martes, 8 de septiembre de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

JOSE AGUSTIN RAMÍREZ, A 58 AÑOS DE SU MUERTE
(Primera Parte)
Consigna el destacado poeta guerrerense Juan García Jiménez autor de “Remigio”, entre otros poemas vernáculos, que el maestro José Agustín Ramírez murió el 12 de septiembre de 1957 en el callejón de Cañitas, de la ciudad de México.
Nos llamó la atención el dato y encontramos que dicho lugar se localiza en Popotla, colonia del Distrito Federal y de acuerdo a los antecedentes que se consignan en la crónica citadina, era un lugar de espantos y aparecidos. Se cuenta que, precisamente la calle de Cañitas, fue construida sobre el antiguo cementerio de monjes de Tacubaya.

Para llegar a ese lugar hay que tomar la Calzada México Tacuba en dirección a Insurgentes (saliendo desde Mariano Escobedo). 
En la calle de Instituto de Higiene, una antes del “Árbol de la Noche Triste” (Parroquia de Nuestra Señora del Pronto Socorro), se da vuelta a la derecha. Se sigue de frente hasta Felipe Carrillo Puerto, donde se da vuelta a la izquierda. 
En Cerrada de Kara se da vuelta a la izquierda y la primera calle a la derecha es Cerrada Cañitas, esa calle conduce directamente a Cañitas donde falleció el ilustre compositor guerrerense.
Cuando murió el compositor, al licenciado Juan Pablo Leyva y Córdoba, le tocó pronunciar la oración fúnebre en el panteón del puerto de Acapulco.    
Comenzó diciendo que a un acto que tiene doble significación generando un doble sentimiento “y es que Agustín Ramírez ha concluido su tránsito por el mundo pero inicia al mismo tiempo el viaje hacia el futuro interminable, con el mensaje imperecedero de su música.
“Con él muerto, recobramos la perennidad de su música, nos enriquece el manantial de su guitarra y su espíritu melodioso se esparce hasta fundirse con el audaz paisaje guerrerense que fue su cuna y ahora es su inmortal mausoleo”.
¿Qué hizo José Agustín Ramírez que no fuera cantar? Cantar su felicidad o su infortunio; recoger las pasiones sueltas de sus paisanos y enarbolarlas en una melodía viril y dulce, como la tuba que nace en el centro superior de las palmeras, al recoger de las ramas agresivas, el temblor de la luz del sol y la violencia contenida del mar.
Es cierto, José Agustín se parece a su tierra y en ella quedará fundido para siempre. Surgió de una zona exuberante, de naturaleza potente y húmeda, criado por vegetaciones que toman vigor en el lodo sexual del trópico. ¿Qué otra cosa, si no, es “Acapulqueña”, “Caleta”, “Ometepec”, “Atoyac” o “La Sanmarqueña”? Son exaltaciones del medio fecundo que lo forjó y le dio en belleza deslumbrante, la clave del canto”.
Ya su hermano poeta Isaac Palacios Martínez le había rendido su homenaje:
“Trino de corazón diseminado
Hacia todos los rumbos cardinales…
¡Guirnalda de canciones tropicales
prendida de un alféizar enlunado!
Caracol en que se oye asordinado 
rumor de leves ondas musicales:
¡el mar de acapulqueños madrigales
y en zafiros el Balsas desgranado!
Nombre de panorama en que Guerrero
se pinta, bailador y cancionero,
con la guitarra en que se borda un son
y los ágiles pies de una morena
a cuya danza, más que la “chilena”,
¡le está marcando ritmo al corazón!
“Agustín fue, en el desenvolvimiento de su límpida conducta de bohemio gentil y tristemente romántico, un viviente ejemplar de la hidalguía, donosura y transparencia en el diáfano vivir”, señaló en su artículo “Quiosco sin Serenata” don Juan García Jiménez.
Y de “El Rincón de la Anécdota” recordó que “contrajo matrimonio con una bella dama tamaulipeca que no supo corresponder moralmente a la belleza de alma del verdadero autor del vals ‘María Elena’.
Le traicionó y José Agustín Ramírez, lejos de infamarla, recurrió en la dolencia lírica al encendido homenaje para enaltecerla.
Más tarde, sangrando el corazón, contrajo nupcias con otras dos incomprensibles mujeres que jamás supieron entender al hombre nacido para el mensaje artístico…
Nació para el perdón y, sonrisa provinciana en los ojos húmedos de ternura, dio cátedra ambulante de sencillez y comprensión…
Héctor Galeana Serna, “El Gallo Costeño” cuando en los años 60 grabó para “Discos Continental Acapulco” lo que con orgullo decía “Mi Simón Blanco” (el autor fue don Simón Miranda Vázquez) refiriéndose al famoso corrido de la costa chica de Guerrero, recordó en la entrevista que le hicimos que el maestro Agustín Ramírez, después de una gira artística por el estado de Guerrero, acompañando a algún gobernador, llegó emocionado a su casa de Chilpancingo. 
En un camión le transportaron el piano llevando serenata a la que era su compañera. Ahí, decía Galeana Serna, le cantó “Al regresar a tus brazos” tema que había compuesto para ella en el trayecto de la gira: 
“Al regresar a tus brazos, después de una larga ausencia; mil campanitas de plata suenan dentro de mi pecho. Tus caricias son más dulces, tus besos son más ardientes, y es tu regazo un remanso en mi camino doliente. Hoy más que nunca te quiero, más que nunca hoy eres mía, y al regresar a tus brazos, qué más le pido a la vida. El peregrino ha llegado, dale amor, dale alegría, que al regresar a tus brazos, qué más le pido a la vida”.
Luego de cantársela, platicaba “El Gallo Costeño”, Agustín Ramírez entró a su casa y encontró a la mujer en brazos de un joven protegido suyo. 
El maestro Ramírez pidió que jamás se cantara esa canción, sin embargo Galeana Serna la grabó en el anverso del disco donde grabó del corrido de “Simón Blanco”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por leer La Crónica, Vespertino de Chilpancingo, Realice su comentario.