miércoles, 24 de septiembre de 2014

PRIMERA PLANA

Ruiz Massieu.El crimen perfecto 


Carlos Puig/Nexos  
 (Quinta Parte)


Justicia a la mexicana, en dos párrafos y el primer día el crimen se ha resuelto. Hay intriga, un grupo secreto, intereses políticos, algo de narco y una revancha personal. 
Ésa, la del 11 de octubre, que según el expediente relató Fernando Rodríguez González a horas de ser detenido, fue la versión oficial del Estado mexicano hasta el final del salinismo. 

Fue ésa la narrativa que hasta el último día de su gestión, y de su vida, defendió el primer encargado de investigar quién mató a José Francisco Ruiz Massieu: su hermano Mario.
Cuatro años menor que José Francisco, abogado también, Mario Ruiz Massieu llegó a la política desde la academia en la Universidad Nacional Autónoma de México. El día que asesinaron a su hermano era subprocurador general de la República y el presidente Salinas no dudó en nombrarlo fiscal especial para el caso. 
La teoría de Mario fue la del asesino Rodríguez. El 23 de noviembre de 1994, a menos de dos meses de haber comenzado la investigación y sin más resultados que los que se tuvieron después de los arrestos inmediatos al crimen, decidió renunciar.
No sólo renunciar, sino hacerlo frente a los medios con un discurso que haría historia. Después de agradecer al PAN y al PRD su apoyo, acusó al PRI de obstaculizarlo y dijo que tenía pruebas suficientes para que se consignara “por diferentes delitos” a Ignacio Pichardo Pagaza, presidente del PRI, a María de los Ángeles Moreno y a Humberto Benítez Treviño, procurador general de la República, quien hasta ese día era su jefe. 
“El pasado 28 de septiembre una bala mató a dos Ruiz Massieu —dijo Mario entre aplausos de sus colaboradores— a uno le quitó la vida y a otro le quitó la fe y la esperanza de que en un gobierno priista se llegue a la justicia. Los demonios andan sueltos y han triunfado”.
Ese día Mario no imaginaba que tres meses más tarde estaría huyendo de la justicia mexicana por haber, supuestamente, protegido durante su investigación al verdadero autor intelectual del asesinato de su hermano y que después de su arresto se le descubrían cuentas en Estados Unidos por más de nueve millones de dólares, que él dijo eran de su hermano asesinado.  
El que había denunciado por encubrimiento, muy pronto habría de ser perseguido por encubridor. 
Una noche de diciembre de 1994 me llamó Juan Ignacio Zavala, recién nombrado director de Comunicación Social de la Procuraduría General de la República. Su jefe, el panista Antonio Lozano, quería conocer al mío, Julio Scherer. 
En esos días, al final de una larguísima cena en el San Ángel Inn, con muchos güisquis encima, ante la insistencia de Scherer sobre qué había encontrado en la PGR, Lozano dijo: “No sabe don Julio la porquería que hemos encontrado en el caso Ruiz Massieu. No sabe. Inimaginable don Julio, inimaginable. Esto será enorme”. 
—Cuéntemelo don Antonio, cuéntemelo —pidió una y otra y otra vez el periodista haciendo uso de todas las armas del periodista. 
—Una cosa le prometo —dijo el joven procurador—. Ustedes en Proceso lo sabrán antes que nadie.
El último día de febrero de 1995 Zavala me citó en su oficina para lo que pensé sería una reunión de rutina. Cuando me senté frente a él me dijo: no te vas a ir de aquí en una rato y me dio un papel: estamos a punto de detener a Raúl Salinas de Gortari por el asesinato de Ruiz Massieu, cuando lo hayamos hecho te vas a la revista. Así cumplía Lozano su palabra con don Julio. 
Esa tarde salí de la Procuraduría con un documento que conservo: una nueva declaración de Fernando Rodríguez González. Ésta tiene fecha del 15 de febrero de 1995. 
Dijo Rodríguez que en marzo de 1993 “se efectuó un acto partidista precisamente en el auditorio que se encuentra en el edificio sede y es exactamente ahí cuando pudo claramente observar el acercamiento entre Manuel Muñoz Rocha y el que responde al nombre de Raúl Salinas de Gortari, persona a la que por dicho de Manuel Muñoz Rocha, conservaba una estrecha amistad desde sus tiempos de estudiante de ingeniería de la UNAM, generación 1965-69. Que estando fuera de ese auditorio el declarante pudo percatarse que Manuel abordó el vehículo propiedad de Raúl Salinas, siendo éste un Ford Marquis Grand guayín color vino, sin recordar el número de placas, que recibió la instrucción de Muñoz Rocha en el sentido de que los siguiera a una distancia prudente en virtud de que Raúl deseaba platicar a solas con Muñoz Rocha. Motivo por el cual el tripulante obedece la instrucción y circulan por avenida Reforma y fue precisamente en esta avenida a la altura de la esquina con Palmas que Manuel Muñoz Rocha se despide de Raúl Salinas y aborda el vehículo tripulado por el emitente comentándole Manuel que Raúl se encontraba visiblemente enojado, que incluso nunca lo había observado con tal actitud, que del enojo visible a Raúl le temblaba la mandíbula comentándole a Manuel que habían tenido una reunión de familia, detallándole que en esa reunión se encontraron presentes Raúl Salinas Lozano, Carlos Salinas de Gortari, Adriana Salinas de Gortari y el propio Raúl Salinas de Gortari; que la reunión versó sobre personas que posiblemente afectarían lo que ellos denominaban el proyecto salinista y que había la necesidad de eliminarlos y expresó a Muñoz Rocha la necesidad de contar con su participación leal a lo que Manuel contestó que sí participaría sin que en ese momento se le indicara cuál sería su participación o el nombre de las personas que había que eliminar”. 
¿Por qué este hombre había omitido —al menos en las versiones oficiales— este relato en octubre del año pasado?  Él mismo lo cuenta en una actuación del 15 de marzo de 1995. 
“Es obvio que el olmo no da peras, el patético Mario Ruiz Massieu no podía contar con sus subordinados con gente más cuerda o menos enferma que él. Quiero precisar que fue a mi solicitud después que encontré una opción de ser escuchado sobre la verdad de los hechos en la persona de Pablo Chapa Bezanilla, que le llamé para conversar con él y comprobar primero mi hipótesis de que era un hombre honesto y con sentido de la responsabilidad del servicio público. Una vez que tuve la sensación y la impresión que sería escuchado y que se respetaría mi vida y la de mis hijos, que fue el 15 de febrero de presente año, nos reunimos aquí en Almoloya para contarle mi versión de los hechos”. 

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