miércoles, 26 de septiembre de 2012

ARTICULO

AMLO y Ebrard por la
Presidencia en el 2018


Alberto Mojica Mojica


No es necesario un gran esfuerzo de memoria para concluir que es la primera vez que un político que ocupa un cargo de alta responsabilidad pública declara abiertamente que quiere ser presidente de México con un sexenio de anticipación.
Ése es Marcelo Ebrard Casaubón, el jefe de Gobierno del DF. Aún no toma posesión Enrique Peña Nieto del gobierno de la República, cuando ya el perredista ha declarado a los medios de comunicación que ahora sí va en serio y hasta el final su deseo de ser candidato de su partido al primer cargo público del país.
Más allá de cualquier discusión acerca de la conveniencia o inconveniencia de adelantarse tanto al calendario, el hecho muestra claramente cuánto han cambiado las maneras de hacer política en nuestro país. Durante el PRI-gobierno, cuando el presidente de la República era una especie de semidiós, dueño de vidas y haciendas, estaba estrictamente prohibido que los integrantes de ese partido –el único que existía para efectos electorales– manifestaran su aspiración. La infracción a esta regla no escrita del hipócrita juego político de entonces era castigada con el ostracismo.
Tan hondo calaba en la vida y en las costumbres esa norma, que el sempiterno líder de la CTM, Fidel Velázquez Sánchez, la sintetizó en una frase lapidatoria: el que se mueve no sale en la foto.
Es obvio que los tiempos han cambiado, y mucho.
Hoy, seis años antes del proceso electoral correspondiente, y meses antes de que concluya su gestión al frente del Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard Casaubón ha dicho que quiere ser el candidato de su partido y presidente de la Republica en el 2018.
Por su parte, como es del dominio público, Andrés Manuel López Obrador ha dejado el PRD y los otros partidos de izquierda y se ha ido a fundar un nuevo partido en el que él pueda tomar las decisiones más importantes. Pudo haber solamente cambiado de partido, pasarse al PT o a MC, donde lo habrían recibido con verdadero alborozo. De hecho, tal vez pudo fundir esos dos partidos en uno y tener una organización de tamaño respetable para comenzar fuerte. Pero no lo hizo.
Antes bien, quiere hacer un partido completamente nuevo, acorde con su discurso de limpieza moral. Por eso está pidiendo que quienes deseen sumarse al Morena deben renunciar a su militancia en cualquier instituto, para llegar libres de toda atadura.
No es fácil prever su futuro. En la elección de este año, López Obrador obtuvo más votos que en la del 2006, pero quedó más lejos del candidato puntero, 6.62 puntos porcentuales más lejos, para ser exactos.
Y no es verdad que el voto del PRD es también de López Obrador, pues en el Distrito Federal Miguel Ángel Mancera obtuvo más sufragios que él cuando, en teoría, deberían tener la misma cantidad.
Es claro que López Obrador quiere volver a ser candidato a presidente en el 2018. Quiere serlo de un partido de izquierda que comparta su visión del mundo, pues seguramente piensa que de ese modo su victoria estará asegurada.
Pero también Marcelo Ebrard Casaubón quiere serlo. Ya lo dijo, de hecho. Y, si nada enorme se le atraviesa, lo será. Hay quienes auguran que para entonces ya se le habrá acabado el gas, la imagen, la fama. Pero, ¿puede alguien ver el futuro con tal claridad?
Por otro lado, muchos en el PRD han dicho que se van con López Obrador. Tendrán que presentar su renuncia al partido del sol azteca y llevar copia sellada de recibido a su nuevo líder para probar que ya no tienen liga partidista que les impida ser completamente lopezobradoristas. Pero, hasta donde se sabe, muy pocos de esos muchos han hecho efectiva su promesa.
Muchos otros han dicho que no se van. Y exponen sus razones: principalmente, que el PRD es un partido que le ha costado mucho a la sociedad como para dejarlo en manos de extraños que sólo lo quieren para sacarle provecho indebido. Que se quedan para recuperarlo, para hacer de él un partido al servicio de las causas sociales.
Y no se crea que quienes se quedan se caracterizan por no ser lopezobradoristas. Dos de los que han dicho que se quedan son la pareja formada por René Bejarano Martínez y Dolores Padierna Luna, dos radicales seguidores de López Obrador, entregados en cuerpo y alma al lopezobradorismo, siempre dispuestos a ejecutar las indicaciones de su líder. ¿A qué se quedan los lopezobradoristas que se quedan? A gozar de las prerrogativas que aún tiene el PRD y que aún no tiene el Morena, es una posibilidad. Dinamitar al sol azteca es otra. Sin embargo, si sabotear a los Chuchos es su misión, hay que decir que no la tienen fácil, pues ya sin su caudillo, expulsarlos del partido será algo sumamente fácil.
Como quiera que sea, en el 2018 tendremos dos candidatos de la izquierda, pues yo veo muy difícil que, también esta vez, Marcelo Ebrard Casaubón renuncie a su aspiración para dejar pasar a López Obrador en aras de evitar un cisma escandaloso –ya no existirá esa posibilidad–. Ya lo hizo una vez, y con eso basta.
Y, por su parte, no veo a López Obrador renunciando a su pretensión de ser presidente de México, si precisamente para eso dejó el PRD y los partidos de izquierda, para tener un partido a la medida de sus aspiraciones, sin cortapisas, sin limitaciones, sin réplicas, que responda como un solo hombre a su convocatoria.
Dice Ebrard que la elección intermedia del 2015, cuando Morena sea ya partido, dejará bien claro quién de los dos deberá hacerse a un lado. Pero yo no veo a López Obrador haciéndose a un lado, aun si la votación entonces no le favorece como él quisiera.
Entonces, lo que yo veo en el 2018 es una izquierda dividida, con Morena, PT y MC por un lado, y el PRD por el otro –tal vez desfondado, tal vez intacto–, sin ninguna posibilidad de ganar la presidencia de la República.
A veces me pregunto si no detrás de los dirigentes de la izquierda mexicana está una mente perversa y poderosa moviendo los hilos para que esa expresión política nunca se alce con la presidencia.
albertomojicamojica@hotmail.com

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