miércoles, 8 de abril de 2015

PRIMERA PLANA

Me robó mi dinero
Luis Walton:Ojeda


Francisco Javier Flores V.ACAPULCO, GRO.--La indignación e impotencia se reflejan en el rostro de la señora Ana María Ojeda Vinalay mientras suelta la pregunta que parece no tener respuesta:
—¿Qué acaso mi compadre no se llena de tanto dinero?

Y es que se refiere a uno de los hombres más ricos –y en este momento poderosos- de Acapulco, nada menos que el presidente municipal con licencia y candidato a gobernador del Partido Movimiento Ciudadano, Luis Walton Aburto, a quien sin tapujos acusa de haberla despojado de dos cheques, uno por la cantidad de 175 mil dólares y el otro por un millón de pesos, además de negarse a pagarle una deuda por 200 mil pesos que contrajo con ella hace algunos años.
En su domicilio particular, donde enferma pasa la mayor parte del tiempo, acompañada solamente por sus recuerdos, doña Anita Ojeda, como cariñosamente se le conoce, hace un desgarrador relato de la forma en que, a base de golpes y amenazas, fue despojada por Walton  Aburto de los dos documentos bancarios: el de los 175 mil dólares que le dejó quien fuera su pareja sentimental, un conocido empresario ya fallecido, y otro por un millón de pesos que le envió la señora Beatriz “La Chata” Alemán a manera de indemnización, por un restaurante que doña Anita le ayudó establecer a su papá, el ex presidente de la república Miguel Alemán Valdés.
Aquejada por la terrible enfermedad del cáncer y prácticamente en la ruina, pues su casa es la última propiedad que le queda y vive a expensas de una raquítica pensión, Ojeda Vinalay, reconocida en la época dorada de Acapulco como una de las mejores estilistas del puerto, y que debido a esa actividad se hizo famosa al relacionarse con grandes personajes del jet-set, de la farándula y de la política nacional e internacional, asegura que decidió hacer pública su denuncia con el único afán de recuperar lo que le pertenece y poder ayudar a la gente necesitada.
CHEQUE EN BLANCO
En la charla con el reportero, la dama –lúcida aún- no recuerda con exactitud las fechas, pero sí guarda en la memoria el gran amor que se profesó con el empresario Alfonso Córdova Mendoza, relación sentimental que no fue ajena a la familia de éste, entre ellos su hermano Arturo, de los mismos apellidos –propietario del hotel Las Hamacas-, y sobre todo el hijo de Alfonso, de nombre Erick Alfonso Córdova, quien reside actualmente en Cuernavaca, Morelos.
Relata que incluso fue en presencia de éste cuando el señor Córdova le extendió el cheque del American Bank, con sede en San Antonio, Texas.
Mucho mayor que  ella, el empresario siempre le decía: “Anita, cuando yo muera, te voy a dejar algo, has sido una gran amiga”. Y es que ella lo cuidaba, en todos los aspectos, al grado de no exhibirse públicamente con él, o al menos no permitir que se le tomaran fotografías “para evitar murmuraciones”. Cuenta que en cierta ocasión, Alfonso Córdova se encontraba en Las Vegas, postrado, con la diabetes avanzada, y desde allá le hizo una llamada telefónica.
—Anita, tengo mucha temperatura, ya me vio el doctor pero se me están cayendo los dientes.
Recuerda que empacó ampicilina “y hasta unos mejorales creo que me llevé” –relata divertida- y corrió al aeropuerto a tomar el primer avión hacia ese destino. Llegando allá lo curó, lo colmó de cuidados. “Se puede decir que yo era pues como su compañera”, rememora. Y fue allá en Las Vegas justamente donde conoció a sus hijos Erick Alfonso y Calos Córdova, a quienes les dijo “miren, ella es su madrastra”, acto que ruborizó sobremanera a la entonces juvenil Anita, al grado de recriminarle: “Ay don Arturo, no les diga eso”. Sigue relatando:
“Es más, te voy a ser sincera, el cheque me lo dio en blanco. Me dice ponle ahí la cantidad que tú quieras, y lo firmó él y su hijo Erick lo firmó atrás.
