martes, 25 de febrero de 2014

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

Víctor Hugo Portillo López
-Segunda Parte-
El licenciado Víctor Hugo Portillo López (1-X-52) dispone para la buena atención en favor de sus clientes, visitantes y amigos de un despacho confortable. La recepción ocupa su propio espacio mientras que la atención personal la brinda en su privado donde el mobiliario denota comodidad, elegancia y buen gusto. 
Concentra en su personalidad la esencia de un experimentado profesional de la abogacía con innumerables satisfacciones en asuntos que exaltan la valía y prestigio de su despacho jurídico. 

En la entrevista relata con fluidez las relaciones que ha sumado al paso de los años. Acentúa con gratitud la amistad que conserva con muchos de quienes fueron sus compañeros estudiantes desde su arribo a Chilpancingo y en la universidad. Extrae recuerdos de privaciones económicas y esfuerzos, pero también el ejemplo, la energía y la orientación de quienes fueron sus maestros para quienes conserva gratitud remarcada, propiamente un homenaje permanente.
Escuchamos la franqueza y la sinceridad en la narrativa de un hombre que como todos ha luchado desde la infancia contra la adversidad, misma que le dio temple, visión, humildad, sencillez y sobre todo inteligencia, capacidad, energía y carácter para enfrentar cuanto revés le sobrevino en su formación, de la que indudablemente se siente satisfecho. Enarbola como premisa valiosa los consejos, la guía y el ejemplo de su señora madre. Repasa el ayer del agridulce vivido, que, al fin de cuentas, resulta ser aleccionador.
“Así me fui formando: Ingresé a la Preparatoria donde me dieron una beca de trescientos pesos, y tenía que ir por las tardes, ahí donde es ahora el edificio ‘Vicente Guerrero’ a trabajar un rato. Tuve maestros muy buenos, exigentes, pero recuerdo que el doctor Saúl Abarca Alarcón que fue mi maestro en Biología veía que yo tenía ciertas tendencias hacia esa materia y me preguntó qué quería estudiar. Iba yo en segundo año de Prepa, le dije que medicina, porque a mi mamá la había visto practicar la medicina y me sugirió que fuera a hacer examen a México, cuando se hacían los exámenes del politécnico y después de la UNAM, y fui sin conocer México pero con la intención de estudiar. Después me llegó un telegrama, que no había pasado. Me insistió el doctor y fui a hacer examen a la UNAM, éramos muchísimos los aspirantes y consideré que de acuerdo al número de preguntas que se resolvieron en el examen, no iba yo a pasar. Después llegó mi telegrama, que me presentara al colegio CCH-Naucalpan Los Remedios porque había yo pasada. Me fui, estudié dos años, pero una ocasión, el diez de junio de mil novecientos setenta se presentaron ‘Los Halcones’, la escuela dejó de dar clases. Ese día no sé cómo llegué al lugar donde vivía en la colonia Roma. En aquella época hubo también una persona muy importante que se llamó o se llama Willian Bisan John, un señor que conocí aquí con Bertha Clemente Trigo, que era secretaria de Tránsito y yo era su novio, porque nos conocimos en la secundaria, y le dijo que lo que se le ofreciera. Y cuando me fui a estudiar lo fui a ver al hotel Sheraton María Isabel Reforma y me recomendó para que fuera a presentarme con el director de Marina Mercante en Azueta nueve, ahí en el centro, en la alameda. Y cuando me recomendó, me dijo, y no se me olvida: ‘Tú presentarte con el capitán Eli Morales, te va a recibir, pero tú tratar de quedar bien porque no se ve bien que un americano recomendar un mexicano’, o sea, como que me lo champó y fui con el capitán Elí Morales, llamó al de personal y me quedé a trabajar. 
