viernes, 12 de septiembre de 2014

PRIMERA PLANA

Hotel Regis y el terremoto de 1985


(Fragmentos de mí libro aún no concluido)

Mario García Rodríguez.- Una tarde cuando me encontraba laborando en la redacción de El Sol de Acapulco, dirigido  por Ricardo del Valle del Peral, en la parte alta del centro comercial Flamboyán ubicado sobre la costera Miguel Alemán, recibí una invitación del periódico nacional El Día, donde era corresponsal y directora Socorro Díaz Palacio, para un curso sobre Actualización Periodística los días 17 y 18 de septiembre de 1985. La invitación me causó alegría porque era parte de mis primeros aciertos como reportero-corresponsal y tendría la posibilidad de disfrutar los días patrios 15 y 16 en el Distrito Federal.

Llegué en vuelo de Acapulco al DF la tarde del 15 de septiembre, tomé taxi para dirigirme al hotel Regis, impresionándome su arquitectura y decoración interior. Este antiguo hotel de muy baja altura comenzó su trayectoria desde principios del siglo XX, fue diseñado con la corriente neoclásica (estilo artístico inspirado en formas grecorromanas) y se popularizó desde entonces entre los habitantes.
Fue un mudo testigo de los grandes acontecimientos históricos de México, algunos de ellos fueron la Revolución Mexicana, la Expropiación Petrolera, la inundación de la Ciudad de México, La Inauguración de la Torre Latinoamericana en 1956, el sismo de 1957, la movilización militar de 1968, entre otros acontecimientos más.
Además de ser un recinto de hospedaje, contaba con el restaurante Capri o cabaret Capri, la cafetería Regis, y el popular Cine Regis, el cual contenía un lujo excepcional, para los que pudieron asistir a esta pequeña pero majestuosa sala cinematográfica, habrán disfrutado de las cómodas y espaciosas butacas, de sus pequeños palcos tipo teatro y de la decoración interior, recordarán también el pequeño foro con el gran telón de tela gruesa, todo ello brindaba una agradable estancia al espectador.
El Hotel Regis además de ser popular, competía con el también famoso Hotel del Prado, el cual se localizaba a escasos pasos del Regis, quizás la distinción entre ambos hoteles fue el enorme letrero en la parte alta del Regis, el cual enunciaba su nombre. Dicho letrero se acompañaba de dos letras mayúsculas “R”, las cuales estaban coronadas y pintadas de un color dorado – amarillento.
La construcción comenzó en 1909 y finalizó en el año de 1911. En un inicio estuvo planeado para albergar las instalaciones del diario El Imparcial. Entonces era un edificio de 5 plantas. En 1911 fue abandonado tras el Terremoto de México de 1911, donde se derrumbó la cúpula del 5º piso. Fue remodelando y se convirtió en edificio de departamentos, pero nunca se ocupó, y tuvo que venderse a Don Rodolfo Montes, un multimillonario, originario de Veracruz.
Transformado en hotel, se le puso el nombre de Hotel Ritz, pero sólo mantuvo dicho nombre un año, ya que tras la caída de Huerta, tuvo que cambiar de nombre. Así surgió el Hotel Regis. El edificio neoclásico albergó en su primera etapa a los más destacados prohombres nacionales. Sinaloenses y sonorenses lo tenían como centro de actividades y conspiraciones. Desde 1917, se aumentaron pisos y se añadió un reloj en la azotea. En 1919 se amplió el Regis, construyéndose el Teatro ¨la bombonera Regis¨ (años después, cine Regis) y el Restaurante Don Quijote, así como el bar Regis.
