viernes, 12 de febrero de 2016

COLUMNA

Cosmos

Héctor Contreras Organista

 Pioquinto Cisneros Ávila
-Comerciante-
 Ayer jueves 11 de febrero de 2016, rindió a tributo a la madre tierra un apreciado amigo, don Pioquinto Cisneros Ávila, quien, en el antiguo mercado “Nicolás Bravo”, ubicado en el centro de la ciudad, se hiciera famoso por haberle impuesto a su tienda de ropa un nombre singular: “El famoso treinta y uno”.
 Hace algún tiempo tuvimos la oportunidad de platicar con él acerca de su vida. A continuación, a manera de despedida, lo recordamos en este espacio.

 “El Famoso Treinta y Uno”
 “Un día me preguntó un amigo: 
-¿Por qué le pusiste a tu tienda El Famoso Treinta y Uno?
¡Por lo carero!, le respondí!
-¿Y por qué vendes caro?
¡Porque vendo clase!
…Todo estuvo bien, hasta que me robaron”.
 Así es como don Pioquinto Cisneros Ávila, un entusiasta y popular vendedor de ropa explica cómo inició su próspero negocio, el día 27 de octubre de 1957 en Chilpancingo, aprovechando que inicialmente las autoridades le permitieron colocar un pequeño puesto de ropa bajo el añoso ´Laurel de la India´, frondoso árbol plantado junto a la iglesia (hoy catedral) de la Asunción, en el cual se desempeñó por espacio de dos meses para luego pasar a ocupar un establecimiento en el mercado del centro de la ciudad donde adquirió dos locales, con los números 30 y 31.
 “La primera persona que me compró mercancía fue la señora Bertha Villalva, un corte de vestido de tres metros que se lo di en once pesos. Y fíjese usted –dice al reportero-, a pesar de no saber leer ni escribir, todos los días compraba yo mi periódico Excélsior, me costaba 10 centavos, se lo compraba al famoso voceador, El Chicharrín”. 
En la actualidad, don Pioquinto sigue en el negocio, pero ahora su local se ubica en la esquina que forman las calles de Leona Vicario y Amado Nervo. Abre muy temprano, barre y riega la parte de calle que le corresponde y su mercancía siempre está bien ordenada en los mostradores y exhibidores modestos que atiborran el negocio de “El Famoso Treinta y Uno”. 
La tarde que lo entrevistamos amablemente nos ofreció la cómoda silla en que él descansa, esperando la llegada de la clientela. Preferimos sentarnos sobre un cómodo cartón lleno de ropa y de ese modo pudimos escuchar una muy larga historia, la historia de su vida muy a modo para escribir una novela. 
Detalles y anécdotas de un hombre que desde la montaña de Oaxaca salió para después de mil vicisitudes llegar a ser el comerciante próspero, respetable y apreciado en que se convirtió, además de ser un padre ejemplar que supo brindar todo tipo de apoyos para que sus hijas se convirtieran en lo que son, excelentes profesionistas.
Don Pioquinto Cisneros Ávila nació el 28 de abril de 1927. Tuvo varios hermanos: Guadalupe, Florentino, Petra y Rubén, ya fallecidos. Son tres los que viven, Tomás, Bricia y él. Fueron sus padres don Tomás Cisneros Mirón y doña Sixta Ávila de Cisneros. Tomás nació el 17 de octubre de 1923 y Bricia el 13 de noviembre de 1925. Tomás estudió en el Colegio del Estado y llegó a ser enfermero, trabajando para la Cruz Roja de Chilpancingo, al lado del señor Santos Cabañas.
Nacieron en el poblado de Tlachichico, municipio de Zilacayoapan, Oaxaca, de donde salieron en 1936 para establecerse en Tlalixtaquilla, tierra del ex gobernador de Guerrero, profesor Caritino Maldonado Pérez. Su población corresponde al estado de Oaxaca, se encuentra tan sólo a 9 kilómetros del estado de Guerrero. En Tlalixtaquilla vivieron hasta el año de 1940, para luego trasladarse a vivir a la ciudad de Tlapa (“La Capital de la Montaña de Guerrero”).