Con el tiempo me preguntaron unos compañeros que cómo le había hecho porque ellos tenían más tiempo y yo era un empleado de base. Ganaba bien, ganaba como quinientos cincuenta pesos a la quincena. Entonces me di cuenta que el apoyo que me habían dado era muy especial. Ya tenía una relación de noviazgo con Bertha y me vine a casar. Después nació mi hija Grisel y estudiando. Me daba de comer, lavaba, planchaba, trabajaba y estudiaba, y ahí en México me di cuenta que sí estudié, incluso tuve la distinción de que mis maestros de Literatura o de Matemáticas en mi nota le ponían: ‘Eres un excelente estudiante’, porque me sacaba diez. Bertha estaba en Chilpancingo y yo allá. De hecho cuando me voy, me voy sin trabajo y Bertha me apoya económicamente mientras me establecía. Fue algo así como unos tres meses que ella me sostuvo. Después, por circunstancias que no pude seguir con el CCH por el problema de los ‘Halcones’, intenté llevármela, pero no se pudo económicamente y nos regresamos, y ella siguió siendo la secretaria del director de Tránsito, de don Efrén Leyva, que yo lo conocí. Desde entonces conocí a Bertha como secretaria de los directores; del que llegara, ella era la secretaria y ella también me ayudó a entrar a Tránsito como maestro de Educación Vial, y sacaba a los niños a las calles para que dirigieran el Tránsito, en un banquito. Iba a las escuelas en horarios que programé para darles Educación Vial. Tuve que revalidar como catorce materias porque no era compatible el Plan de Estudios. Cursé Ciencias Sociales, porque me definí ya en la Prepa que quería estudiar Leyes. Como al año de estar impartiendo Educación Vial renunció ‘Nikita’, que era el archivista de Tránsito y Transportes, que así se llamaba en aquella época, se controlaba todo, se hacía a mano todo y se llevaba el control de todas las delegaciones que eran veintidós en todo el estado, y renunció ‘Nikita’. Ya estaba de sub director el profesor Victórico López Figueroa, el general Rubén Uriza Castro era el director. Cuando ingresé a Tránsito el director era el licenciado Mario Sierra Hernández, Humberto Martínez Ángeles como sub director. El licenciado Mario Sierra me distinguió porque me llevaba a las giras y era yo el secretario en las depuraciones que se hacían en el servicio público de que se tratara y yo escribía a mi manera y luego le pasaba las notitas ya en limpio, de lo más importante. Un personaje muy distinguido era el licenciado Mario. Muy exigente, muy elegante, muy propio, que también ya falleció, en paz descanse. Después, ya cuando entra el ingeniero Rubén Figueroa entran a la dirección de Tránsito el general Rubén Uriza Castro y el profesor Victórico. Cuando renunció ‘Nikita’, pedí al profesor, porque no estaba el general, que me diera la oportunidad de trabajar, estudiaba Leyes, ya tenía otra hija con Bertha. Le dije que me comprometía a sacar el trabajo. Hubo muchas ocasiones que no asistí a clases y cuando asistía me quedaba a pasar los apuntes que algún compañero me prestaba, Moisés, recuerdo. Mis compañeros fueron Félix, Alfonso Calderón, Chava Blanquet, de los que recuerdo. Mientras ellos iban a divertirse yo me quedaba a estudiar, mi responsabilidad era grande porque ya con Bertha teníamos dos hijas, y a estudiar y a trabajar. Así nos fuimos formando. De hecho cuando con Bertha nos casamos vivimos en una casita rentada, de bajareque, pagábamos cincuenta pesos. Le dividíamos, como para separar la cama de la salita, era una sola pieza, con una cortina de tela, un bañito de esos de madera allá en el patio, y con el trabajo nos fuimos distinguiendo. Después nos dan un permiso de taxi, yo lo trabajaba los fines de semana. Después, cuando ya voy en quinto año de leyes, el general me dio la oportunidad que de archivista pasara a ser jefe de Peritos. Terminé en mil novecientos setenta y nueve pero no me titulé luego, y permanecí un año más como director de Peritos a nivel estatal y conocí a don ‘Chico’ Pérez, un personaje grande en la dirección de Tránsito. Cuando yo era muy pequeño, porque él iba a ver por allá a Xochipala las cuestiones de los camiones, y ya cuando me nombran perito él viene siendo mi subalterno. Ahí también conocí a don Belizario Arteaga, a Enrique ‘El Rayo’, Álvaro Muñoz, Flor Aparicio, Tarcila Gatica, todos buenos amigos, hasta la vez sigo teniendo amistad con ellos. Mi maestro fue el licenciado Hugo Pérez Bautista, en Amparo, Leopoldo Parra Ocampo, otros más, igual de importantes. Quiero mencionar a ellos para no ser tan abundante en mi comentario, también con mucha influencia en mi preparación y mi persona, y el licenciado Hugo Pérez fue mi director de Tesis, Leopoldo