miércoles, 7 de septiembre de 2016

COLUMNA

Felices fiestas patrias


Apolinar Castrejón Marino
Estamos en el mes de septiembre, y nuestros corazones se inflaman de patriotismo, aunque nuestra idea de patria sea cada vez más indefinida.
Las banderas de todo tamaño adornan las fachadas de las casas, y el alumbrado público brilla de colores verde, blanco y rojo en las calles. Las plazas y jardines, también lucen adornos tricolores, como si se tratara de una fiesta. 

Lo que fue una gran guerra, con cientos de muertos, heridos y lisiados, ahora es una fiesta. Don Miguel Hidalgo, fue asesinado por sus enemigos “Los Gachupines” (españoles), después de ser humillado, maldecido y excomulgado. 
Lo mismo sucedió con los otros caudillos de la independencia, desde Ignacio López Rayón, Ignacio Allende, Mariano Abasolo, hasta Morelos y Guerrero. Y ahora, lo celebramos comiendo platillos típicos, tomando tequila, al grito de “¡Viva México!”
Y la bandera es el símbolo más significativo de nuestra “fiesta nacional”, porque es el emblema de una nueva nación, libre de cadenas, y de explotación. La bandera, sirve para identificarnos como hijos de una misma patria, con valores propios y aspiraciones guiadas por la ley. 
Creemos que bandera fue creada por quienes lucharon y ofrecieron su sangre por nuestra libertad, pero no. La bandera mexicana se debe a la inspiración de Agustín de Iturbide, quien hasta es mencionado en el himno nacional original, en la estrofa VII:
Si a la lid contra hueste enemiga,
nos convoca la trompa guerrera,
de Iturbide la sacra bandera,
mexicanos, valientes seguid.
Y a los fieles bridones les sirvan
las vencidas enseñas de alfombra;
los laureles del triunfo den sombra
a la frente del Bravo Adalid.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, fue un político y militar al servicio de la corona española, quien el 21 de julio de 1822 se hizo coronar como Agustín I, disponiendo que sus hijos recibieran tratamiento de príncipes, su padre Joaquín sería el príncipe de la Unión y su hermana María Nicolasa, princesa. 
Ordenó la creación de su moneda oficial del imperio y que la Casa Imperial debería contar con mayordomo mayor, caballerizo mayor, capitán de guardia, ayudantes del emperador, capellanes de S.M., teniente de capellanía mayor, capellán privado de la familia, confesores, predicadores, ayo de los príncipes, maestro de ceremonias, sumiller de palacio, gentiles hombres de cámara con ejercicio, mayordomos de semana, camarera mayor, dama primera y guardamayor, damas honorarias, camaristas, médico y cirujano de cámara de S.M., médico y un Consejo provisional de Estado.
Además, la familia imperial, contaría con maestro de los caballeros, pajes, maestro de los príncipes, pedagogos, ujieres de palacio, ayudas de cámara, peluqueros, guardarropas del emperador y la emperatriz, impresor de cámara e introductor de embajadores. 
Años antes, había engañado a Vicente Guerrero, con el cuento ese del Plan de Iguala. El 27 de septiembre era la fecha de su cumpleaños (nació en Valladolid, en 1783), para lo cual hizo una fiesta de disfraces, y al caudillo insurgente Vicente Guerrero, le hizo creer que era por la consumación de la independencia. 
El 27 de septiembre de 1821, al frente de 16 134 hombres, 7416 infantes, 7955 dragones y 763 artilleros con 68 cañones de diferentes calibres Iturbide entró a la Ciudad de México, montado en un caballo negro, y seguido de su Estado Mayor. Bajo un soberbio arco triunfal fue recibido por el alcalde José Ignacio Ormaechea, quien le entregó las llaves de la ciudad. Fue vitoreado con gritos de “¡Viva Iturbide!, ¡Viva el Ejército Trigarante!”, “¡Viva el emperador Iturbide!” ¿Y Guerrero?
Pero Iturbide tuvo la visión de otorgar a los colores un significado incluyente. Sus franjas estaban dispuestas en forma diagonal. En primer lugar aparecía el blanco que simbolizaba la pureza de la religión católica; al centro, se encontraba el verde que representaba la independencia, y al final el rojo, símbolo de unión entre mexicanos y españoles.  

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