miércoles, 9 de marzo de 2016

COLUMNA

 Cosmos


LAS VOCES DEL VIENTO
 Las voces del viento, diabólicamente roncas y agresivas recorrieron la ciudad de Chilpancingo en la madrugada y la despertaron con alarma y espanto en las primeras horas del 9 de marzo de 2016.
Vecinos de algunas calles del centro asomaron por las ventanas de sus casas, otros abrieron las puertas con precaución y asomaron a observar qué estaba sucediendo en la calle de donde brotaban ruidos extraños, de alarma, como si estuvieran transitando por ella vehículos accionados por máquinas muy ruidosas.

En edificios públicos del centro de la ciudad se accionaron las alarmas, aquellas que hace años instalaron y que alertan cuando se aproxima un sismo. En otros, en las azoteas, láminas mal colocadas como techo crujían, aumentando espantosamente los ruidos que venían de todas partes. Los anuncios luminosos de casas comerciales y otros de espectáculos, amarrados a los postes, golpeaban como banderolas violentadas por el meteoro, aumentando los ruidos.
La fuerza del viento mostró su furia y dio a conocer su lenguaje produciendo temor entre el vecindario.
En los predios donde hay árboles, el espanto se hizo mayor porque sus ramas fueron forzadas a inclinarse, como rindiendo culto al dios Eolo.
La tarde y noche del día anterior llovió copiosamente, bañando la ciudad: “Febrero loco, marzo otro poco”. 
A las 3 más 10 minutos de la madrugada hubo un silencio que trajo misterio, como dicen que sucede en el ojo de un huracán. 
A las 3:40, media hora después, regresó el viento “corriendo sin destino por las calles y faldas de los cerros” (así lo predijo el poeta Manuel S. Leyva Martínez en “Canto Íntimo a Chilpancingo”), pero ahora acompañado de más lluvia. 
El viento renovado trajo chorros de agua que caían por las canaletas y marquesinas de casas y edificios. Hacía años no se dejaba sentir un chaparrón de esa magnitud por estos rumbos. Las calles, bañadas copiosamente, semejaban espejos lavados que reflejaban las luces de las luminarias de los postes. Casi ningún automóvil transitando, por ningún lado.
Las puertas de fierro y madera, portones y zaguanes seguían lanzando su tétrico lamento de golpearse por todos lados, forzadas por el viento. Sólo faltaba que los candados y pasadores saltaran de las armellas para  completar el drama que nos hizo volver a Dante. 
-Comedia, no. Noche de espanto sí, pero no comedia “divina”… y esperamos que no tragedia.
Los minutos incoloros de la madrugada seguían pasando lentamente también bajo la lluvia, mojándose. No así el viento que no cesaba, al contrario: Empujaba sus brazos y sus hombros con más fuerza, traía ganas de asustar a la gente… y de bañar a Chilpancingo. Eran ya las cuatro de la mañana, las cuatro y media  y los árboles seguían sometidos al doblez por el viento y su madre, la Madre Naturaleza.
La lluvia continuó, dejó sentir su bendición para irrigar la tierra en todo el valle chilpancingueño. En todo momento estuvo acompañada por el viento con su voz de espanto en chorros de agua. 
Nadie –de los que deberían imaginar y preocupar- pensó esta madrugada en las casas de cartón donde se guarece la pobreza… ¿Cómo estaría la lluvia, cómo el viento? ¿Algún auxilio?
Los católicos “de antes” (antes del siglo XX) decían que alguna vez al atardecer de un día del mes de marzo, el cielo de Chilpancingo, por el oriente, “se puso negro”. Nubes espantosas jamás vistas y un viento similar al de esta madrugada que anunciaba alguna calamidad sobre el pueblo que entonces tenía chozas con paredes de chinancli y techos de palma.
Los campesinos y sus familias se refugiaron en la iglesia de la Asunción, único sitio con paredes gruesas capaces de resistir la tremenda fuerza de la lluvia y del viento. 
Salió del curato vestido con sus hábitos de celebración de misas el sacerdote trayendo agua bendita. Frente a los feligreses y al pie de un árbol se arrodilló –“¡Quien no se arrodilla no crece, pariente!”- e hizo oración. 
Regó el agua con un hisopo entre la la gente. Los bendijo, y dicen que se hincó y que mordió la tierra… 
Después de eso, las nubes fueron desapareciendo y llovió. Pero no como ahora; entonces fue una brisa que en lugar de atormentar a Chilpancingo le obsequió la caricia de una Madre… La Madre Naturaleza que, como todas las madres, a veces también nos da un jalón de orejas para que analicemos qué estamos haciendo mal y por qué se producen este tipo de fenómenos. 

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