miércoles, 8 de abril de 2015

ARTICULO

 Analco y los muertos

Edilberto Nava García


Lo del Alto Balsas se veía venir. El enfrentamiento podía darse de un momento a otro, pues la ambición y el deseo permanente por detentar sólo por detentar más y más cerriles hace a que los pueblos disputen lo mismo en papeles, en tribunales que en el campo, en los montes, muchas veces pedregosos, pero al fin superficies terrenales.

Los habitantes de San Miguel Tecuiciapan son valentones, irascibles y en ocasiones ayunos de razón, aunque es posible que sólo sus líderes tengan tales características. Para el caso, aporto la conducta asumida ellos hace 22 años cuando se construía la brecha de terracería que une hoy a los pueblos de Mártir de Cuilapan por el lado sur del Río Balsas. Era yo alcalde en ese entonces y en Aixcualco me avisaron que los de San Miguel les habían marcado el alto; que no continuaran abriendo la brecha. Acudí de inmediato, pero el comisario municipal de San Miguel adujo que no podíamos arreglar el asunto, por el presidente del comisariado der bienes comunales no estaba en la comunidad. Me retiraba, cuando un vecino que me conocía de vista, al verme, me saludó y, preguntándome a qué se debía mi visita al comisario, se lo dije y punto. Me respondió: han de querer que les des unos millones de pesos, ya que por la construcción de la Autopista del Sol el gobierno ha soltado los billetes.
Me avisaron que en domingo debía asistir, porque el asunto de la brecha se resolvería en asamblea. Y acudí. Prácticamente sólo, hube de enfrentarme a esa asamblea. Para el caso, debo apuntar que el año anterior la Suprema Corte de Justicia de la Nación había emitido una resolución concediendo los terrenos de San Agustín Oapan al pueblo de San Miguel Tecuiciapan. Y ese domingo miré muy festivos a los comuneros, ya que en realidad llegaba el comisionado de Reforma Agraria a entregarles una millonada por las afectaciones que la SCT y las empresas ICA y subcontratantes ocasionaban por la construcción de la autopista México-Acapulco. Como era lógico, hubo un momento que me sentí insignificante.
Llegó el instante en que  arreciaron contra la obra que ejecutaba el ayuntamiento que yo presidía. Algunos hablaban en náhuatl y yo aguantando. Al concederme la palabra, me vi precisado a echar mano de los recursos de oratoria, modestísimos, por cierto. Asumí el papel de víctima endeble, indefensa, porque indefensos y vulnerables estaban los Analco. Les dije con doliente voz a los de San  Miguel, si no  compadecían  a los del otro lado del río, que hacía muy poco habíamos dotado de luz eléctrica; si no les dolía que el propio gobierno sólo hubiera construido escuelas, unidades médicas y albergues del lado de ellos y nada del otro lado del río. Les recordé que nosotros jamás exclamamos una palabra de oposición de cuando ellos lograron esos beneficios. ¿Por qué nos niegan el derecho de progresar? Terminé con tres o cuatro palabras en náhuatl.
Vino un silencio. . . Noté que entre ellos cruzaron miradas.  De entre la concurrencia, mayoritariamente masculina, se puso de pie una mujer que a leguas noté, había acudido a la escuela en el lejano ayer. Pidió permiso para hablar. Se dirigió enseguida a sus paisanos y basándose en mi pregunta del porqué se nos negaba el derecho de progresar, los invitó a reflexionar y tener conciencia social; luego  a no oponer resistencia. Que efectivamente los de Analco eran hermanos suyos, sus iguales y si no les damos -enfatizó-, al menos no impidamos que ellos por su cuenta progresen. Yo le doy la razón a su joven presidente municipal y les pido, paisanos, que permitamos que siga la construcción de esa brecha.
No sé si aquella intervención de la paisana los convenció o fueron las ganas que tenían de comer y gustar por el dinero que acababan de entregarles. Casi todos  votaron porque no se impidiera la construcción de esa vía. Al salir  de la asamblea, claro que indagué el nombre de aquella señora. Maestra jubilada que un año antes había tornado a San Miguel, tras muchos años de laborar en otras comunidades.
Empero, las autoridades de justicia cometen entuertos y gustan jueces y magistrados emitir resoluciones al “ahí se va”. Los jueces y magistrados no investigan, sino que sólo valoran pruebas que aportan las partes. Y las partes, cada una por su lado, tratan de vencerlos y para ello se recurre al engaño, a la soterrada mala fe, al soborno y a otros recursos impublicables. Y he aquí, que los de Apango sabemos y nos consta que Analco ha poseído los terrenos que la SCJN adjudicó en 1991 al pueblo de San  Miguel Tecuiciapan, aunque la defensa legal de esos bienes debían hacerla los comuneros de San Agustín Oapan, ya que Analco, por ser de menor número de habitantes, sólo lo consideraron anexo.. El caso es que los comuneros de San Miguel en ese año recibieron millones de pesos, dinero que se distribuyeron entre ellos, pero  nada a los comuneros de Analco, a pesar de que se ha reconocido que los terrenos que están del lado sur del Balsas corresponden a estos últimos. 
Y es ahí que debe investigar la autoridad. Los ejidatarios que cultivan parcelas en el ejido de Apango, Ahuexotitlán, los de Aixcualco y vecinos como Axaxacualco, sabemos y nos consta que el terrenos en disputa, los han poseído agricultores de Analco. quienes siembran incluso en  las colindancias, no los de San Miguel; que estos últimos cuentan con terrenos del lado norte del río que, por cierto con  problemas de límites hasta hace poco con comuneros de San Francisco Ozomatlán y otros.
De ahí que el gobierno se obligue a resolver el conflicto con sensatez, conocimiento y en un clima de paz. La conciliación agraria es difícil pero no imposible. Hay que tomar en cuenta que la administración pública está inmersa en la corrupción y los tribunales agrarios no están al margen, pues también han contribuido succionando recursos a los empobrecidos campesinos. Se debe actuar en sano juicio calculando más allá de las normales consecuencias. Analco no debe poner un muerto más por los terrenos  que por posesión pacífica, pública y contínua, les pertenecen. Legalmente procede la división de esos bienes comunales y, proporcionalmente, conforme al número de jefes de familia, para que no haya vencedor ni vencido. Finalmente, alguien tiene que hacer ver que “El valiente vive mientras el cobarde quiere”. 

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