Las ansias de Montes por hacer del Regis la mejor hospedería de México, lo llevó a planear la remodelación de la fachada, empeño que lo colocó al borde de la quiebra, por lo que tuvo que cederle la propiedad a una familia de apellido Hernández, Facundo Hernández lo obtuvo, pero falleció unos días después y la viuda de Facundo se encargó, nombró a Manuel Castelan Meza administrador del hotel, esposo de su hija mayor. Todo parecía bien hasta 1933 cuando la viuda se enamoró de un taxista de la compañía Regis. Haciendo escándalo en su familia, donde Manuel y sus sobrinos se negaron a aceptar el matrimonio. Al casarse de inmediato, Manuel y sus sobrinos fueron enviados a la cárcel por el nuevo marido. Poco tiempo después, el infiel marido de la viuda Hernández, la abandonó y huyó del país. Manuel fue liberado en 1940, pero estaba mal de salud, se divorció de su esposa Paulina, tenía problemas de pagos. Falleció en la oficina de la administración. Con esto, la familia Hernández decidió vender el Regis. Lo que sigue es otra historia.
LAS FIESTAS PATRIAS
Ya una vez instalado en la habitación 514 del quinto piso, me dirigí al frigorífico para tomar una cerveza, cuando tocaron a mi puerta, y cuál fue mi sorpresa, eran unos compañeros corresponsales de Sinaloa, quienes me invitaron a salir a tomar la copa a un lugar del centro. Sin perder tiempo alguno, nos dirigimos al famoso Garibaldi, tras varias horas de beber, regresamos al hotel y nos dirigimos al bar donde artistas actuaban y cantaban melodías mexicanas. Aún recuerdo bajos los efectos del alcohol, personas se dirigían al zócalo para participar en el grito de independencia que daría el entonces presidente Miguel de la Madrid. Al alba, del 16 como pude me dirigí a mi habitación y quedé profundamente dormido.
Horas más tarde, espantosos ruidos me despertaron con un fuerte dolor de cabeza, reaccionando identifique los ruidos que provenían de la calle a causa del desfile que pasaba bajo mi balcón, lo que de inmediato me dirigí al refrigerador para prepararme una copa y disfrutar de la marcha de los soldados que pasaban por la avenida Juárez rumbo al zócalo. Me sentí un burgués con mi copa en mano, soñando que estaba en el balcón presidencial del palacio nacional.
Al día siguiente, me presenté al curso convocado por el periódico El Día, donde los 50 corresponsales recibimos capacitación y por supuesto después nos ofrecieron convivios que disfrutamos. El día 18 fue intenso por los cursos que duraron hasta cerca de la noche, Ya una vez cumplida la faena. Nos dirigimos al hotel. Por la noche, los compañeros me invitaron a parrandear, negándome aduciendo cansancio porque me quería preparar para regresar al puerto.
En mi habitación de estilo francés, hice algunas llamadas a mi madre, para informarle la hora que llegaría en el avión al aeropuerto. Después le hablé al maestro Fernando Pineda Ménez y nos citamos a desayuna en el restaurante del hotel. Antes de acostarme salí al balcón y veía el arribo de personas a la hospedería, eran agentes aduanales que identifique por el color de sus uniformes. El Regis estaba al 95 por ciento de su ocupación 
19 de septiembre
El reloj marcaba la 7:19 
En las pantallas de los televisores se veían a Memo Ochoa y Lourdes Guerrero dando noticias. De repente empezó a moverse la lámpara de araña estilo francés de vidrio cortado que colgaba en medio del techo, Estaba recostado en la cama, Reaccioné de inmediato “está temblando”, ¡hurra!, exclamé, y pensé periodísticamente “veré como corren los chilangos”, para publicar una nota de color en El Sol de Acapulco,  donde trabajaba.
Me moví sobre la amplia cama que se mecía en la habitación 514 del quinto piso de dicha hospedería, que se encontraba a un lado de la Alameda central en el DF, sobre la avenida Juárez, lugar donde nos hospedábamos un grupo de corresponsales del diario nacional El Día, que asistimos a un seminario de capacitación periodística.
Soy persona con discapacidad, secuelas de poliomielitis en la pierna derecha, por lo que me veo en la necesidad de caminar con muletas. 
