jueves, 20 de septiembre de 2012

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras


Habitantes de los cuatro barrios de Chilpancingo se traían un pleito de aquellos por, como decían los antiguos: quítame estas pajas.
Los celos, o supuestos celos de sentir solamente suyas a las muchachas de cada barrio era, al parecer, el meollo del asunto.
De tal suerte que se cuenta que cuando los muchachos de un barrio iban a otro, los habitantes de ese barrio los apedreaban al visitante, había descalabrados y dicen que hasta muertos.
En los años 40 del siglo pasado llegó a Chilpancingo a hacerse cargo de la iglesia de la Asunción un sacerdote bueno, noble, trabajador, respetable: El Padre Agustín M. Díaz. Era de Alcozauaca.
Dentro de su misión sacerdotal buscó la forma de apaciguar el encono entre los habitantes del viejo Chilpancingo donde lo que sobraba, además del pozole, eran los tecorrales.
Los descalabrados, los lesionados eran agredidos como decía el periodista don Ángel Chávez Navarrete: «Con arma azteca» (piedra).
De tal suerte que el famoso Padre Agustín habló con los señores de mayor respetabilidad de cada barrio, y los conminó a que dejaran de pelear y fumaran la pipa de la paz.
Este milagro de apaciguar a un pueblo tan peleonero y valentón como el chilpancingueño lo logró el señor cura a base de una práctica que este 20 de septiembre se lleva a cabo.
Esto se llama, desde aquella época: El Encuentro de los barrios. Frente a la Asunción, en el centro de la ciudad hoy por la tarde se concentran vecinos de todos los barrios con flores y cohetes.
Llevan también bandas musicales del «Chile Frito» y en romería suben al barrio de San Mateo porque este día 21 es el día de San Mateo Apóstol y le llevan la «cuelga», un regalo.
Se encuentran los chilpancingueños en el centro de la ciudad y al llegar al barrio festejado son recibidos por los anfitriones, se hace una misa y a veces hay hasta pozole y mezcal.
Y en el curso del año sucede lo mismo con cada barrio: Santa Cruz, San Antonio, Tequicorral, San Mateo y remata con San Francisco, el cuatro de octubre y «el cordonazo de San Francisco».
Bonita tradición de convivencia, atinada solución del Padre Agustín a quien mucha gente recuerda todavía por su gran labor de, como dicen los paisanos: «Unir a los barrios».
Pero resulta que ahora en la fiesta que comienza con un pozole el da 21 en el barrio, los primeros que llegan son los políticos bandidos que ni católicos son, pero ahí van, de gorrones.
¿Por qué? Porque se volvieron impopulares, ya nadie los traga, ya no tienen ninguna importancia entre la ciudadanía pero ellos, como nigüas, se andan metiendo por donde sean.

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