martes, 9 de abril de 2013

COLUMNA


Horario de verano  

Apolinar Castrejón Marino 

De nueva a cuenta estamos en el Horario de Verano, y de nueva cuenta, la gente protesta por los efectos metabólicos negativos, por la imposición del gobierno y porque solo deberíamos regirnos por el «horario de Dios». Desde el chofer de transporte urbano, hasta el albañil y la vendedora de tortas, protestan «porque no veo el ahorro en el pago de mi recibo de luz». 


Y aquí cabe mencionar las palabras del escritor Franz Kafka, quien en su obra «Consideraciones sobre el pecado» dice textualmente: «antes yo no comprendía por qué no recibía respuesta a mis preguntas. Hoy no comprendo cómo podía creer que podía preguntar. Finalmente, no creo en absoluto; solo preguntaba».
Sucede que el gobierno mexicano, el integrarse al horario de verano que se utiliza en casi todo el mundo, no está pensando en el albañil, ni en el chofer, ni en la vendedora de tortas, sino en las conveniencias de comunicación, transacciones comerciales a gran escala, y sobre todo, enfrentar la gran demanda de energía eléctrica.
Por si usted no lo ha notado, en México existen hoy en día más de 100 millones de teléfonos celulares en uso, 50 millones de computadoras portátiles (Lap-Top) y 25 millones de otros equipos de comunicación (Nextel y demás). Cada aparato de estos necesita cargar sus baterías, a razón de 5 horas en promedio diarias.
La energía eléctrica es generada y distribuida por la Comisión Federal de Electricidad, quien tiene cubierto el 92 % del territorio nacional, con 50 GW (GigaWatts por hora). Pero la necesidad de energía ha aumentado desde el año 2000 a razón del triple de lo presupuestado por la Secretaria de Energía (SENER) de los gobiernos foxista, y calderonista. 
Para cubrir la demanda de energía es necesario generar más, y distribuirla adecuadamente. El 73,6% es térmica, el 21,6% es hidroeléctrica, el 2,8% es nuclear, el 2% es geotérmica y el 1 % es eólica ¿Cuál cree usted que se ha incrementado? No se lo diremos, para no alarmarlo.
Para distribuir la energía  se requiere una gran cantidad de dinero para «líneas» (Postes, torres y cables), y como se supone, una enorme cantidad de personal que las instale y coloque. A cada distancia de «línea» se requieren transformadores que mantengan la potencia que puedan utilizar nuestros aparatos.
No vamos a cansarlo con toda la lista de necesidades de la SENER para afrontar la demanda creciente de «luz» en nuestros hogares, oficinas, instituciones y una infinidad de lugares. Pero comprenderá usted que se necesita muuuucho dinero ¿Y quién cree que lo pagará? Exacto: nosotros los contribuyentes.
Pero como la energía eléctrica es un bien muy necesario para la población, el gobierno mexicano decidió subsidiar su consumo. Si quiere usted comprobarlo, solo tome su recibo de luz y verá que el gobierno federal hace dos aportaciones para el pago de su consumo, de tal modo que usted solo paga la tercera parte.
Desde luego, los subsidios no aplican igual para todos, pues hay un uso residencial, un uso comercial y un consumo industrial. Y tampoco hay absoluta transparencia en la asignación de subsidios y condonaciones. Estamos seguros que las brujas no existen. Pero sí sabemos que vuelan.
La primera vez que se aplicó el cambio de horario en las grandes potencias fue durante la Primera Guerra Mundial. Durante la crisis del petróleo de 1973, los demás países en desarrollo modificaron su horario oficial para aprovechar mejor la luz solar.
Pero el inicio de esta idea se atribuye al político y científico norteamericano Benjamín Franklin, cuando era embajador de los Estados Unidos en Francia el año 1784, en que propuso tres medidas para el ahorro energético:
Regular el consumo de cera y velas. Hacer repicar las campanas de la iglesia al amanecer para que todo el mundo se levantase a la misma hora. E imponer un gravamen a las personas cuyas contraventanas impidiesen la entrada de luz a sus habitaciones.
Estas propuestas no se tomaron en serio, hasta que se extendió el sistema de iluminación con gas, cuya peligrosidad  requería mucho cuidado.  

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