Cuando pretendí asomarme por la ventana, sentí fuerte sacudida y para no caerme al piso agarre las cortinas 
Fue entonces que vi abrirse el techo de la habitación, las cortinas me cubrieron y así envuelto caí al vacío junto con los escombros del edificio sobre la avenida Juárez.
En mi estrepitosa caída gritaba ¡mamá, mamá sálvame!, al tiempo que veía una luz brillante en forma de mujer que extendía sus brazos; para cubrir mi cuerpo.
No sentí golpe alguno, porque los escombros y las cortinas que me envolvieron, eran tres, dos de telas y una de hule, amortiguaron la caída. 
Ya en el suelo no podía respirar. Luché por liberarme de la envoltura que me había salvado y poder inhalar oxigeno. Una vez que pude hacerlo, olí gas y dije “¡¡¡En la madre!!!. Esto va a estallar”. Me acordé de las calderas que funcionaban en los sótanos del hotel que era famoso por sus baños, donde acudían los más influyentes funcionarios, políticos y líderes desde los años 40´s.
Pedía ayuda “auxilio, socorro” ¡sáquenme de aquí!, gritaba con fuerza. Se empezaban a oír el aullar de las sirenas de las patrullas, lamentos y llantos. El marco de aluminio de la ventana de la habitación que ejercía fuerza sobre mi pecho, impedía moverme para liberarme de los escombros que amenazaban caer sobre mí.    
Con una mano trataba de liberarme y con mi pierna izquierda que está sana, me empujaba para atrás al tiempo que seguía gritando. La semi cueva donde estaba sepultado, el fuerte olor a gas y la posibilidad de que el terremoto hubiese afectado al puerto de Acapulco donde se encontraba mi mamá, aumentaban mi angustia por morir.
Los minutos pasaban, mis temores aumentaban, empecé a llorar y la esperanza de ser salvado se alejaba más y más. Oraba en silencio, mientras seguía gritando. A lo lejos oía que empezaba la búsqueda y eso me animo a pedir auxilio a pulmón. Entonces sentí dos tenazas sobre las muñecas de mis brazos que me arrancaban del lugar donde yací al menos por 20 minutos bajo los escombros y el fuerte olor a gas que invadía todo el ambiente.
Era un uniformado que me sujetaba muy fuerte, y pedía que me pusiera de pie, a lo que le respondí “no puedo, tengo polio en la pierna derecha. 
Ayúdeme a encontrar mis muletas que por algún lugar estarán”. El oficial me cargo y me llevó a la parte trasera de una patrulla que ya se encontraba cerca de lo que fue un hotel lujoso, que ahora era un cerro de escombros.
La vista era desoladora, un ambiente tenso. Se veía como una ciudad bombardeada. El policía que me había salvado, se quitó su gabardina y me la prestó para cubrir mi cuerpo semi-desnudo. Se alejó y a los pocos minutos regresó con un hombre desnudo, que había también rescatado y al igual que yo, lo subió a la patrulla.
Eran cerca de las 8 de la mañana, 40 minutos después del temblor, cuando la patrulla donde nos encontrábamos partió por la calle Balderas rumbo a Niño Perdido. Íbamos a la altura de las oficinas del Novedades, cuando escuchamos una fuerte detonación. Eran las calderas de los famosos baños del hotel Regis. Una lengua de fuego se vió y oramos por las victimas sepultadas que no fueron rescatadas a tiempo. La noche anterior la hospedería tenía un lleno del cien por ciento. Si nos salvamos 50, fuimos muchos.    
La habitación 514 era amplia, con jazzcusi, baño lujoso, azulejos de color azul. Al traspasar la puerta de entrada y al caminar sobre la suave alfombra se sentía la sensación de flotar. En medio de ella, una gran lámpara de araña de vidrios cortados estilo francés pendía en medio del techo.
Junto al televisor grande se encontraba el frigobar repleto de botellitas con bebidas alcohólicas, botanas, hielo, hasta chocolate, todo un manjar para pasarla súper bien.
La ventana daba hacia la avenida Juárez, con panorámica.
