el sentido de que todo evoluciona, todo cambia y la tradición de Chilpancingo ya fue también arrastrada hacia el río de la nada. Las evocaciones de lo que fueron las danzas, las sillas voladoras, los cacahuates, los aguinaldos, las pastorelas, los puestos de fiambre, pozole, tamales y atole, etcétera ya son solamente eso: evocaciones… recuerdos de un festejo pueblerino que jamás volverá.
La intención de don Alejandro Cervantes Delgado en 1981, de otorgar mayor dignidad a la feria para que el pueblo disfrutara con mayor comodidad de un festejo que permaneciera vigente por muchos años más fue plausible. Recordamos que convocó a los sobrevivientes de la danza de los Santiagos de tablado para que volvieran a vestir como se hizo hace muchos años. A don Chencho Flores le pidió se encargara de ensayar la danza de Los Tlacololeros y a Memo Villalva lo nombró primer presidente del Patronato. A Carlos León Román, que era el alcalde le autorizó jugoso presupuesto para acondicionar las nuevas instalaciones en lo que fueron terrenos del Vivero «Chilpancingo», en el barrio de San Antonio y, más o menos dio resultado.
Pero ya ven lo que pasó después, salvo raras excepciones los Patronatos se transformaron en «ratonatos» así bautizados por el pueblo por las ladronerías que comenzaron a verse de parte de los organizadores que sin rubor alguno estrenaban carros de lujo y en cuanto tenían dinero en las manos para organizar la feria empezaban a construir o compraban terrenos y la organización de la feria se quedaba en intento.
Se inventó lo del «Teatro del Pueblo» donde lo que más ha escaseado son precisamente obras de teatro. Otro invento que se agregó al festejo y que degeneró en forma insultante fue el concurso «Señorita Flor de Noche Buena». Y sin embargo Cervantes Delgado llevó adelante su proyecto a favor del pueblo imprimiendo folletería, donde se informaba sobre la historia de la feria. En fin que la honestidad del mandatario nacido en Chilpancingo jamás estuvo en tela de duda. Al contrario, se le recuerda con gratitud precisamente por su interés: velar por la conservación de la feria.
El festejo siguió en picada. Aquellos «puestos» de doña Luisa Memije y de muchas otras célebres cocineras donde se vendía pozole, mole y fiambre, aquella tradición de la deliciosa nieve de Chinono, aquello todo hermoso y familiar sólo quedó en el recuerdo de los chilpancingueños. Se les sustituyó con puestos de fayuca y cantinas, muchas cantinas. De un plumazo dejó de ser concentración familiar para dar paso a la ingesta de alcohol a pasto y hasta los porrazos de tigres degeneraron cuando se intentó establecer un reglamento, como en la Lucha Libre y lo que fue religioso desapareció. Se abrió el portón, el ancho portón de la insolencia a «la clase política».
Ya desde la década de los ochenta habían desaparecido del festejo decembrinos «Los Pastorcitos» y la acostada del Niño Dios. El famoso Teopancalaquis sólo ha sido una especie de mascarada por lo mal organizado. En suma, se rompió, se destruyó, desapareció la convivencia familiar de los habitantes de este valle y todo ello sirvió para que unos cuantos aumentaran sus ingresos y al pueblo se le usa solamente como pretexto para fines políticos.
Los muchos ejemplos han estado a la vista por años. No estamos inventando el hilo negro ni el agua tibia. Como alguien dijera, lo que habla es la elocuencia de los hechos… ¡y qué elocuencia!, absurda y hedionda, apestosa y ratera y por si fuera poco: Cínica.
¿Qué nuevos proyectos innovadores traerá bajo el brazo el que va a ser presidente municipal de Chilpancingo a partir de este fin de año? ¿Habrá interés por rescatar lo que se pueda del fandango popular? ¿Se va a seguir entregando la responsabilidad de la organización de la feria a los cuates, a los allegados a los cómplices? ¿Habrá interés por convocar a las familias chilpancingueñas para que intervengan y se le devuelva al pueblo su feria? ¿Dejará de ser pasarela política y se velará porque el festejo sea celebrado como lo fue en épocas pasadas?
La verdad, la mera verdad nos atrevemos a afirmar que, como se trata de un negocio jugoso para quien en el ayuntamiento manda, el destino de la feria seguirá por la misma atarjea de corruptela. En serio que a casi nadie de «la clase política» le interesa hacer algo por el festejo. No puede haber mayor interés que el ver cómo obtienen más dinero para el bolsillo propio. En tanto no sean los propios vecinos quienes tengan las ganas y el coraje de ir al rescate de ese festejo todo seguirá peor.
Estamos a tiempo y en condiciones políticas de ver cómo se puede rescatar la tradición. Básicamente debería de preocupar a los chilpancingueños que las nuevas generaciones, sobre todo los niños que ya llevan en la sangre el gusto por los tlacololeros, conozcan a plenitud el significado y vivan lo que es Chilpancingo en sus raíces tradicionales. Ojalá que si se pueda.

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