jueves, 15 de octubre de 2015

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

Rolando Catalán Tapia
El Profesor Rolando Catalán Tapia, es dueño de una trayectoria muy importante en cuanto a la Educación Física se refiere. Es la materia que ha impartido desde principios de los años 60 en lo que hoy es la popular Escuela Secundaria Federal “Doctor Raymundo Abarca Alarcón”, de Chilpancingo, que en sus inicios fue conocida solamente como “La Secundaria Diurna”, de donde han egresado una cantera extraordinaria de hoy brillantes profesionistas. 


Es posible que algunos, o tal vez muchos de quienes han sido sus alumnos, lo mismo que sus padres y aún algunos de sus compañeros maestros, desconozcan que el tranquilo Profesor de Educación Física “de la Raymundo” fue un excelente y exitoso boxeador en su juventud, y sobre todo, un montador de toros a quien Chilpancingo admiró por sus habilidades, su valentía, destreza y arrojo cuando durante la Feria de Chilpancingo se jugaba la vida montando toros en los corrales que se hacían en varios puntos del barrio de San Mateo.
Su trayectoria como montador se inició cuando era estudiante de la Escuela Primaria “Fray Bartolomé de las Casas” (Barrio de San Antonio) de donde, con otros alumnos, “se iban de pinta” hasta la Hacienda de Tepechicotlán, donde había magnífico ganado y la muchachada le montaba particularmente a las becerras (“porque reparan más bonito que los becerros”, dice el maestro). Terminando las travesuras todos se iban a bañar a un enorme estanque, de donde la familia Calvo, propietaria de la famosa hacienda, tomaba el vital líquido para la molienda de caña, actividad que fue muy famosa en la región, y para el regadío de las hermosas parcelas.
Ingresó como Promotor de Educación Física a la Escuela Primaria “Vicente Guerrero”, que en los años 60 dirigía el gran maestro don Javier Méndez Aponte. En la remembranza que el famoso paisano hizo al ser entrevistado sobre aquellos años, recordó a otro también gran montador chilpancingueño, Juan de Dios Estrada Castañón. “Para llegar a Tepechicotlán, nos íbamos corriendo. En la cintura nos amarrábamos una reata que llevábamos para becerrear. Nos sacábamos la camisa y nos íbamos de pinta. A las once de la mañana salíamos para allá. Yo jugaba mucho frontón con Donato Castañón Paredes (a quien de mal apodo le dicen ‘La Nalga’). Luego de becerrear, nos bañábamos en el tanque, después nos metíamos a la hacienda a comprar el melado de caña y caña”.
El profesor Rolando nació en 1937, el 6 de julio. “Mi Mamá, cuando me le indisciplinaba, hasta me metía al ‘bote’ (Barandilla de la Policía). Me decía: te vas dos o tres días al bote, para que te eduques”. No todo fue montar toros e irse de “de Pinta”. También trabajó de “Chalán” (ayudante) -1957-1958- en el Escuadrón 201, de la Fuerza Aérea Mexicana, cuando estaba en Cozumel, adonde llegó con el auxilio de un primo-hermano suyo. También trabajó en el Escuadrón 209, en Mérida. Recordó que los mejores ganados fueron de los Hermanos Vázquez; de la familia Célis y otros también famosos en Zumpango, Chichihualco y Tixtla.  
El último toro bravo que montó fue de Cocula. “Regalaban el toro y regalaban mil pesos al montador se le quedara. Yo me le quedé, pero no le quitaron la reata a los cachos, y por eso no me regalaron el toro; me regalaron los mil pesos. El que me apadrinó fue un gran amigo mío, Memije, que trabajaba aquí en el ayuntamiento. Me decía: No le montes, es mucho toro para ti, te va a matar. Y le dije: Ya traigo las espuelas puestas, ni modo que me raje, ahora le monto o le monto. Tú eres mi amigo, cuídame. Y no le quitaron la reata a los cachos. Se para el animal y, juégale y juégale y juégale. Parecía de lidia. Era un toro muy mañoso. 
“Todos pensaban que me iba a matar, no tan sólo a tumbar, pero tuve suerte, porque me logré chispar de él; corrí. Cuando quise agarrarme de las vigas, las manos las traía sueltas, y me agarran de las muñecas y me jalaron, y llega el toro y me da un hocicazo en las nalgas y me subió al ruedo, pero no me lastimó. A los ocho días volví a montar, porque me quedó eso de tenerle desconfianza al animal, ya no quería montar. Y bueno, dije, voy a volver a montar hasta quitarme el miedo de ese animal; le monté a otro y ya, no volví a montar. Eso debió haber sido como en 1970. Yo empecé a montar, a becerrear, desde que estaba en la Primaria, en 1949, 1950, 1951. Cuando empecé a montar fue en 1958, en 1959 y en 1961, cuando estaba trabajando en la Escuela Vicente Guerrero.
“Lo que me motivaba a montar era la alegría de todos los compañeros que me animaban y que me iban a apadrinar, a torear y a colear al toro. Y a mi, que me gustaba mucho la travesura, me metía a los toros, a montar, porque a torear no”.  
La gente veía con sorpresa cuando me le pasé al pescuezo al toro. Eso lo hice unas dos o tres veces, lo mismo que ‘El Paso de la muerte’, también lo hice unas dos o tres veces en el Lienzo del Charro y en el Corral de Toros, donde está ahora Teléfonos de México”.
-Cuando está el jinete sobre el toro, ¿qué tanto cuenta la gritería de la gente y la música del Chile Frito?
“Eso ni lo sientes, porque vas tan apegado a los cachos del toro, de cómo los mueve, porque hay que ir al ritmo de la cabeza para manejarte, para defenderte. No, qué vas a estar pensando en el Chile Frito. Los gritos de la gente ni los oyes”.
-¿Su Mamá lo vio montar?
“No, jamás. Mis hermanos yo creo que sí, porque se enojaban conmigo. Me decían: te va a matar un animal. Y les decía: No, no me va a matar, no me dejo, ¿por qué?”.
-¿Cuáles eran los premios que recibía?
“Un abrazo y hasta un beso de una dama que servía de Madrina, un pañuelo, un sombrero, y a veces me llegaban a dar dinero, porque me pedían que brindara el toro. Yo no quería, pero me daban el sombrero para que lo brindara. Pasábamos a la feria a echarnos la cervecita con la palomilla, a comer, y cuando eran las cuatro, ya estábamos allá, escogiendo el toro que le íbamos a montar. Yo siempre monté toros que no tuvieran jinete”.
Fueron padres don Ignacio Catalán Ruiz y doña Justina Tapia Romero. Sus hermanos, el mayor fue aquél gran futbolista Héctor Catalán Tapia, conocido y apreciado como “El Casarín” y Jorge, ya fallecidos. Lilia y José Eduardo.
Su abuelito materno, don Antonio Tapia, fue caballerango de Zapata con quien el profesor  Rolando y su papá iban al campo a traer leña y pastura. “Y me gustaba andar a caballo ahí, con ellos…”.

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