El sismo del 19 de septiembre de 1985 tuvo intensidad de 8.1 grados en la escala Richter, la fuerza equivalente a mil 114 bombas atómicas como la arrojada en la ciudad de Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial... Su duración fue de dos minutos, tiempo suficiente para provocar la tragedia más grande jamás vista en México.
En un instante 400 edificios públicos y privados fueron borrados del paisaje urbano de la Ciudad de México, y otros mil 700 sufrieron daños parciales, miles de personas, de familias completas quedaron atrapadas entre toneladas de escombros y el drama se repetía una y otra vez, en el multifamiliar Juárez, en Tlatelolco, la Roma, en el Hospital Juárez, en el Centro Médico, en toda las zonas afectadas por el terremoto.
Los cuerpos de emergencia no fueron suficientes para atender el gran número de llamadas de auxilio por derrumbes, incendios, fugas de gas y agua, cortos circuitos.
LA ODISEA DE LA SUPERVIVENCIA
Ya una vez instalado en una mesa de una especie de casa de salud, el dolor en mi espalda no cejaba. Fue entonces que solicite el auxilio del personal, llegando hacia donde me encontraba postrado, un enfermero quien me dio una pastilla para el dolor, entregándome a la vez una bata médica para cubrir mi semidesnudez, porque el patrullero me pidió el saco que me diera cuando me rescato de los escombros.  
Eran las diez de la mañana sin tener noticias de lo que estaba ocurriendo porque nadie sabía a ciencias cierta que ocurrió. Escuchaba lamentos, llantos, claxos, aular de sirenas, personas salían y entraban del lugar donde permanecía inmóvil, con frío, hambre y sed. Se me prohibió digerir algo, porque los médicos no sabían aun el daño interno que pudiera tener.
Cuando pasaban las enfermeras o los médicos, al verme acostado y con la bata me decía “cómo se siente doctor? Y me daban medicinas al contestarle que me sentía mal. Más me inquietaba cuando escuchaba “Acapulco se acabó” y angustiado pensaba en mi mamá que se encontraba sola en el puerto.
Otros decían “dos de los bloques del edificio donde trabajaba se vinieron hacia Reforma. Nunca había visto algo así”, relató un joven, quien recordaba que iba con su hermana rumbo a la Secundaria cuando comenzó a sentir que la tierra se movía:
“Nos dimos cuenta que era un temblor. Es una zona donde los temblores se sienten muy fuertes. A lo lejos, en la Calle Rayón, alcanzamos a ver cómo se levantaba una nube de polvo y una escuela se veía reducida a los escombros”.
El temblor cambió la vida a muchas personas. En la actualidad hay gente que todavía vive en condiciones de extrema pobreza y sin higiene. Es  feo y difícil ver que todavía hay gente que radica en los campamentos que fueron habilitados hace más de 26 años. En mi caso, debo agradecer que sigo con vida, pero la impresión vivida fue muy fuerte y traumática. Me da miedo la altura, no viajo en avión, ni subo a más de dos pisos. El temblor del 85 cambio por completo mi vida
Cerca del mediodía, una grúa habilitada como ambulancia me llevó hacia el pabellón instalado en el patio del hospital general derrumbado por el sismo de la mañana, donde voluntarios me acostaron en una litera de campaña. A estas alturas, las noticias eran confusa. 
Durante el trayecto dificultoso por el tráfico, observé casas y edificios derrumbados, cadáveres amontonados, personas llorando o rezando en plena vía pública, la ciudad lucía como las mostradas en películas de guerra o de terror.
Los transeúntes caminaban en busca de sus familiares sin rumbo fijo, patrullas y ambulancias iban y venían de un lado para otro.
Los médicos y enfermeras me auscultaban parcialmente porque no tenían oportunidad de hacerlo con aparatos.
Cerca de las 4 de la tarde, dos camilleros me trasladaron en ambulancia al hospital privado Los Ángeles, internándome por urgencias. Ahí jóvenes médicos me evaluaron minuciosamente, llegando a la conclusión que me mandarían al cuarto piso.
