lunes, 10 de agosto de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

TIXTLA 2015
Este 9 de agosto de 2015, Tixtla, la ciudad cuna de Vicente Ramón Guerrero Saldaña, de Ignacio Manuel Altamirano, de Antonia Nava de Catalán y de Margarito Damián Vargas, por citar sólo unos ejemplos, cambió su rostro y está en camino de cambiar su destino y parece que también el de México.

Con esos personajes nacidos en ese suelo y bajo ese cielo glorioso, el camino a seguir es el de la justicia. Justicia para Ayotzinapa, principalmente y justicia en todos los órdenes para los habitantes de esta patria nuestra que, como se repitió en pancartas y alaridos durante el evento de este domingo: ¡Ya estamos cansados de tanto abuso, de tanto robo, de tanta injusticia!  
Después de muchísimos años de celebrarse ceremonias oficiales en la histórica ciudad, en honor del General Vicente Ramón Guerrero Saldaña cada 9 de agosto con presencia de infinidad de encorbatados y con discursos vacíos que servían más para lisonjear al gobernante en turno que hablar y ponderar las hazañas del patricio Guerrero, este 9 de agosto de 2015, todo fue diferente.
Además de disfrutar de un cielo azul hermoso y acogedor, y la ciudad con un ambiente de frescura y tranquilidad, sobre todo en el centro de Tixtla donde están los parques y la estatua al héroe; en el mercado y en sus calles, ni los integrantes de la Policía Comunitaria, algunos de los cuales se cubrían el rostro con pasa-montañas y otros con paliacates, ni así, digo, nadie logró alterar esa paz que se advertía como el anticipo de armonía entre los tixtlecos y sus muchos visitantes.
Claro que ya un 9 de agosto no es como el de antes cuando iban de las escuelas de Acapulco y de Chilpancingo a desfilar, cuando de los Cursos de Verano de la universidad enviaban la pléyade de hermosas que entre julio y agosto poblaban Chilpancingo y acudían con su lindura a embellecer el desfile donde el profesor Arturito Cervantes Delgado pasaba dirigiendo una tabla rítmica y al rato iba vestido de bombero dirigiendo también esa agrupación y al rato lo veíamos con otro uniforme. No, ya no son estos tiempos… ¡Claro que no…!
Tixtla exhibió ahora un rostro diferente: El de la libertad ciudadana, el de la exigencia de justicia a favor de Ayotzinapa y de la familia de los 43 estudiantes desparecidos a fin de septiembre del año pasado.
Ahora se vio la presencia de una corporación de vigilancia comunitaria armada y que no es poca cosa. No observarlos más que a ellos y a nadie de alguna corporación policíaca oficial o del ejército, da que pensar. Por eso Tixtla presentó una fisonomía diferente a los visto en las ceremonias elogiosas a las que sólo José López Portillo asistió en calidad de presidente de México hace exactamente 33 años, pero entonces el estrado se puso en la cancha de básquet, casi frente a la puerta principal del palacio municipal y no se hizo donde siempre, al pie de la iglesia de san Martín.
Y sí. El domingo se vio desfilar a hombres y mujeres armados, y no con escopetas para matar güilotas, precisamente. Era la Policía Comunitaria, que –dicho sea de paso- no contarán con impresionante banda de guerra que sepa tocar con trompetas y tambores toda una suerte de “dianas” y demás chucherías, que por cierto, no sirven para nada. Pero fueron el atractivo principal del desfile y de la ceremonia.
Esos modestos uniformados con playeras de color verde camote y un escudo amarillo grillo, a manera de estrella, en el pecho, y una cachucha y calzado más desgastado que el de un cartero, de los de antes, porque ya no hay, ahí anduvieron haciendo los honores a don Vicente. No sabrán marchar coquetamente encajando en cada paso que den el tacón de la bota en el suelo, pero le hacen la lucha, y por si fuera poco, el pueblo, la gente los ve con buenos ojos y les aplaude. A los enmascarados más.
Ningún funcionario municipal, por ningún lado. Del gobierno, menos. No hubo templete. No hubo armazones o mallas metálicas de esas que hasta hace algunos 9 de agosto se colocaban para no dejar pasar a la gente a estarse cerca de donde sentaba a los funcionarios, no los fueran a violar. 
Tampoco hubo “guaruras” empistolados con caras de pocos amigos y viendo con desconfianza a los paisanos y con lujuria a las paisanas. No se vio corriendo a ningún lamesuelas de los funcionarios por ninguna parte. Fue tan libre el día que hasta los vendedores y vendedoras de globos, ajos de Atzacoaloya y cacahuates pudieron ofrecer su producto.
Las pinturas del ayuntamiento están ahí, intactas. Se podía entrar con toda libertad al recinto municipal para hacer el recorrido y deleitarse con la obra de arte del maestro Payán. La gente se sentaba donde quería en el zócalo en donde la autoridad municipal mandó colocar unas antiestéticas, feas y muy costosas barandas sobre los pretiles del jardín lo que impide que la gente pueda hacer uso de ellos a manera de banca. Escasean las ideas arquitectónicas en ese ayuntamiento.
Lo que sí dicen que abunda son las ideas para los festivales. Se comentaba que habrá próximamente un congreso lésbico en Tixtla con el objeto de actualizar a los y las interesados en los temas de matrimonio entre parejas del mismo sexo y esos detalles que ahora están muy de moda. Habrá que ver un congreso de esa naturaleza que dicen es posible se adhiera a la nueva administración municipal y hasta contará con el patrocinio de la que se va y más de la que está por arribar. Quién sabe por qué.
Donde la pasamos de poca fue en el desquite sabroso que nos dimos con el pozole. En Tixtla, ¿dónde hay pozole más sabroso que con la tía Chata, en el mercado, acompañado de delicioso mezcal de Apango y un amargo para chuparse los dedos con rebanadas de Lima que nos proporcionó la hermosa tía Chata? ¡Chicharrón, aguacate y huevo!
De peluche. Pero antes, las riquísimas memelitas de garbanzo, muy tradicionales lo mismo que el arroz con leche, que aunque ya no lo hacen como antes, hasta quemadito, sigue siendo el atolito más sabroso. De la estación de radio XEPI, ya nomás el cascarón del edificio quedó. La iglesia de san Martín, sola, sola, sola… Y los collares de esmeraldas y los aretes que don Vicente le regaló a la virgen de la Natividad, quién sabe dónde quedaron, lo mismo que la corona de oro de 5 kilos. Lo dicho: ¡Mi Patria es Primero!

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