miércoles, 19 de febrero de 2014

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

Chilpancingo
¡Qué bonito es Chilpancingo al bajar de san Mateo!
Hugo Mendoza Rickalde, gran periodista cubano se quedó a radicar en Chilpancingo hace muchos años y compartimos una amistad muy interesante.
Y es que a un periodista “de mundo”, audaz, experimentado e inteligente se le debe y se le tiene  que aprender mucho, sin duda. Un día me dijo algo me dolió: “En tu pueblo los fines de semana sólo se puede estar loco, dormido o borracho”.

-¡Y tu prefieres lo último!, le respondí y reímos. Pero para Chilpancingo esa ha sido y es una gran verdad. Los fines de semana nuestra ciudad queda cuasi solitaria, desierta. Muere.
Tenemos por ejemplo la desgracia de que si alguien un viernes por la noche, un sábado o un domingo requiere los servicios de un médico: ¡No hay, no se localiza uno por ningún lado!
Y las nuevas generaciones preguntarán, ¿Chilpancingo ha sido siempre así los fines de semana? La respuesta es no.
Chilpancingo fue un centro comercial de suma importancia. Sábados y domingos la ciudad se veía muy activa. Las tiendas abiertas desde muy temprano, las calles eran barridas y regadas por los vecinos. Cada quien se hacía responsable de la parte de calle que le correspondía.
El mercado “Nicolás Bravo” que ahora lleva el nombre de “Baltazar R. Leyva Mancilla” estaba en el centro de la ciudad, donde actualmente se localiza el edificio “Juan Álvarez” y ahí funciona parte de la Secretaría de Finanzas y Registro Civil del Estado.
En sus calles de alrededor como Zaragoza, Rayón, República de El Salvador, 16 de Septiembre, Justo Sierra, Altamirano y la calle de las carboneras que es ahora “Baltazar R. Leyva Mancilla” pero que se llamó “Ayuntamiento”, se asentaban las casas comerciales.
Por ahí funcionaron “El Puerto de Veracruz”, la zapatería “El Gallo”, “La Voz del Pueblo”, “El traje del Obrero”, la tienda de Chucho el Tigre, la vinatería de don Toño Mendoza y más allá La Casa Lama, con don Miguel y doña Rosita Lama, el señor Tufic, don Filemón Padua, las Señoritas Cassi, don Cirilo Garzón, el mesón de don Rafael Cabrera, las maicerías enfrente y después los frijoleros que vinieron de Mochitlán, la dulcería del señor Lucio Ortega, las atoleras en la calle Zaragoza y muchos puestos de calzado y ropa como “el cajón” del papá de el fotógrafo Ernesto Rosas. Todos, todos, todos muy apreciados y muchos de los cuales hicieron grandes fortunas, pero demostraron cómo: trabajando como negros todos los días y a todas horas con una disciplina espartana. 
Y en el interior del mercado otra cantidad respetable de comerciantes, como las muy  queridas fonderas y quienes vendían barbacoa, como don Bulmaro Morales. Una señora de san Mateo vendía lengua de res en rebanadas, otras personas, ropa telas, rebozos, flores, abarrotes, papelerías, pollerías, carnicerías y mil cosas más. Fue un Chilpancingo muy activo, pujante, productivo, luchón y hubo muchas formas de hacer dinero pero: ¡tra-ba-jan-do! Y ya no platico de la actividad nocturna con taquerías, pozolerías y los puestecitos de aguas frescas como el de Chona, etcétera. Muchos recuerdos de muchísima gente que vivió (y que vivimos) ese Chilpancingo prodigioso.
Era así la vida de la ciudad porque los domingos el comercio trabajaba todo el día. Eran los jueves cuando descansaban. Ese día abrían las tiendas solamente hasta las tres de la tarde y de ahí en adelante todo mundo a las pozolerías de doña Docha y doña Jose. No había más, dicho con perdón de quienes a veces pretenden conquistar prestigio de antigüedad, cosa imposible porque como dicen mis paisanos: “En ese entonces, todos nos conocíamos”. 
La dinámica de Chilpancingo era la creatividad. Los carnavales, las fiestas de los barrios, las cuelgas, el día de quemar al Judas en las esquinas de las calles, llevar palmas de dátil a los cumpleaños de algún familiar con “Los Papaquis” y “Las Mañanitas que cantaba el rey David”. Las pozoladas, la barbacoa servida en pencas de maguey, con arroz, frijoles y tortillas saliendo del comal… y, claro: ¡El carrizo con harto mezcal!
¿Dónde quedó todo ese mundo fantástico, alegre, colorido, activo, productivo, pletórico de amistad, de canciones, de música de la Banda del Gobierno del Estado, de los paseos en el zócalo, del quiosco muy iluminado, de quebrarse cascarones en las festividades de Carnestolendas… Dónde quedó ese Chilpancingo hermoso?
Tenía razón mi inolvidable amigo y mastro periodista -¡Él sí!- don Hugo Mendoza Rickalde: “En tu pueblo los fines de semana sólo se puede estar loco, dormido o borracho”.
¿Y ahora? ¡Ni eso! 

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