lunes, 31 de agosto de 2015

COLUMNA

 Cosmos

Héctor Contreras Organista

Hay días…
Como el del 29 de agosto, en especial el de 2015, en que al abrir los ojos lo primero que se hace es dar gracias al Creador por despertar en un día cumpleaños, y más si la vida ya se ha prolongado…
Los ancianos –no todos- ya no hacen suma de años sino de nietos… 
Cuando se suman años y nietos nadie sabe si Pitágoras fue un genio o un loco. O las dos cosas.
Pero también entre los viejos se coleccionan anécdotas, como otros timbres y otros más se inclinan por la numismática.

El quehacer de la comunicación nos permite en su trayecto vivir una multitud de anécdotas, conocer mucha gente y a veces, entrevistarlos. 
En ocasiones los buscamos, en otras nos buscan… pero en otras, ¿qué? ¿La casualidad?... Veamos:
Desfilan por el quehacer periodístico, personajes famosos que oscilan entre la sabiduría de la bohemia y la anécdota monumental o el detalle histórico: Pintores, periodistas, escultores, artistas, cantantes, cronistas, poetas, compositores, profesores, médicos, historiadores, brujos, brujas, fantasmas, peluqueros, albañiles, peones, cocineras, meseros, choferes, prostitutas, primeras o segundas damas, operadores de maquinaria pesada, deportistas, curas viejos, guías de turistas, monjas, sacristanes, masones, socorristas, alpinistas, senadores, diputados y uno que otro viejo … tabernero.
Hace años, regresando solo de Pungarabato, de un reportaje hecho en Zirándaro, conduciendo un auto compacto a las seis de la mañana rumbo a Iguala, un campesino anciano estaba en cualquier punto de la carretera, no necesariamente en una parada de autobuses, y antes de llegar a Arcelia. 
¿Me lleva? ¡Súbase! Y plática, plática y plática. De la revolución, de Zapata, de la Bandera Nacional y poco a poco fue entrando al tema de la Biblia. La perorata se volvió en animada exposición de de detalles de la vida de Jesús, el Maestro de Galilea.
Como que se dulcificó el tono de voz de aquel campesino anciano pero domeñador del tema que exponía. Estábamos a punto de llegar a Teloloapan cuando me pidió: Hijo, aquí bájame por favor. Agradeció el haberlo transportado, tomó su morral, su gabán viejo y su sombrero raído y se bajó del auto.
Continué mi camino, y al mirar por el retrovisor para ver hacia dónde se dirigía el anciano no vi a nadie. Ni modo que haya corrido hacia los matorrales, lo hubiera alcanzado a ver.
Los consejos de ese buen hombre se me grabaron. Igual su sonrisa y su voz ronca pero agradable.
En este otro extremo, hacia el lado de Mochitlán y Quechultenango era parte de mi recorrido y en otra época de mi quehacer en la información. A bordo de otro auto también compacto, pasé por Tepechicotlán. Serían entre las once de la mañana y las doce
Circula uno frente a la puerta principal de la hacienda de Los Calvo y al fondo hay unas casas, afuera de ellas permanecía una piedra azul de regular tamaño donde la gente esperaba que llegara “la corrida” de los autobuses Río Azul.
Era ella una mujer joven, morena, de pelo negro y lacio que le caía a los hombros; traía consigo unos folders, llevaba una bolsa negra y se veía muy linda con su vestido rojo. ¿A dónde va? ¡A Mochi, me lleva? ¡Súbase!
Soy Educadora del Jardín de Niños pero voy por unos documentos a la casa y plática y plática, en un trayecto que no duró más de diez minutos. Si gusta la llevo a su casa. Bueno, está bien. Es por aquí. Hacia arriba, a la derecho. Allá, al fondo. Y llegamos. Agradeció, se bajó del auto: ¿Gusta pasar? ¿Un vasito con agua? ¡Bueno!
Observé que se le dificultó abrir la puerta. Pase, me dijo. Atravesó la sala con piso de tabique, y se metió a lo que supuse era la cocina y un patio. La casa despedía un olor como si por mucho tiempo hubiera estado cerrada. Había sillas antiguas de madera tejidas con palma de las que antes hacían en Chilapa y vi unas fotografías antiguas empotradas en unos marcos pequeños colgando muy distante uno del otro de la pared.
Pasaron como diez minutos cuando de pronto apareció aquella muchacha morena trayendo un vaso con agua fresca, sabrosa que tomé y le di las gracias, despidiéndome.
Al paso de los meses, un día platicando con unos buenos amigos de Mochitlán les pregunté qué familia vivía en esa casa. Me dijeron que nadie, que esa casa había permanecido cerrada por años.
Una gran amiga de juventud que toda su vida vivió ahí me dijo que esa casa fue de unos tíos suyos que habían fallecido y la casa jamás nadie la había abierto. Fui a la supervisión de los jardines de niños y describí a la educadora y mi amiga la supervisora me dijo que a nadie con esas características había tenido nunca bajo su responsabilidad, porque ella conocía muy bien a las educadoras de Tepechicotlán.
Este 29 de agosto de 2015, en el curso de la mañana platicaba con Giles, el director del Grupo Musical “Sismo” en “La Pérgola” cuando frente a nosotros apareció un joven alto, sonriente y me saludó por mi nombre y charla muy amena, que leía mis artículos y le gustaban; y no sé por qué en ese instante en forma automática lo relacioné con las anécdotas anteriores.
Agradezco de todo corazón, con toda la gratitud que Dios me ha regalado las felicitaciones, los saludos y los abrazos de mis queridos hijos, nietos y bisnieto Ferdi y de mis familiares en general. De cada una de las amigas y amigos su saludo y comentarios que tanto estimulan. El pastel y la comida. A César Alfredo su video con el fondo musical de “Niebla sobre el Riachuelo”. A todos mi corazón. Mi agradecimiento muy especial y con todo mi cariño por el “regalito” del 29 de agosto.

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