Al pasar el tiempo y tras la muerte de don Alfonso –que ella recuerda fue un 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, en la  Ciudad de México- la señora Anita se vio en la necesidad de hacer efectivo ese cheque. Para eso había dispuesto que le pusieran, en inglés, la cantidad de 175 mil dólares “porque yo no quise abusar, porque de haber querido me quedo hasta con propiedades, pero yo no soy así; él me dijo ponle lo que quieras pero yo no iba a abusar, yo quise que fueran 175 mil dólares, y como el banco era americano que se lo pusieran en inglés, porque yo no hablaba muy bien el idioma”.
Dice que en un principio pensó en recurrir a su amigo José Rubén Robles Catalán. “Yo se lo iba a dar a él, él me lo hubiera cobrado, vino dos veces a la casa, cuando era procurador (General de Justicia del Estado). Sin embargo pudo más la confianza que en ese tiempo le tenía a su compadre.
—¿Y por qué se lo dio a Luis Walton Aburto?
—Yo le pedí que me ayudara a cobrarlo como mi compadre, como abogado y aparte por la confianza. Si él me visitaba, venía aquí a comer conmigo, a veces me decía: “Comadrita ¿qué hiciste de comer? No quiero ir hasta Las Brisas (donde tiene su residencia)” y se quedaba aquí conmigo.
A partir de ahí, la señora no volvió a saber del documento. Pasaron los meses y los años,  y cada vez que ella le recordaba el asunto, asegura, Walton Aburto se hacía el desentendido, hasta que le dijo, de plano, que el cheque lo había extraviado. En una de esas, incluso, la llevó a un despacho que tenía en la calle “Juan R. Escudero”, en el centro de la ciudad, y que compartía con el también abogado y hoy alcalde sustituto  Luis Uruñuela Fey, su socio, lo mismo que con la hasta hace poco secretaria General del Ayuntamiento, Magdalena Camacho Díaz.
La metió a su privado y le mostró los cajones de su escritorio, al tiempo que le decía:
—Mira, para que veas, de aquí se me perdió, no sé cómo, porque de este escritorio y de esta oficina nada más tenemos llave Luis (Uruñuela) y yo.
 Presa de la frustración, ella solamente atinó a decirle:
—Pues búsquelo compadre, no se puede perder ese cheque.
Posteriormente le llegaron informes de que Luis Walton Aburto se había presentado con los hijos de Alfonso Córdova a querer hacer efectivo dicho cheque; sin embargo lo habría hecho en forma grosera y prepotente, acción que no le pareció a los herederos. Ante ello Erick Alfonso la buscó para decirle que sí estaban dispuestos a hacérselo efectivo, pero que el trato fuera directamente con ella. Incluso aún sin darles ella el documento, accedieron a enviarle desde Cuernavaca algunas cantidades de dinero, de las cuales ella conserva los documentos bancarios que lo avalan. Del banco Bancomer, por cierto, del que el señor Alfonso Córdova Mendoza en vida fue consejero.
 Entonces ella recurrió nuevamente a Walton para pedirle  el cheque, con el argumento de que ella personalmente iba tratar con los hijos de Córdova.
“Le dije, compadre, démelo, yo voy a negociar con los muchachos, ya ve que ellos están desgastados económicamente, no están en condiciones de darme todo el dinero. Ya ve que uno entiende, se vino la devaluación y eso, y los muchachos estaban dispuestos a llegar a un arreglo conmigo”. Y es que los hijos de don Alfonso, conocedores del trato que Anita le había prodigado a su padre, le tenían cierta estimación.
Sin embargo, lamenta, la postura de su compadre Walton siguió siendo la misma.
—¿Cómo te lo voy a dar? Ya te dije que se perdió_ fue la respuesta tajante.
Doña  Anita reconoce como un error gravísimo no haberse quedado con alguna copia del tan llevado y traído cheque; todo, por la confianza que le tenía a su compadre.
EL TRUCKY’O
Anita Ojeda era todo un personaje en aquel glamoroso Acapulco de los años sesentas y setentas, incluso aún de los ochentas. Su oficio de estilista le llevó a codearse con figuras de talla internacional como las actrices Briggitte Bardot, Elizabeth Taylor y María Félix; políticos como Henry Kissinger, John F. Kennedy y Miguel Alemán Valdés, así como el magnte financiero Charles Trouyet. Fue una de las consentidas del ex goberndor José Francisco Ruiz Massieu, sólo por mencionar algunos, agradecidos por la fina atención que les prodigaba tanto en el Club de Yates, en Las Brisas y el hotel Malibu, como en el salón del entonces hotel Continental –propiedad de Alemán- donde prestaba sus servicios de estilista, primero como empleada, después como propietaria.