¡Cuarto piso!, exclame angustiado al doctor que me atendía. “si hoy me salve de morir al caer de un quinto piso, al rato no me salvo de éste, le replique al galeno.
Este lo tomó con calma y con una sonrisa en los labios me respondió “vamos, no sea pesimista, ya todo paso. Por desgracia son miles de muertos. Usted es afortunado”.
De inmediato le inquirí “doctor, dígame como está la situación del temblor. Qué paso?. Cómo está Acapulco?.
“El epicentro fue Guerrero,  sin embargo no hay reportes de graves daños en dicho puerto, sin embargo aquí en la capital no nos damos abasto con tantos muertos, calculamos que superan los cien mil, y la ciudad seriametne dañada. No hay luz, agua o teléfono en amplias zonas de la ciudad”, explicó el interlocutor.
De forma inmediata, me llevaron  una habitación que parecía de hotel, en el cuarto piso. Cerca de las 7 de la noche, un sacerdote entró y me pregunto si necesitaba algo. A lo que le respondí con una serie de preguntas, aclarándome la situación que se vivía en el DF, asegurándome que en Acapulco nada pasaba.
LA BUSQUEDA
Al conocerse la noticia del derrumbe del hotel Regis, donde me hospedaba, tanto mi madre,  familiares y mis compañeros de los medios de comunicación,  buscaban saber sobre mi suerte.
Mi madre recibía condolencias de las personas que me daban por muerto, sin embargo, ella sostuvo firmemente (aseguran amigos cercanos),  “mi hijo está vivo”, por ahí debe de andar y en cualquier momento llegará”, aseguraba a pesar de las noticias alarmantes de los medios que difundían las siniestras imagen del hotel en llamas
Compañeros de El Sol de Acapulco, como Patricia Martínez Ruíz, usaba sus contactos de telefonía para ubicarme, ya que en el DF prevalecía el caos;  logró hasta el anochecer establecer comunicación con el periódico El Día, donde le informaron de mi sobrevivencia y hospitalización, informándole mí madre, quien tomó la noticia tranquilamente. 
Por otro lado, mi amigo el entonces reportero de Novedades de Acapulco, Homero Wissel Morales, visitó la casa de su novia a quien le pidió un rosario en compañía de su familia por su amigo “mario”, de quien no tenían noticias.  Y lo que es la vida, mí ahora esposa, era su novia quien en ese entonces cumplía 17 años, a quien vine a conocer 6 años después del terremoto.
La entonces directora general del periódico El Día, Socorro Díaz Palacios, al conocer la noticia sobre el Regis, de inmediato giró instrucciones para que los casi 50 corresponsales invitados por el rotativo para un curso de capacitación, hospedados, tuvieran la atención y el apoyo necesario para el regreso a sus lugares de origen.
Desafortunadamente no se conocía el paradero de dos de sus corresponsales, de Guerrero y  Oaxaca, éste último pereció al derrumbarse el hotel, yo por fortuna lo estoy contando. El resto de compañeros la noche anterior abandonaron el inmueble a excepción el de Sinaloa y Veracruz, que salieron corriendo de sus respectivas habitaciones al momento del temblor. 
Entrada la noche, a la habitación llegó el maestro Fernando Pineda Ménez, con quien tenía cita a las 8 de la mañana en el restaurante del hotel. Me comentó que sintió levemente el temblor al momento de abordar su coche y que al llegar a la cita, cual sería su sorpresa al ver en ruinas +el hotel, dándose a la tarea de buscarme, dirigiéndose a la redacción del periódico el Día para preguntar de mi paradero.
Los compañeros del rotativo, por instrucciones de la directora general, Socorro Díaz Palacios, empezaron a movilizarse hasta dar conmigo para auxiliarme en lo que fuera posible. Las televisoras y las radiodifusoras daban cuenta de los pormenores de la tragedia de México.

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