martes, 15 de enero de 2013

COLUMNA


Amores perrísimos 


Apolinar Castrejón Marino 

Fernando es un «maestro barco» a quien le gusta contar anécdotas a sus alumnos, en lugar de impartirles clases. Una de tantas narraciones, se refiere a que él iba por la calle, cuando de repente se encontró frente a una «manada» de perros que andaban en celo.
Como es bien sabido los perros reaccionan biológicamente a los estímulos hormonales de las hembras que se tornan receptivas (vulgo, «cachondas») durante 8 días, una vez cada año. En tal trance de excitación los perros pueden dejar de comer por varios días, y se disputan casi hasta la muerte, la oportunidad de aparearse con la perra en celo.

Invadidos de esta animación, se tornan súper resistentes a las agresiones de otros perros de mayor tamaño, y olvidando toda docilidad y mansedumbre, se convierten en una bestias peligrosas hasta para los humanos. Una jauría así, intimida a cualquiera.
Bueno, a cualquiera que no fuera el maestro Fernando. Desde lejos se nota que es un «norteño» típico, porque viste pantalón de mezclilla un tanto ajustado, camisa de franela a cuadros y sombrero «piteado», con una hebilla descomunal.
Es muy dado a presumir su valor y entereza, combinada con buenas dosis de jocosidad y chispazos de ingenio… según sus mismas palabras. Por eso, el maestro Fernando ni siquiera se intimidó a la vista de los canes escandalosos y agresivos que corrían desordenadamente mostrando los colmillos en señal de pelea.
Uno de tantos perros, tratando de hacer gala de su poderío, gruñía a las gentes que pasaban o se encontraban cerca. Y la gente se apartaba, tratando de evitarlos. Pero el maestro Fernando no hizo caso de los colmillos amenazantes, y entonces el perro de aspecto feroz, se le acerco con la clara intención de atacarlo.
Al ver la amenaza, Fernando se plantó con las piernas abiertas y los puños fuertemente apretados, de frente a la bestia. Y cuando el perro se le lanzó a tratar de morderlo, Fernando lo recibió con un fuerte puntapié en el cuello, que le perforó la garganta con la punta metálica de sus botas texanas.
El perro sacó sangre por la boca y cayó agonizante al suelo ante el estupor de los demás perros. Al ver tan espeluznante escena, los canes asustados prefirieron correr en desbandada.
Desde luego, que ningún alumno podía contradecir al «maestro» Fernando, acerca de la veracidad de sus aventuras. Y así podía vanagloriarse impunemente, y hasta convertirse en todo un héroe, ese güero panzón, «chelero» y chismoso.
Pero nosotros sí tenemos la oportunidad de decir que los perros son unas auténticas bestias peludas. Su piel tiene el grosor y resistencia del triple de la piel humana y sus órganos están protegidos por fuertes músculos y huesos. Ningún humano puede ocasionarles el menor daño, sin valerse de alguna arma.
Inclusive un perro de los que llaman «chihuahueños», puede ser un peligro mortal, pues con sus pequeños y bien afilados colmillos, podría cortar las venas vitales de las piernas, o de los brazos de una persona. Se sabe que han destrozado la cara de niños a mordidas y arañazos.
Hay mucha gente con familias disfuncionales, que prefieren profesar cariño y hasta adoración a los perros, en lugar de prodigar afecto a sus consanguíneos. Estas gentes indecentes y sucias, duermen y comen con sus perros, los besan en la boca y les prodigan arrumacos. 
Desde luego, cada quien está en libertad de querer mucho a su mascota, de darle la categoría de un hijo, hermano o cualquier familiar. Lo malo está en que tal trato de «humanizar» a sus animales, invada la esfera social de las demás personas.
O diga sino, es de lo más antihigiénico que las gentes aborden el transporte colectivo llevando a sus porquerías de perros, que entren a los restaurantes y los suban a las mesas. Está científicamente comprobado que el jadeo de los perros lanza al ambiente un vaho lleno de bacterias nocivas a los humanos.
La acumulación de excrementos de perro en las calles y espacios públicos, a razón de un kilogramo diario en promedio por cada cánido suma varias toneladas, de las cuales varios gramos van a parar a su comida, o penetra por sus ojos, nariz o boca por la vía del aire. 

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