Llegaron ahí porque su hermano Rubén era propietario de la tienda más grande que había en esa ciudad, vendía de todo, “hacía dos compras al año; él era mayorista. Las únicas dos compras que hacía fuera de Tlapa era porque el río crecía y no se podía salir con frecuencia”. Su hermano Rubén falleció a consecuencia de un lamentable accidente. Ya para entonces, Tomás, su hermano, era ayudante del doctor Eusebio Mendoza Ávila. Su hermano Rubén falleció precisamente el día que don Pioquinto cumplía años, en el año de 1948, cuando cumplía 21 años.
Surgieron algunos problemas familiares y el entonces joven Pioquinto optó por “desertar de la familia”, eso ocurrió en 1948, el 11 de noviembre. Encontró a un chofer que había llevado mercancía a Tlapa y con él hizo el viaje rumbo a la ciudad de Puebla. “Pero antes, al ir pasando por varios pueblos (Ixcateopan, Alpoyeca, San Pedro Tlalquezala, Tlaquiltepec y Huamuxtitlán) el chofer vio a varias personas con sus bultos de mercancía y echamos varios viajecitos. Al final me regaló cien pesos”.
Al llegar a Izúcar de Matamoros don Piquinto se quedó en ese lugar. Preguntó por el costo de un cuarto de hotel, “pero era carísimo, me pedían quince pesos, preferí quedarme a dormir en el zócalo, pero continuamente pasaba por ahí un policía, y me veía con desconfianza, tal vez pensaba que era un ratero, y por eso tuve que pagar el hotel. Por la mañana me fui a la Terminal pensando en subirme a un autobús para donde fuera. Me subí en uno que iba para Cuautla, Morelos.
“No bien salíamos de Matamoros cuando escuché que alguien dijo mi nombre, pero no voltee. Y otra vez me hablaban hasta que me di cuenta que era Bartolo Hernández. Me preguntó adónde iba y le platiqué mi situación. Me dijo que iba para Jojutla, que allá cuidaba una casa muy grande, propiedad de unos gringos y me invitó a irme con él”. En Jojutla encontró a otros paisanos, Cándido Salazar y su esposa, Paulita Vela quienes le preguntaron por su hermano Rubén, con quien eran compadres.
“Les dije que había fallecido y que yo iba en busca de trabajo. El era Sobrestante de una construcción y me ofreció trabajo de peón, con pico y pala. Después, sin saber leer y escribir me dio el trabajo de checador”. Don Pioquinto habría de tener en esa etapa de su vida una relación amorosa con una señora a la que no volvió a ver, tuvieron un hijo al que tampoco volvió a ver ni a tener noticias de ellos. Ingresó después como trabajador de una Campaña de Vacunación en el Pueblo de Guamuchitos, y es como llegó a Guerrero, habiendo sido su compañero de trabajo el ahora licenciado Eduardo Murueta Urrutia. 
En esas correrías de trabajo y de conocer –dice él- los cuarenta y ocho pueblos del municipio de Acapulco y los ciento y tantos de la región, hizo amistad con mucha gente y llegó el día en que en algún festejo había de cantar acompañado de la Orquesta “Los Chinos de Espinalillo”, acontecimiento que guarda como un grato recuerdo de sus momentos de felicidad. Contrajo nupcias el 17 de febrero de 1956, en Chilpancingo, con la señorita Silvina Alcaraz Santos, quien lamentablemente falleció el 15 de octubre de 1993.
De esa unión nacieron sus hijas Isabel del Carmen (7 de julio de 1957), quien estudió las carreras de Inglés y Turismo y de Teresita de Jesús (18 de junio de 1962) egresada de la Escuela de Derecho y Psicóloga. A la fecha don Pioquinto cuenta con la felicidad que le obsequian sus tres preciosos nietecitos. Don Pioquinto y don Tomás Cisneros Ávila, han sido un ejemplo de esfuerzo, de trabajo y de tenacidad en Chilpancingo que hoy, en el invierno de la vida disfrutan de  tranquilidad, rodeados de una descendencia muy querida y respetable.
Don Pioquinto, descanse en paz.

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