lunes, 4 de enero de 2016

PRIMERA PLANA

Despidieron a doña Rufina sus
familiares, amigos y conocidos


Tino Gatica/Colaboración Especial.-Como en una película, en donde la tragedia que se repitió en la familia Cantú Rendón, el domingo 3 de enero, cuando mucha gente no terminaba la resaca del Año Nuevo,  los periodistas Delfino y Antonio Cantú Rendón sufrieron la pérdida de su amorosa madre, Doña Rufina Rendón Coronel, quien abandonó este mundo de alegrías y tristezas para reunirse en el Más Allá con su amor perenne Don Agustín Cantú Guzmán.

 Todo el proceso de ese duelo lastimo y que sumerge en la melancolía a quienes forman parte de esa familia, se desarrolló en el número 23 de la calle “ Rubén Figueroa Figueroa” de la colonia “Francisco Figueroa Mata” y se le dio cristiana sepultura en el Panteón Central o Panteón Viejo.
Ese deceso conmocionó a media colonia, que hasta el momento llora esa pérdida física de la madre de ambos periodistas y sus familiares así como amistades. Lágrimas, lamentos y mensajes de acompañamiento, en sus hijos e hijas, con sus amistades, con gente que vive en otras colonias que la llegó a tratar y recibir una cálida palabra de bienvenida. En el rito del velatorio, ella pudo conjuntar a creyentes en la fe católica, así como pentescostés, que a su manera, demostrando su propio dolor le rindieron un homenaje, una despedida y le entonaron canciones de despedida. Su casa, de doble piso, material de concreto, a base de tabique y cemento, esperando una segunda mano, que delataba modestia fue el sitio para su velatorio, pasando, hablándole quedito cada uno de los integrantes de la vasta familia Cantú Rendón.
Doña Rufina Rendón Coronel, dejaba de existir a los 66 años de edad, siendo varias dolencias se le agudizaron y malignamente acortaron su existencia. Aunque se sabía que la señora Rufina Rendón padecía de diversos problemas de salud, que fueron atendidos oportunamente por su familia, pudieron estabilizarla en varias ocasiones, sin embargo y quizá con la melancolía que produce esta temporada pos navideña, en donde la nostalgia invade los corazones sensibles, ella dejó de existir, quizá, quizá, dejando todo a Dios, para poder reunirse con el amor de su vida, Don Agustín Guzmán.
Los exámenes médicos certificarían con precisión la causa, pero basada en su organismo, en su humanidad, en el corazón que no deja de ser un músculo o uno de los pulmones o el mismo cerebro que son órganos que nos permiten la existencia, aunque no podrían saber si esa nostalgia por la ausencia de su pareja fue el detonante para que ella se “abandonara” y falleciera. 
Flores, muchas flores y velas, cirios y cadenas de zempazúchil adornaban el ataúd de Doña Rufinita, aquella mujer que le ofreció la mano y el hombro a Don Agustín, que a los tres años la esperó para estar reunidos en la eternidad. En la despedida de las cuatro de la tarde del domingo 3 de enero y siendo sepultada una hora después la despedida fue igual de dolorosa que la que se observó en su hogar. Sobre todo en las niñas y pequeñitos, que saben que ya no tendrán su regazo para que les acaricie su cabeza, ni que les jale el pelo, en reprimenda o les dé una palmada para llamarles su atención por sus travesuras.
 Arreglado ese nichito en donde reposa un familiar cercano y quizá los restos mortales de Don Agustín, su mujer, con su féretro baja para reunirse con él en la Eternidad. En tanto que quienes asisten, tanto sus vástagos, tíos, cuñadas, primas, consuegros, piden una canción de duelo para ese momento. Y la canción que Juan Gabriel le compusiera a su señora madre, es reutilizada, con ese mismo sentimiento por los músicos, que apesadumbran a la concurrencia, que discretamente se despide de los dolientes. 
En su mensaje, quien heredó en su momento el bastón de mando como patriarca, Delfino Cantú Rendón agradece a quienes lo acompañaron físicamente en ese proceso doloroso, lo hizo desde las primeras horas de la madrugada del 2 de enero, en donde todavía se tiene la resaca de quienes tuvieron la fortuna de estar completos como familia. Finalmente, lánguidamente la concentración alrededor de ese nicho empezó a dispersarse, y las notas musicales se perdían en el viento, mientras que posiblemente Doña Rufinita era recibida y consolada por su esposo que en vida se llamó Agustín Cantú. 

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