jueves, 13 de diciembre de 2012

ARTICULO


Dónde están los revolucionarios
egresados de la Esc. Ayotzinapa 


 Alberto Mojica Mojica

 La dura crítica que hizo en días pasados el gobernador Angel Heladio Aguirre Rivero a los maestros que suspenden con harta frecuencia las clases en Acapulco por el temor que dicen sentir ante supuestos o reales intentos de extorsión de presuntos criminales, seguramente tiene más implicaciones que las que el mismo mandatario quiso imprimirle.

Pocos días antes, un poder caciquil asentado en la sierra de Coyuca de Catalán asesinó a mansalva a la campesina ecologista Juventina Villa Mojica y a uno de sus hijos, en uno de los episodios más vergonzosos de la actuación de las autoridades ante la larga historia de agresiones a los defensores de los bosques en esa región de la entidad y sus dramáticos llamados de auxilio.
Ambos sucesos –la declaración del gobernador y la paupérrima situación de los desplazados por la violencia en la sierra– tienen más de un punto de conexión, como en seguida veremos:
En primer lugar, mientras que con relación a los maestros amenazados de Acapulco, el gobierno del estado ha mostrado una diligencia que sólo destina a los asuntos que le interesan por el efecto que pueden tener en su imagen pública, ha sido gravemente omiso ante los reiterados llamados de socorro que durante más de una década han hecho los defensores de los bosques en las sierras de Coyuca de Catalán y de Petatlán. Ése es el primer punto de comparación.
Los resultados de esta criminal omisión están a la vista de todos: los conservacionistas han sido diezmados ante la mirada al menos indiferente –si no es que complaciente o de plano cómplice– del gobierno estatal.
Otro punto de comparación estriba en un pequeño detalle perdido en el mar de información que inundó los medios informativos a propósito del asesinato de Villa Mojica, que pasó inadvertido debido a la gravedad de ese acontecimiento, y que tiene relación con la normal rural de Ayotzinapa.
Se supone que el maestro de la escuela que funciona en Puerto de las Ollas –la comunidad serrana a donde han ido a refugiarse los desterrados de La Laguna– debería ser un egresado de ese plantel formador de maestros rurales. De hecho, se supone que, en general, los maestros rurales del estado deben ser egresados de Ayotzinapa, pues para eso se fundó esa normal y uno de los requisitos para ingresar como alumno es ser hijo de campesino, hecho a la vida del campo, conocedor de las carencias de la vida en el medio rural.
Y por si eso no bastara, todo mundo sabe que esa escuela está permanentemente imbuida en un ambiente de mística, de servicio, de lucha a favor del cambio social, de lucha a favor de los deposeídos de la patria, de revolución social, pues.
No otra cosa podría uno imaginar al atestiguar la combatividad de los estudiantes y de los recién egresados de esa normal cuando marchan por las calles, cuando cierran las avenidas principales de Chilpancingo, cuando enfrentan a pedradas a la policía, cuando le gritaron «porro» a Armando Chavarría, cuando despedazaron a pedradas los ventanales del Palacio de Gobierno y derribaron el enrejado metálico (berrinches que, dicho sea de paso, nos cuestan a todos los contribuyentes, no a ellos, porque ellos aún no pagan impuestos).
Pero resulta que el único maestro de la improvisada escuela primaria de Puerto de las Ollas es un joven voluntario del Consejo Nacional de Fomento Educativo (Conafe), según constató una persona que ejerce el oficio de periodista y que subió a esa parte de la sierra con la misión civil formada por efectivos de seguridad pública, funcionarios del gobierno, defensores de derechos humanos y comunicadores para verificar las condiciones de sobrevivencia de los desplazados.
Quienes viven por aquellos rumbos olvidados de Dios saben que los únicos que tienen suficiente vocación magisterial y solidaridad para quedarse con los niños de las comunidades rurales hasta verlos terminar el ciclo escolar son los voluntarios del Conafe. Los egresados de Ayotzinapa siempre los abandonan antes de los primeros seis meses. Todo mundo allá lo sabe.
La pregunta legítima es: en este conflicto que tantas vidas ha costado a los defensores de los bosques, ¿dónde están los revolucionarios egresados de la normal rural? ¿Dónde están los enjundiosos, los irreductibles, los progresistas, los justicieros ahora que tanto se necesita su presencia? Los niños de la sierra, para cuya educación dicen que se han preparado durante años tras los muros de la normal, necesitan maestros que los acompañen de principio a fin. Pero ellos no lo hacen porque eso sería traición a los principios y colaboracionismo con el régimen.
Ha de ser por eso que prefieren apostar al todo por la nada. Así, si al menos un detalle de sus exigencias no se les cumple, tienen pretexto para bloquear calles, que eso lo saben hacer muy bien y no implica el riesgo de ir a enfrentar caciques. albertomojicamojica@hotmail.com

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