Recuerda con profundo respeto y admiración el cariño que le prodigaban quienes a la postre se convertirían en sus protectores, entre ellos el entonces director del Club de Yates, Gilberto Guajardo, el empresario Trouyet y Miguel Alemán, siempre ayudándole, siempre atentos a lo que necesitara.
Y fue producto de ese cariño que el ex presidente de México, propietario de los terrenos de lo que hoy es Plaza Marbella, le cedió una parte pegada a la playa para que construyera un pintoresco restaurante, que Anita edificó con ayuda de Charles Trouyet, estilo rústico, de palapa, diseño que corrió a cargo del arquitecto Ricardo Olvera –hermano del notario Sergio Olvera de la Cruz, ambos muy queridos por ella- y  le puso por nombre Trucky’O.
Era un negocio exitoso, pues la clientela era prácticamente la misma que frecuentaba el servicio de estilista de Anita Ojeda, y se mantuvo por muchos años. La concesión para operar en zona federal, por cierto, fue gestionada por el propio Luis  Walton, quien para ese entonces ya se había relacionado con Miguel Alemán Valdés y comenzaba a administrarle algunos negocios locales.
Con la construcción de la Plaza Marbella, sin embargo, vino la remodelación de esa zona y el responsable de la ejecución del proyecto, Jimmy Croffton, desconocedor de los antecedentes y de que el negocio era una especie de herencia que le dejó Miguel Alemán a Anita Ojeda, mandó demoler el Trucky’O, sin consentimiento de Beatriz “La Chata” Alemán, quien a la muerte del ex presidente heredó la propiedad.
Cuenta la señora Ojeda que un abogado le sugirió entablar pleito legal, pero ella, por el sentimiento de gratitud que le guardó siempre a Alemán Valdés, se negó. Además de que con algunos de sus hijos guardaba cierta amistad, sobre todo con “Miguelito” –como ella le llama cariñosamente- Alemán Velasco, el ex gobernador de Veracruz, y con Jorge Alemán, a quien ella incluso acompañaba a recorrer el hotel Continental y  le informaba de asuntos relacionados con la operación.
Añade que sí quiso buscar a Miguel Alemán hijo para hacerle saber de la situación, pero que posteriormente su hermana Beatriz, tal vez enterada de la injusticia que se había cometido al despojarla del restaurante, le mandó pedir con Walton informes, junto con los documentos que avalaran la propiedad que le cedió su papá, y ella –confiada como siempre- le envió los originales sin quedarse con copia alguna. Luego no supo más.
DESPOJO VIOLENTO
El rostro de doña Anita se ensombrece al recordar la tarde en que Luis Walton Aburto llegó a su casa acompañado de su secretario del que sólo recuerda el apellido: Saavedra. Se notaba que llevaba prisa porque así como estaba, enferma, sin arreglar, le dijo: “Vente, acompáñame, ya encontré el cheque”. Y la subieron a un jeep en el que el abogado acostumbraba transportarse, enfilando, dice, rumbo a Costa Azul.
Era tarde y recuerda que en el trayecto le hizo el siguiente comentario:
—Oiga compadre, como que ya no es hora para ir al banco, ya ha de estar cerrado.
No hubo respuesta, como tampoco visita a banco alguno. Su extrañeza creció cuando observó que el vehículo se detenía justo en las oficinas de la Agencia Fiscal Estatal de Costa Azul (Hacienda, le dice ella). Al entrar a dicho inmueble, según el testimonio, observó a la entonces  agente fiscal Edith Hernández Felizardo, y ésta al verlos llegar se introdujo a una de las oficinas desde donde, presume la señora Ojeda, estaría observando, “ya ve que tienen vidrios polarizados”.
En el edificio a esa hora ya no se encontraba ningún empleado laborando, más que el vigilante que sin mayor problema les franqueó la entrada.
Ahí, en presencia del secretario Saavedra, Luis Walton le puso enfrente el dichoso cheque por 175 mil dólares que misteriosamente apareció y sin más le ordenó:
—¡Endósalo!
—Compadre, pero ¿por qué se lo voy a endosar si ese cheque es mío?
—¡Que lo endoses, te digo. Fírmale ahí!
