martes, 16 de abril de 2013

COLUMNA


Marilyn y la lectura 


 Apolinar Castrejón Marino


Marilyn Monroe estableció un modelo de mujer sensual, rubia y juguetona, que ha perdurado a través del tiempo. La industria del cine norteamericano la convirtió en el símbolo sexual de todos los tiempos, pero sabemos que su fama empezó con un calendario, y luego las revistas se llenaron con su belleza.

Cuando murió trágicamente, a la edad de 36 años, en su casa de Brentwood, California tenía 400 libros en los estantes de maderas finas. Entre ellos había muchos libros de cultura general, y una enorme cantidad de títulos de las mejores obras de literatura. También tenía libros de cocina, religión y política.
Y no eran solo un adorno, como en las casas de los políticos actuales. Se deduce que los leía, porque algunos tenían separadores y una que otra anotación (en algunos se encontraron cosas personales como uñas, pelo y pestañas). Todos los libros fueron catalogados, para ser subastados por la casa Christie’s, en Nueva York».
El aparente desenfado y la frivolidad de la Monroe, eran solo las características de su personaje público, pues se sabe que estudió con ahínco las reglas y leyes del modelaje y la fotografía, y las aplicó con disciplina para hacer lucir su anatomía y sus expresiones faciales con elegancia y exquisitez. 
Y a propósito de la lectura, es muy triste el panorama que nos aguarda de acuerdo a las consecuencias perniciosas que seguramente traerá la mala calidad de la educación y la disminución de la lectura entre los niños y jóvenes en nuestro país.  
José Narro Robles, Rector de la UNAM (Para que luego no digan que lo mencionó cualquier hijo de vecino) declaró en el mes de febrero pasado que «De 2006 a 2012, el número de lectores disminuyó 10 puntos, pues pasó del 56 al 46 por ciento de la población, con un promedio de 2.9 libros al año.  Al mismo tiempo que en las naciones europeas se leen 11 títulos al año».
Lorenzo Gómez Morín Fuentes, Presidente Ejecutivo de la Fundación Mexicana para el Fomento de la Lectura (Funlectura), presentó en el mes de enero 2013 la «Encuesta Nacional de Lectura 2012». En el año 2012, FunLectura aplicó un cuestionario, de 89 preguntas, a la población de educación media de entre 12 y 17 años, y los resultados fueron que menos de la mitad leen algo (menos de 3 libros).
La presentación de la encuesta se hizo ante los académicos Guillermo Soberón, Carlos Elizondo y Javier Garciadiego; el director del Fondo de Cultura Económica, José Carreño Carlón; Fernando Solana, miembro del Servicio Exterior Mexicano, la ministra Olga Sánchez Cordero; empresarios como Olegario Vázquez Aldir, director general de Grupo Empresarial Ángeles, Francisco Gil Díaz, presidente de Telefónica México y Antonio Del Valle, presidente del Grupo Empresarial Kaluz.
Todos tienen una teoría de por qué del fracaso, pero a nadie se le ha ocurrido mirar la situación de los países que nos aventajan. Para la OCDE, el promedio es 493, pero los jóvenes mexicanos alcanzaron solo 425 puntos en lectura, mientras China alcanzó 556, Corea consiguió 539, Chile 449 y Brasil 412 ¿Cuál es la diferencia?
En México estamos hasta el cuello de burocracia, sin que haya podido escapar la educación. Al sector educativo se «colaron» una infinidad de gentes que solo buscaban ingresar a las nóminas. Sin preparación académica suficiente los funcionarios y directivos los colocaron donde menos daño pudieran ocasionar: trabajo social, comunicación y «cultura».
Para redondear el asunto, a la lectura se dio la categoría de fin, y les dieron cabida a rebaños de «promotores de la lectura», verdaderos mercenarios sin conocimientos pedagógicos, ni didácticos, y sin entrenamiento en el ámbito literario. Oficialmente separaron la educación de la lectura, y le quitaron la función de herramienta principal para el conocimiento.
¿Concibe usted que haya «promotores de la lectura» que no puedan pronunciar correctamente los nombres de autores extranjeros, que desconozcan las obras clásicas y los autores más leídos de todos los tiempos? Usted puede comprobar fácilmente que los «promotores de la lectura» no saben distinguir un soneto de una loa y que no saben hacer un ábstract.  

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