viernes, 19 de diciembre de 2014

ARTICULO

La Navidad campesina

César González Guerrero

Con mis mejores deseos para que, en estas fiestas decembrinas, las familias de México, Guerrero, la Costa Chica y Copala, disfruten en plena armonía, paz y tranquilidad, las tradicionales celebraciones. 
Hace aproximadamente 143 años, en 1871, el escritor, poeta, periodista, abogado, ideólogo liberal, orador y político tixtleco, Ignacio Manuel Altamirano, en el marco de la Guerra de Reforma (1858-1860), escribió su tercera novela denominada La Navidad en las Montañas, en donde relata, precisamente, cómo este evento de carácter religioso, despierta la alegría de los corazones de la gente, sobretodo, de la gente del pueblo.

Ya, en esos tiempos, se hablaba de la Nochebuena, la Navidad, de las posadas, los nacimientos, la misa de gallo, los villancicos, los pastores, los bailes populares, que se significaba por ser una fiesta con carácter sencillo de la celebración, y del gran impacto espiritual de este histórico evento.
Hoy, como un homenaje a este gran personaje de la Historia de Guerrero, de México y del Mundo, que el pasado 13 de noviembre se cumplieron 180 años de su natalicio, me permito recordar momentos inolvidables que, aun en la actualidad, viven las familia campesinas, en las localidades más alejadas y con marginación social, con motivo de la Navidad.
En un inicio, debemos señalar que, no obstante las carencias económicas, los problemas diversos que se padecen y, en algunos casos la ignorancia de estos eventos, la mayoría de los pueblos del mundo hacen todo su esfuerzo para no dejar pasar desapercibidas las celebraciones mencionadas.
Nuestros pueblos de Guerrero, y de la Costa Chica, son el claro ejemplo de lo que bien señala Ignacio Manuel Altamirano en su obra. Que, por cierto, es recomendable a los maestros de las escuelas, desde preescolar, inculcar a sus alumnos, niños y jóvenes, dediquen unas horas a esta lectura, es más podría ser hasta obligada. Mas en estos tiempos en que los valores están crisis.
La mayoría de los mexicanos, por muy humildes que sean, incluidos los guerrerenses, hemos disfrutado, alguna vez, vivir la experiencia de una Nochebuena y Navidad en familia, pero tal vez muy pocos, la han experimentado en medio de la pobreza, como varios de nosotros, en los años 1960-1970. Ese ambiente que es contradictorio, en donde apenas si alcanza para comer, pero nuestros padres hacían hasta lo imposible por hacer “algo” alusivo. 
Es ahí en donde se presenta el ingenio de la gente sencilla y, ahí recuerdo la creatividad de mis padres quienes, para empezar, a falta del pino navideño, colocaban en la esquina de la casa, unas ramas cubiertas con “bolitas” de algodón y “enredado” con papel “china”, con arreglos de dulces, galletas, etcétera. 
No faltaban las figuras de barro que representaban el nacimiento del niño Jesús, tampoco faltaban las posadas en la iglesia, los bailes de los pastores por las calles, con las infaltables piñatas y obsequios de dulces, promovidos por el cura del pueblo y algunas fieles del catolicismo, como es el caso de Ma. Teresa y Ma. Coya, entre otras que no recuerdo, encargadas de preparar este grupo de danzantes. 
Precisamente, aún tengo la cicatriz que, a mis 7 años de edad, me dejó en el tobillo (decíamos “coacoyul”), el haber pretendido ganar las golosinas que, al romper la piñata, todos ansiábamos “agarrar” y, algunos inocentes como yo, eran los primeros en “tirarse” y mínimo unos 10 “Caían” encima, sin importar la edad o el peso. Afortunadamente nunca ocurrió algún accidente mayor.
En las posadas, nos reuníamos aproximadamente unos 20 niños y niñas, a partir de las 6 de la tarde, en el atrio de la iglesia de San Juan Bautista, y no faltaban los mayores de edad que “empujaban” a los pequeños, que poco a poco, fuimos aprendiendo a actuar con algo de precaución y así evitar alguna “descalabrada” o “desangrada”.
Al término, cada quien se refugiaba en su casa, pero no a disfrutar de la cena de navidad, sino a tomar algo de agua antes de dormir, a muy buena hora. No había nada más que celebrar. La Noche buena la pasábamos dormidos. 
Años después, entre 1970-1980, las cosas cambiaron algo, en Noche buena, podíamos cenar, modestamente, juntos, brindar por una Feliz Navidad y, en algunas ocasiones, después del abrazo, salir al baile popular en la cancha municipal. 
Para esas fechas, nos reuníamos en la casa de los abuelos paternos, en los famosos Barrio del Huicón primero y después en Barrio Nuevo, por lo menos unos 20 o 30 familiares, cantidad que logramos superar después de 1980, hasta alcanzar una asistencia superior a 100 y, así pasar a la historia de Copala, como una de las familias que, tradicionalmente, celebramos con unidad y alegría estas fechas.
Gracias a la existencia de nuestros abuelos Gaudencio González Pérez y Victoria Castañeda García, así como de nuestros padres Santa Cruz González Cortes y Cohinta Guerrero Aparicio, mis tías, María Gallardo, Lambertina González, Gualberta, Lucía, Francisca, y tíos Arturo y su esposa Graciela y Alberto González Castañeda. Desde luego, sin faltar las decenas de primas y primos que, por falta de espacio, no menciono en esta ocasión. Claro esos fueron otros tiempos y será otra historia.¡¡FELIZ NAVIDAD A TODOS!!

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