Al decir esto, comenzó a golpearla con fuerza en ambos brazos. La mujer, entrada en años, adolorida por el cáncer y por los golpes, y ante la amenaza de que la seguiría golpeando si no obedecía, optó por firmar el documento. Pero su sorpresa fue mayúscula cuando de la bolsa de su camisa, Walton Aburto extrajo un sobre amarillo, de donde sacó un cheque firmado por Beatriz “La Chata” Alemán, amparando la cantidad de un millón de pesos. La orden fue tajante nuevamente:
—¡Endósalo también!
—Oiga compadre, pero ¿de qué se trata? El primero según que no lo encontraba, y ahora este reciente que me mandó “La Chata”; estos cheques son míos, yo los puedo cambiar o depositar ¿por qué se los voy a endosar?
Y otra vez vinieron los golpes, todos ellos, dice en su relato, en los brazos, causándole un fuerte dolor que no tuvo más remedio que firmar el otro también. Todavía, menciona, alcanzó a tomar los cheques y  se los llevó a su pecho, oprimiéndolos, como tratando de protegerlos, acción que encolerizó aún más a su agresor quien de inmediato reaccionó:
—¡Suelta esos cheques, no los vayas a maltratar! —le gritó, al tiempo que se los arrebataba.
Acto seguido Walton Aburto y compañía salieron y pretendieron dejar a la señora ahí, en las gradas del edificio. Esta, sin embargo, imploró, pues por las prisas ni siquiera había tenido tiempo de llevar su bolso, mucho menos dinero. Finalmente accedió a regresarla a su casa, triste, adolorida, viendo cómo la esperanza de haceerse de ese dinero que de buena fe le dieron, se esfumaba.
DESDE LAS PAMPAS
Aunada al despojo de los documentos bancarios, está una deuda por 200 mil pesos de la que el ahora candidato a gobernador no se ha querido hacer responsable.
Cuenta que en cierta ocasión, estando Luis Walton en viaje por Argentina, le hizo una llamada telefónica para pedirle un favor especial, no para él, sino para uno de sus parientes cercanos.
—Comadre, préstale 200 mil pesos a mi hermano Raúl, y yo me comprometo a que, llegando a Acapulco, hago que te los pague —le dijo.
Era tal la confianza que le tenía, y sus posibilidades económicas de ese tiempo se lo permitían, que no dudó ni un segundo en hacerle ese favor a su compadre y, sin más, entregó a Raúl Walton –médico de profesión, empleado del Instituto Mexicano del Seguro Social- la cantidad requerida, para lo cual le firmó solamente un pagaré simple.
El compromiso de Luis  Walton Aburto, sin embargo, fue incumplido. Pasaron los años y el doctor se negaba a pagarle y el compadre se hizo el desentendido.
Cuenta que un día, obligada por la necesidad pues su situación económica y de salud ya eran críticas, acudió a la Clínica 9 del IMSS, en el centro de la ciudad, en donde Raúl Walton tenía su consultorio, haciéndose acompañar por el joven Víctor Manuel Jiménez Alarcón –hijo del reconocido periodista, ya fallecido, Don Mauro Jiménez Mora-; en ese entonces el muchacho trabajaba en el área de Comunicación Social de la delegación, de la cual era jefe Rolando Paredes Carrillo.
Al entrevistarse con el doctor Walton, éste le dijo que al día siguiente pasaría a verla a su casa muy temprano, que le tuviera listo el pagaré para entregárselo y que él en ese momento le pagaría su dinero. Y efectivamente, a primera hora del día siguiente se presentó al domicilio el deudor y de inmediato le pidió el pagaré; sin embargo, lejos de entregarle el dinero que le debía, lo que hizo fue, con una sonrisa burlona, romper en pedazos el documento y espetarle en la cara:
—A ver ahora cómo le haces para cobrarme —le dijo.
Y se retiró, tan campante. Años después murió el médico Raúl y con él también las esperanzas de la señora Anita de que le pagara, pues fiel a su acostumbrada falta de previsión, tampoco de ese pagaré guardó copia. Sin embargo no se le olvida que quien le pidió el favor y se comprometió a garantizar el pago fue Luis Walton Aburto.    
