viernes, 11 de septiembre de 2015

ARTICULO

Jornadas luctuosas,
fortalecen el espíritu

César González Guerrero
Los fallecimientos, por diferentes motivos y muy variadas causas, producen sentimientos de duelo, tristeza, dolor y llanto en las familias y círculos de amistades de las diversas poblaciones del mundo, inclusive México. Nadie puede evitar este evento sorpresivo, que no solamente afecta la población sino que también influye en los estados de ánimo de la ciudadanía que, en varias ocasiones, llegan a causar traumas y enfermedades. Las pérdidas humanas, sin duda, no son deseables para nadie, y es algo inesperado que llega cuando menos se piensa y hay que estar preparado para ello. 

A la muerte de alguna persona, incluso algún animal, se presentan en los círculos humanos, expresiones de humildad, sufrimiento y pena, que duran días, semanas, meses y años; en ocasiones los daños son colaterales con costos económicos y morales que rebasan las condiciones socioeconómicas de los dolientes. El luto se presenta en el aspecto físico y moral.
En la Costa Chica, y tal vez en todos los pueblos de Guerrero y a nivel nacional y mundial, se observan circunstancias similares, homicidios, suicidios, desapariciones voluntarias y forzadas, muertes naturales y accidentales, etcétera, todo ello en el contexto de pueblos donde impera la miseria, la pobreza extrema, marginación y el abandono de la autoridades respectivas, tanto de Seguridad como de Salud, pero también en los pueblos desarrollados y con riquezas.
En las grandes ciudades estos acontecimientos pasan desapercibidos, debido a las multitudes poblacionales, pero en los lugares con menor densidad poblacional es costumbre escuchar, casi diariamente, en los altoparlantes del pueblo, y a cualquier hora del día o la noche, las noticias de fallecimientos; al menos en Copala, la clásica melodía de Dios Nunca Muere se ha convertido en la llamada de atención de la población, anunciando algún evento lamentable que va desde el aviso de algún fallecimiento, sepelio, “cabo de novena”, “cabo de año”, u otra actividad relacionada con ello. El simple hecho de escuchar el inicio de esta canción causa pena, sorpresa y duda, pero también interés por saber de qué se trata y un presentimiento trágico.
Con motivo de este tipo de eventos se realizan los populares velorios, misas, rezos, rosarios, en donde acuden numerosas familias y amistades del fallecido, algunos de la misma comunidad y otros más de ciudades y localidades cercanas, aunque a veces llegan de otras entidades federativas y del extranjero. De tal manera que, contradictoriamente y sin querer, el evento de dolor y tristeza se convierte en un acto de encuentros y reencuentros que causan alegría y felicidad al ver a familiares y amistades que no se saludaban desde hace muchos años. Así, en algo se mitiga la tristeza y se calman los síntomas del dolor de una tragedia.
Ya en el desarrollo de las actividades del acompañamiento, mucha gente, hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos, algunos con muchos años y dificultades físicas, otros con ciertas discapacidades, pero se hacen presentes para expresar de diferentes formas su solidaridad. Algunos solo con el saludo, la palabra y el abrazo, otros con un apoyo material y algunos más con el apoyo económico. Claro estamos tratando el tema de lo que acontece en los pueblos con menor desarrollo socioeconómico y territorial. En las medianas y grandes ciudades es otro asunto, es otra circunstancia que habrá espacio y tiempo de comentar. 
Para quienes por causa de fuerza mayor radicamos fuera de nuestro pueblo, resulta muy difícil aceptar este tipo de lamentables noticias, y después de asimilar la ingrata información, tratamos de manifestar nuestra solidaridad como se pueda, a través de llamadas telefónicas, mensajes, y cuando hay condiciones, asistiendo personalmente a expresar nuestras sentidas condolencias. Todo se hace a pesar de las distancias, de los tiempos y de las circunstancias. A veces a costa de las responsabilidades del trabajo y de las múltiples ocupaciones. Pero en otras ocasiones por más que uno quiere es totalmente imposible acudir al pueblo a  acompañar y saludar a los familiares y amigos. Es ahí en donde se apela a la comprensión de ellos. 
Finalmente, las innumerables jornadas  luctuosas por las que hemos transitado a lo largo de los años, principalmente en nuestras tierras sureñas, nos permiten valorar mucho más a nuestras familias y amistades, pero más aún la vida, y aunque sabemos que esa ruta la seguiremos todos, estamos muy dispuestos a luchar para mantenernos de pie y seguir adelante. Esas jornadas luctuosas fortalecen la fe y la esperanza para tener un día mejor. Animo a nuestros familiares y amistades, y a todos aquellos que han perdido a un ser querido. 

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