jueves, 4 de abril de 2013

COLUMNA


Cosmos

Héctor Contreras Organista


 «¡Éche, amigo, nomás la última copa!» 
Irredento lector de la columna «Sopa de Letras: A la tinta» de mi admirado maestro columnista don Noé Segura Salazar, a quien cumplidamente agradezco sus envíos por internet, me he enterado que hace unas horas fue devuelta a la madre tierra para el descanso eterno, «Doña Lionchi», respetable dama de quien nunca supe su nombre de pila pero sí de su fama, agradecida a don Fortunato «Nato» Morales Rodríguez, dueño de la muy popular cantina «El Refugio» (calle 5 de mayo) que hace años completaba la tercia de ases con otros dos establecimientos de renombre: «La Bohemia», de don Delfino Adame (El Pelón) en la calle Juan Ruiz de Alarcón y «La Puerta del Sol», de don Luis Santos, en calle Ocampo del barrio de san Mateo.
Nato Morales era un viejo cantinero de un carácter de los diez mil demonios, pero elaboraba un caldo de camarón delicioso, tan sabroso que jamás nadie en ninguna parte lo ha vuelto a degustar. 

«El Refugio», como las cantinas mencionadas, abría sus puertas de lunes a sábado, a las dos de la tarde. Minutos después de la tres comenzaban a llegar los empleados que atestaban los locales, particularmente en días de quincena.
Quizá la cantina más visitada fue la de don Fortunato «Nato» Morales por sus caldos de camarón.
Los servía en unas copas de cristal, no muy grandes y que colocaba en «fila india» sobre el viejo mostrador de madera embadurnado con pintura de aceite en color amarillo. 
Quien llevaba las copas con el caldo a las mesas ocupadas por los parroquianos era el ayudante de don Nato, un hombre muy activo: «El Chatán», venido a Chilpancingo de la región de la montaña. Aquí alcanzó popularidad y muchos amigos entre los bohemios y sobre todo entre los asiduos clientes de «El Refugio».
Después de servidos los caldos, Nato Morales enviaba a los clientes, en unos pequeños platos de peltre, pedazos de cecina frita, deliciosa, rebanaditas de queso seco o fresco y chilitos en vinagre.
Para quienes seguían consumiendo cervezas, llegaban después las semillitas de calabaza, tostadas en comal y que muy pronto desaparecían por sabrosura… y, por ello, ante la falta de botana, algún exigente bebedor gritaba a todo pulmón:
«¡Ese Nato… más botana!»
Y desde atrás del mostrador, Nato Morales respondía también con energía:
«¡A comer a ca’Lionchi, cabrones!»
La clientela reía.
«Lionchi», era dueña de un restaurante localizado metros más delante de la cantina, rumbo al norte. Inicialmente sobre la misma calle 5 de mayo esquina con la calle de Neri. Después cambió su ubicación a la calle Belizario Domínguez.
«¡A comer a ca’ Lionchi, cabrones!» fue una frase que años después se popularizó entre la palomilla chilpancingueña y se expandió por toda la ciudad hasta invadir sagrados recintos cuyo dominio corresponde a respetables amas de casa, al grado que cuando el marido llegaba tarde y en estado de ebriedad exigiendo de comer, no faltaba la esposa valiente que le dijera:
«¡A comer a ca’ Lionchi, cabrón!».
Queda, pues, testimonio que la desaparecida señora «Lionchi», alcanzó  fama gracias a don Fortunato Morales quien a su vez ratificó su popularidad con otra frase:
«¡Pagando, cochos, porque tiembla!», que corresponde al anecdotario chilpancingueño y relata que cuando la cantina estaba a reventar, comenzó un temblor de tierra y la clientela salió corriendo sin pagar lo que habían bebido. Un día después nació la frase:
«¡Pagando, cochos, porque tiembla!».
El doloroso anuncio escrito por nuestro cordialísimo amigo don Noé Segura Salazar en su columna Sopa de Letras (A la tinta) lastima. Duele cuando se sabe que otro muy importante personaje de nuestro pueblo se va para siempre, como en su momento se fueron don Nato Morales, Chatán, Luis Santos, don Delfino Adame conocido como El Pelón, La Cuáchala, La Calobia, Güello, Víctor y sus sabrosísimas botanas allá, a la vera de la carretera.
Ese viejo Chilpancingo se sigue desgranando, yéndose, acabándose y olvidándose. Descanse en paz doña Lionchi, cuya actividad comercial y de vida la llevó a escribir su nombre en la historia de Ciudad Bravos, gracias a la observación de un hombre bueno: don Nato Morales.
Aquí como en todas partes, las cantinas en todo tiempo son indispensables ofertando sus «artículos de primera necesidad». Sirven para dar descanso al trabajador y alegrarlo un poco. 
Es el templo de Baco, es el remanso del fatigar cotidiano, es el sitio donde el marido oprimido ríe, grita, llora, bebe y olvida su penar, aunque sea por unas horas.
Ya lo dijo mi tío Pancho: ¡Esta vida sin alcohol, no es vida! 
Descanse en paz doña Lionchi.

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