Parra también. El licenciado Raúl Calvo Sánchez en mi examen me puso una revolquiza tremenda, pero pasé. Después, al licenciado Leopoldo Parra lo nombran magistrado del Tribunal y me pide que me vaya con él como proyectista. No sé qué vio en mí, pero me dio la oportunidad. Ahí la licenciada Maricruz, que hasta la vez sigue trabajando en el Tribunal, era ya proyectista y me enseñó a proyectar. En esa etapa nombran al licenciado Hugo Pérez Bautista Procurador y me pide que me vaya con él. Estuve quince días, porque eran vacaciones del Tribunal. Me dijo que iba a ser su secretario particular, pero por cuestiones de que cuando venía en campaña el licenciado Cervantes pusieron un templete frente a lo que es ahora la presidencia municipal y venían a comprar el periódico al centro de la ciudad. Iba alguien, que no recuerdo su nombre, y por ir leyendo el periódico se estampa con su camioneta en una camioneta que estaba cerca del templete y yo salí de la oficina que estaba en la parte de abajo, subí y me preguntó quién tiene la culpa. ‘Pues, usted’, y ese fue mi error: señalarlo como responsable, porque no podía señalar a la camioneta que estaba estacionada. Cuando el licenciado Hugo me llamó a su despacho y me dijo que no podía seguir en su propósito de poder ayudarme, de que fuera su secretario particular, era porque alguien no estaba de acuerdo. No supe por qué. Lloré mucho, pero después entendí de dónde venía la recomendación, y mira, Héctor: No hay mal que por bien no venga. Derivado de ello, después me llama el licenciado Leopoldo Parra a ser proyectista. Fui muy grosero y rebelde. Lo rebelde creo que todavía, pero creo que ya me he ido puliendo un poco. El hecho es que trabajaba con el licenciado Leopoldo Parra y era el presidente del Tribunal el licenciado Pepe Naime, también muy especial, que fue mi maestro de Lógica Jurídica, con el cual, de ochenta alumnos que éramos, sólo pasamos ocho. Con frecuencia me mandaban traer a la presidencia. Había un proyectista amigo, que en la actualidad es magistrado, no quiero decir su nombre, lo puedo decir porque nunca he cerrado la boca para pronunciar las cosas como son, pero no es el caso que lo mencione, pero se iba a acusar de que yo me salía a la hora que quería. Yo me salía porque ya teníamos otros taxis y se descomponían o chocaban o había algún problema y me salía, pero le cumplía al licenciado Leopoldo Parra con mi trabajo y me mandaban traer a la presidencia, y yo creo que era por la ignorancia que tenía el presidente del Tribunal y me decía: ‘Bueno, tú vienes a trabajar y a los demás das mal ejemplo, a los empleados y a los demás proyectista porque te sales cuando quieres’. Le contesté: ¿Qué, usted me trajo? Y me dice: salte, salte insolente, y así sucedió otras veces y le dije un día: Es que yo no vengo a tomarme el café ni a leer el periódico, yo vengo a hacer un proyecto y le hago uno diario y cuando los expedientes son muy voluminosos y muy complicados, uno a la semana. Mientras él no me diga que no le funciono, no me voy. Eso me trajo consecuencias. En un pleno del tribunal me nombraron juez de Ayutla. Se sesionaba en jueves, llegó el lunes y no me dieron ni mi oficio para presentarme. Yo entendí el por qué: Ser grosero. El hecho que le dije al licenciado Leopoldo y a los magistrados que me apoyaron que les daba las gracias y yo me retiraba del Tribunal. El licenciado me dijo que me esperara, pero le dije que cualquier error que yo cometa como juez, me va a mandar a volar el presidente, porque él tenía su gallo. Me dijo que si quería me fuera a su despacho, en Guerrero quince, atrás de la escuela ‘Vicente Guerrero’, ahí era el despacho del licenciado Luis Camacho Castañón, Leopoldo Parra y Antonio Morales y me vine. Ahí estaba Arquímedes Meza, que en la actualidad es el presidente de Peritos del Tribunal; Violeta Parra, hija del licenciado Leopoldo, Antíoco, un señor que era soldado y estudiaba leyes, gente distinguida por su esfuerzo; otro más, Alberto Aguirre que se anda jubilando como juez. Y se va Arquímedes Meza, que era el que más sabía. Yo no sabía litigar nada. Después se va Violeta, se fueron los demás y me quedé solo con la responsabilidad del despacho y de la secretaria y la renta. Me vi como arrepentido de haber estudiado leyes. Me dije: yo no sé nada. Sin embargo, de la preparación que me dio muy sutil el licenciado Leopoldo Parra cuando era yo proyectista, me daba muchos expedientes para estudiar y yo llegué incluso a inconformarme: Él cobra más y yo soy el que hace el trabajo; no se vale. Estaba aprendiendo pero no entendí eso”.  (Continuará).  

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