CONTACTOS PERDIDOS
En la actualidad, ha perdido toda comunicación tanto con los hijos de Alfonso Córdova Mendoza como con los de Miguel Alemán Velasco. De los primeros dice que al parecer cambiaron sus números telefónicos y a ella, enferma como está, le es muy difícil viajar a Cuernavaca a buscarlos.
Con los Alemán, recuerda que a “La Chata” en realidad la trató muy poco, pero que con el ex gobernador veracruzano sí departió, incluso recuerda que estuvo en su mesa “en la última reseñita de cine que hicieron en Acapulco”.
Revela que, misteriosamente, de su domicilio, ahí donde ya enferma Walton iba a visitarla y a comer con ella, desapareció su directorio telefónico, por lo que perdió esos y muchos contactos más.
“Yo a Alfonso lo quise mucho, a sus hijos, si no tienen que me den una parte, yo lo acepto. Yo lo que quiero es el cheque de la señora Alemán, porque lo siento como una herencia que me dejó el licenciado Alemán, en paz descanse, su papá de ella, yo quisiera que me lo diera porque quiero ayudar a la gente que necesita.
—Y lo necesita usted también...
—Pues sí, ahorita yo lo estoy sufriendo, pero gracias a Dios no me falta, porque me visitan algunos amigos; mi seguro (pensión en el IMSS) apenas me alcanza, tengo que pagar el teléfono, la luz, todo, ahorita no he pagado el agua, la tengo cortada porque quise abonar 500 pesos y no me los registraron, me dio coraje.
—¿Entonces cree que la señora Alemán ha de pensar que usted cobró ese millón de pesos?
—Sí, y yo no me he podido comunicar con ella. Supe que vino, pero como le digo, a ella muy poco la traté.
QUE TENGA VERGÜENZA
—¿Entonces usted nunca quiso proceder por la vía legal?
—¿Cómo voy a ir pues?, si no tengo las copias.
—Bueno, lo que podrían valerle serían, por ejemplo, el testimonio de los hijos del señor Alfonso, que ellos asumieran...
—Aquí están las pruebas, mira, aquí están los envíos, donde ellos reconocen, por un lado. Nada más que ahora ya cambiaron sus teléfonos y yo no puedo viajar, por los problemas que tengo.
—Y por el otro lado, quien daría fe del cheque del millón de pesos tendría que ser la propia señora Alemán.
—Pues sí, sería ella, pero le digo, yo no puedo viajar y ella está más lejos.
—¿Qué llamado le haría al presidente municipal, Luis Walton Aburto?
—Que tenga un poquito de vergüenza, porque yo no le debo a nadie; que me pague para siquiera darle a la gente que yo conozco, que no tiene para comer. Aquí viene un señor, le doy frijolitos con queso, con crema, a veces cecina que me traen, chorizo, porque no tiene para comer. Es gente que vive aquí también, cerca. No me iría yo, porque no puedo, pero sí mandaría a alguien a repartirle a la gente.
—¿Cree que Walton Aburto traiga ese cargo de conciencia?
—Pues sí porque, digo, de que él tenga el dinero, ¿qué no se llena de tanto? Digo, si tiene vergüenza, porque yo no me quedaría con nada que no fuera mío, porque así debe de ser el ser humano.
—¿Con él no ha tenido comunicación, no lo ha intentado buscar?
—Si, fui a verlo, porque me hablaron y fui a la oficina, y me regaló dos mil pesos, que por cierto no conocía el billete azulito, como el de a 20, y me dice te lo voy a cambiar, no lo vayas a confundir, llévate dos mil pesos. Después fui a verlo de nuevo, a la Presidencia (palacio municipal) yo quería arreglar bien las cosas; entonces me hablan, porque no me recibieron, y me dice el secretario (que ahora ya no está, está otro): ¿Usted es la señora Anita Ojeda?, dice el licenciado Walton, nuestro presidente municipal, que no la puede recibir porque está con el gobernador. Así es que puro engaño, y yo no me quiero morir sin haberle quitado algo, que es mío, porque yo no le tengo miedo a Walton.
—¿La ha amenazado?
—Yo no le tengo miedo, mi respeto para él, pero miedo yo no le tengo, si manda gente a que me maten y eso, no le tengo miedo porque para allá vamos todos.
Por si las dudas, advierte ya para concluir, ha escrito una carta, certificada ante notario, donde lo responsabiliza de lo que le pueda ocurrir a ella o a sus familiares. (http://www.libertadguerrero.net/)

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