martes, 11 de diciembre de 2012

COLUMNA


La Jaula de Dios


Jesús Pintor Alegre

 Dos hechos importantes a nivel nacional impactaron en la población, ocurridos este fin de semana, muy por encima de los hechos copetudos por la propuesta de presupuesto de egresos, y el alza de la gasolina criminal; más allá de un posible anuncio de crisis y economía en recesión que pudiera darse este fin de año. 

Hechos que dieron paso a sentimientos encontrados, y que las televisoras han explotado muy bien, sabedores dónde y cómo se hace dinero con la masa, cómo inducir sentimientos y cómo obligar la voluntad del individuo, a que le entre con su cooperación para que las empresas poderosas puedan evadir impuestos. 
Por un lado, los lloros no pueden sustraerse de un sector poblacional importante por la muerte de la cantante de banda, Jenny Rivera, en un hecho que las televisoras se han volcado para explotarlo por su rentabilidad, y hasta sacan virtudes desconocidas de una mujer que cantó con dolor hacia el hombre, ejecución enmarañada en su vida personal.
Al rato, tras repasar una y otra vez sus canciones, las entrevistas concedidas en vida y de gente cercana a ella tras su muerte, los programas especiales, para meter a la población dentro del dinamismo que termina siendo mercantilista en este mes de por sí, por antonomasia, que sirve para esquilmar al miserable, con esos trucos que otorga el capitalismo. 
Y el otro hecho, el triunfo, dicen, inesperado, de Juan Manuel Márquez, sobre el filipino Many Pacciao, quien se llevó una bolsa de 25 millones de dólares, mientras que el mexicano, sólo 10, y se dice «sólo», no obstante ser también exorbitante, pues marca, de acuerdo a los expertos, que el favorito era el asiático, por más de 2 a 1 sobre el azteca.
Pero allí el hecho, el presidente del copete intelectual, Enrique Peña Nieto, le habló a Márquez para felicitarlo, encuadrado bajo las arengas del «sí se pudo» de los fanáticos que estuvieron en Estados Unidos, o que vieron la pelea por televisión. Felicidad radiante y mucho ánimo.
De todo esto, ya en las redes sociales se han sustraído la serie de comentarios que esto mismo ha generado: por un lado la lluvia de dolor de algunos, o digamos, varios, o mejor: muchos; o bueno, mejor: excesivamente, de gente que se sintió lastimada por la muerte de la cantante, sin importar que mayores sean los problemas personales que padecen todos y cada uno de los que desean el descanse en paz y la señal de luto.
Una situación no tan mayor, pero sí significativa, que ha ocasionado el triunfo del mexicano sobre el filipino, en el triunfo en el cuarto y aseguran, último encuentro de esta su saga, que ha marcado un hito, o quizá, en los menesteres verbales, mejor sea decir: un hiato, que se enuncien en poemas asonantes.
Y a los lados, una acción creció, con una fuerza poco esperada, pues se ha tenido que apagar, ya que por aquello de «crea fama y échate a dormir», y donde la burra no era arisca, los palos la hicieron, han habido quienes sospechan que son actos distractores porque algo se le viene encima o ya lo tiene, al país, con la firma copetuda.
Que no sorprenda si es así, porque los políticos han acostumbrado al pueblo, a salir con disparates, muertes como las de Luis Donaldo Colosio, José Francisco Ruiz Massieu, o los miles de la encarnizada lucha del combate de Napoleón Calderón Hinojosa, que se asegura tienen firma, pero luego los que se espantan, allá tras sus rubores, aseguran que han muerto porque así lo quiso Dios. 
Y entonces, como dijera el secretario general, Humberto Salgado Gómez, en el caso Ayotzinapa, pero trasladado a esto: no hay autor intelectual. Así lo quiso Dios, y entonces, en consecuencia, a partir de esa premisa, el culpable es Dios, dicho con una facilidad tal, que al rato se sacuden las manos y se encogen de hombros, y sellamos con «no somos nada».
Y entonces, nada sucede en este mundo si Dios no lo permite, y los ateos arremeten para decir que entonces no se puede adorar a un Dios que permite dolor, miseria, persecución, y muerte, para luego enredarse en este mundo sin torre de Babel, pero sí con mucha miopía y evanescencias. Una situación que al rato se olvidará, allá por el 2030, pues la memoria mexicana es muy frágil y sobre todo, maleable. 

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