jueves, 18 de septiembre de 2014

PRIMERA PLANA

 Ruiz Massieu.El crimen perfecto 


(Primera Parte)

 (Primera Parte)

El 28 de septiembre de un año negro, 1994, el secretario general del PRI y ex gobernador de Guerrero, José Francisco Ruiz Massieu, fue asesinado por un grupo de sicarios a las puertas del hotel Casablanca, en la ciudad de México. En el abultado expediente que se armó desde el día de su asesinato aparecen los nombres de los asesinos, la cantidad por la que fueron contratados, el tipo de armas que utilizaron, la red de complicidades tejida alrededor del hombre que organizó el homicidio, el diputado Manuel Muñoz Rocha. Lo que ese expediente sigue sin contar, 20 años después del crimen, es el nombre de la persona que lo imaginó, lo financió, lo ordenó. En este relato, fascinante y desconcertante, Carlos Puig viaja al pasado para reconstruir uno de los casos más enigmáticos en la historia judicial de México.

A 20 años de distancia parece un chiste, o una pesadilla, o una novela. No lo fue. 
En marzo de 1995 la Procuraduría General de la República presentó ante un juez un documento oficial, un pliego de consignación en el que afirmaba tener pruebas suficientes  que en algún momento del mes de marzo del año 1993 se habían reunido los hermanos Carlos, Raúl y Adriana Salinas de Gortari con su padre Raúl Salinas Lozano y habían decidido que era necesario “eliminar físicamente” a José Francisco Ruiz Massieu. Matarlo. 
En marzo de aquel año Carlos Salinas era el presidente de México que planeaba el asesinato de quien había sido su cuñado, padre de sus sobrinas y seguramente próximo presidente del Congreso.
El Ministerio Público federal le dijo al juez que el móvil era que Ruiz Massieu “estorbaba el proyecto salinista”. 
Decía más el “representante social”: sostenía que el dinero para financiar el asesinato de Ruiz Massieu era entregado al organizador del atentado, el diputado Manuel Muñoz Rocha, por Justo Ceja en bolsas de dinero. Esos intercambios se hacían en casa de Raúl Salinas de Gortari. Justo Ceja era el secretario privado del presidente de México, Carlos Salinas. 
Más aún: unos meses después, a partir de nuevas investigaciones, la Procuraduría General de la República le dijo al juez que Raúl Salinas de Gortari había asesinado y enterrado clandestinamente a Muñoz Rocha con la ayuda de elementos del Ejército mexicano y el ex presidente había premiado a esos militares por su ayuda en el delito.
Esta historia, vale la pena recordarlo, no la inventó un periódico, ni un partido político de oposición, ni un periodista con fuentes privilegiadas. Ésa fue la teoría oficial, la única teoría qu  contempló con seriedad el Estado mexicano alrededor del asesinato de quien estaba a ocho semanas de ser líder de la mayoría en la Cámara de Diputados y uno de los hombres más poderosos del país.
Poco a poco la teoría del gobierno mexicano se fue haciendo pedazos. Sin evidencias más allá de los frágiles testimonios de algunos involucrados, con montajes tan grotescos como aquel que involucró a una vidente y la profanación de la tumba de su suegro para hacerlo pasar por Muñoz Rocha, nada quedó de lo que el gobierno mexicano quiso probar. 
El fracaso le costó el trabajo a la plana mayor de la Procuraduría y el desprestigio al gobierno. Desvanecida esa teoría no quedó nada. Literalmente. 
Sabemos con claridad quiénes fueron los sicarios que organizaron el asesinato, sabemos del dinero que se les pagó, sabemos qué armas usaron. Y sabemos que a todos los había convocado un burócrata de segundo nivel de nombre Fernando Rodríguez González. 
También sabemos que a Rodríguez lo había contratado y pagado para organizar ese asesinato el diputado tamaulipeco Manuel Muñoz Rocha, quien desapareció de la faz de la tierra unos días después del asesinato.
Hay dos posibilidades: o Muñoz Rocha fue asesinado por quien o quienes le encargaron eliminar a Ruiz Massieu; o ha logrado vivir escondido durante 20 años lejos del alcance de la justicia. 
Como sea, hoy no sabemos por qué y quién ordenó el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu. 
Y quien lo hizo se ríe de nosotros desde algún lugar que no es la cárcel.
Fue un homicidio que se convirtió en una aplanadora: en los años siguientes provocó una segunda tragedia en la familia Ruiz Massieu: el encarcelamiento y muerte de Mario, la mancha en la reputación de José Francisco por millones de dólares guardados en un banco texano; la huelga de hambre de un ex presidente, la revelación de millones en Suiza guardados en cuentas de su hermano con nombres falsos, el desprestigio de una casa presidencial metida en un asesinato y al final la vergüenza de una Procuraduría —y la chamba y reputación de un procurador— que tuvo que aceptar que se había equivocado en todo.   
El crimen que dio la puntilla al sexenio de Carlos Salinas de Gortari y que culminó un ciclo de violencia cuyas consecuencias aún vivimos fue, para quien lo imaginó, financió y ordenó, el crimen perfecto.  
“José Francisco Ruiz Massieu estaba destinado a ser un hombre fundamental en el sexenio de Ernesto Zedillo”, me dijo hace poco un miembro del gabinete, priista de hace muchos años. “Por buenas o por malas razones”, agregó. 

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