martes, 12 de febrero de 2013

COLUMNA


 Febrero, mes de
 las inscripciones

Apolinar Castrejón Marino  

Como es conocido por casi todos, febrero es el mes de las inscripciones, y por tal motivo los padres y madres de familia se ponen frenéticos, esperando colocar a sus hijos en las «mejores» escuelas.
Se ha convertido en un verdadero síndrome que nubla la razón y multiplica la tolerancia a las inclemencias de la vida. Sobre todo de las mamás, quienes hacen largas filas a las puertas de las escuelas con tal de conseguir una «ficha» de inscripción.

Lo que no se toma en cuenta es la opinión de quienes debieran estar más interesados, los niños y jóvenes, toda vez que es ellos quienes afectarán la asistencia o no a la escuela. Hablando precisamente de la escuela secundaria, sabemos de buena fuente que a nadie se le ocurre preguntarles a los niños y jóvenes si quieren ir a la escuela.
La experiencia nos dice que serían más felices si los dejaran estar en la cama hasta muy tarde y solo levantarse para comer. La ocupación que les atrae es jugar y andar con sus amigos. Ver la «tele» quizá sea atractivo, pero nada como jugar en la computadora por horas y horas.
La pubertad es una etapa de cambios radicales en lo físico, y la adolescencia es una fase de transición de la infancia a la juventud, lo cual implica asumirse como persona, formarse un criterio e integrar una identidad.
Con estas complicaciones, ningún niño o joven está interesado en la escuela. Ir a clases diariamente significa enfrentar un mundo de hostilidades: maestros desconsiderados que tiene la ocurrencia de dejar tareas, compañeros que gustan de humillar a los más débiles o menos agraciados.
Las mujercitas no son menos agresivas: son muy dadas a presumir su belleza y la finura de su físico. Ostentan la calidad de sus vestidos y calzado, las amistades de sus «papis», y desde luego, llegan abrazando su «lap-top».
Es en esta etapa de la vida, que los jovencitos tiene su primera lección de cómo navegar en la vida, con influencias. En la Ciudad de Chilpancingo, en el Estado de Guerrero, más del 50 por ciento de quienes ingresan a la educación secundaria es gracias a que su papá o su mamá «tienen una amiga o amigo» que trabaja en la escuela que han elegido.
Evidentemente, el control y la disciplina está muy relajada en cuanto al ingreso de estudiantes, por ¿En qué reglamento se contempla que cada maestro, maestra, conserje, o prefecto «tenga derecho» de meter hasta a 5 familiares, ahijados a amistades?
Desde luego que tal favor, no lo hacen de gratis, pues reciben una cantidad en efectivo o un pago «en especie» que van desde una botella de licor fino, unas zapatillas de lujo, un bolso o una «comida», se entiende que con fiesta.
Todo esto se hace ante la complacencia (¿Y complicidad?) de los directivos, de los funcionarios de la Secretaría de Educación y quizá de la mera secretaria. Las madres y padres de familia que se desvelan haciendo fila alrededor de la escuela esperando su turno para solicitar una ficha, son cruelmente burlad@s por este tráfico de influencias.
Y los jovencitos se dan perfecta cuenta de tal situación, y como se encuentran en plena formación ¿Qué es lo que aprenden? ¿Dónde queda el enunciado de la misión de la escuela de que el alumno será capaz de manifestar en actos concretos de su ser personal los valores de fe, fraternidad, solidaridad y compromiso de servicio?
Se pretende que al concluir la etapa de educación secundaria el alumno sea una persona integrada a la sociedad, que deberá de ser capaz de vivir valores éticos y cívicos que le despierten el amor por la familia, apreciar y valorar la vida en democracia, y será capaz de manifestar en su persona y diario actuar, valores como: la paciencia, afabilidad, humildad, respeto, generosidad, indulgencia y honradez.
Así son las cosas para los jovencitos ¿Ahora entiende por qué son desobedientes, respondones y flojos? ¿De qué color quisiéramos que vieran la vida estos individuos en formación? ¿Esperamos que solo aprendan «lo bueno» de nosotros?

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