viernes, 21 de junio de 2013

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

 Don Nachito, es decir Don Ignacio Álvarez Torres, es decir IGALTO el escritor, que con ese pseudónimo firmaba sus artículos periodísticos, siempre sabrosos e interesantes, fue un hombre a quien admiramos por su disciplina en el trabajo y su total entrega a él.
Más allá de ello, fue un ejemplar padre de familia. Originario de Jalisco, llegó con su familia a Chilpancingo en los años 40 para trabajar en la instalación de la primera planta generadora de electricidad en Colotlipa, municipio de Quechultenango. Fue, pues, pionero de la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

Doña Graciela Calleja Garibay fue su segunda esposa y madre de aquellos famosos muchachos chilpancingueños conocidos en los años 60 en Chilpancingo como “Los Calleja”. Eran famosos con el apellido materno. Doña Graciela o doña Chela trabajó, porque así lo quiso, como enfermera auxiliando gente de escasos recursos en dispensarios médicos y aplicando inyecciones y sueros a domicilio.
Aparte de los muchachos Álvarez Calleja (Bernardo, Carlos, Sergio, Alejandro, Socorro e Ignacio Jr.), la mayoría nacidos en Chilpancingo, don Nachito llegó acompañado de sus dos hijos mayores, producto del amor de su primer matrimonio: Medardo e Imelda, igual de honestos, trabajadores y ciudadanos ejemplares y responsables como lo era su señor padre. 
Hace poco tuvimos la oportunidad de conocer y dialogar con Renato Amaya Álvarez, licenciado en Finanzas y Banca, un joven talentoso, estudioso, analítico y sencillísimo a más no poder, nieto de nuestro admirado Medardo Álvarez y bisnieto del todavía más admirado don Ignacio Álvarez Torres.
Nos habló de sus inquietudes por escribir y ofreció enviarnos un artículo, cosa que hizo ayer mismo. Hoy, con la consabida hospitalidad que caracteriza a nuestro –como se dice en la redacción de La Crónica/Vespertino de Chilpancingo- director en jefe, don Javier Francisco Reyes damos paso en COSMOS a la pluma del joven Renato, que esperamos no deje de escribir.
Bienvenido joven Amaya Álvarez. No podemos menos que alegrarnos al recordar a aquél gran señor que fue y sigue siendo don Nachito Álvarez Torres, IGALTO y al entrañable Medardo Álvarez.
 La fragilidad de la clase media en México
Renato Amaya Álvarez
La proporción de mexicanos que tiene acceso a bienes de consumo durables, a formas de entretenimiento -como la televisión por paga- y a servicios con contenido tecnológico -como la telefonía celular- ha aumentado. Así lo detalla el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en un reporte en el que estima que la clase media en México aumentó 4% durante la primera década del siglo XXI, alcanzando los 44 millones de mexicanos, es decir, un 39.2% de la población total. Sin embargo, ¿qué es realmente la clase media y cómo puede medirse? ¿Podría atribuírsele este nimio incremento a decisiones de política pública, a factores exógenos, o a una mezcla de ambos? Quizá no menos importante, ¿qué nos dice el hecho de que el 58% de la población en esta encuesta sea “no pobre”?
No existe un rango de nivel de ingreso o riqueza, ni un catálogo de acceso a servicios, ni un patrón de consumo de bienes que sea universalmente aceptado para determinar con exactitud la pertenencia a la clase media. Entonces, ¿quiénes componen la clase media en México y bajo qué criterios son categorizados? Según el INEGI, lo más probable es que en un hogar de clase media haya al menos un integrante asalariado con contrato escrito y labore para una empresa con razón social del sector privado. No obstante, el mismo INEGI reconoce que el sector informal ocupa a 29.3 millones de trabajadores, cifra que representa el 60% de la población económicamente activa. La elevada proporción de la clase media en México que labora en el sector informal, si bien podría estarse “beneficiando” de no pagar (la mayoría de los) impuestos, al mismo tiempo no cuenta con seguridad social (aunque muchos “formales” tampoco la tienen), no tiene acceso al crédito (la mayoría de los clasemedieros, informales o no, aún acuden a instancias crediticias no bancarias, como préstamos familiares, tandas, y demás, en especial si no tienen forma de comprobar ingresos fijos), sus incentivos al ahorro son pocos o nulos y, lo más preocupante, carece de estabilidad laboral. Así, la clase media en México es un sector todavía muy vulnerable a la inestabilidad financiera, la inflación o cambios súbitos en las tasas de interés. Una enfermedad, la falta de alguno de los proveedores de recursos, el desempleo y otras contingencias, pueden hacer caer con suma rapidez a un clasemediero mexicano. De acuerdo con el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (CONEVAL), alrededor de 32.3 millones de personas en el país se encontrarían en esa “tablita”.
Ahora bien, el combate a la pobreza ha sido un discurso político sempiterno en México. Para ello, los gobiernos han puesto en marcha planes como el Programa Nacional de Solidaridad (Salinas), el Programa de Educación, Salud y Alimentación (Zedillo), Oportunidades (Fox) y, ya con el presidente Peña, el Programa Sin Hambre. Sin embargo, aunado a que el asistencialismo por sí mismo no ha sacado de la pobreza a nadie –aunque la corrupción de quienes lo promueven sí lo ha hecho y, en algunos casos, hasta los ha conducido a grados groseros de opulencia—, ninguna administración ha elaborado una política pública yendo más allá, permitiendo que quienes salen de la pobreza, se consoliden en la clase media. Asimismo, aunque el sector informal constituye una válvula de escape de corto plazo para los individuos ante la falta de oportunidades dentro de las unidades económicas formales, su actual tamaño hará imposible el éxito de cualquier estrategia o política de incentivos para una consolidación real de la clase media. Si México concentra sus esfuerzos en “sacar de la pobreza” a la gente, en vez de consolidar a quienes ya han conseguido salir de ella, el progreso de la sociedad mexicana en su conjunto seguirá siendo una ilusión.
El gran mérito de las últimas décadas –producto en buena medida de la estabilidad financiera y de la disminución de los costos de bienes esenciales por la liberalización de importaciones- reside en haber logrado que millones de familias vivan en un entorno de estabilidad que les permite incrementar su consumo. Es decir, una gran proporción de la población ha dejado de ser pobre y vivir en permanente precariedad, pero todavía no se consolida como clase media estable, libre de vulnerabilidades estructurales. 

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