martes, 1 de agosto de 2017

ARTÍCULO

El Rey Lopitos
Apolinar Castrejón Marino

Entre los personajes sobresalientes del estado de guerrero, se cuenta un anti héroe llamado Alberto López Rosas, a quien llamaban cariñosamente “Lopitos”. Era líder de los precaristas de Acapulco, para quienes pactaba beneficios con las autoridades de todos los niveles, con tal éxito que lo consideraban su rey, lo cual dio origen al sobrenombre  de “El Rey Lopitos”.
Era un hombre fuera de la ley, un extorsionador, pistolero y asesino, pero tolerado por las autoridades, porque le tenían miedo. Su fuerza radicaba en los cientos de acapulqueños que habían sido traídos de otros estados para colonizar lugares abandonados e insalubres de Acapulco.
Los beneficios para el gobierno eran, grandes masas de trabajadores que  se emplearan por bajos salarios, y grandes contingentes para ser utilizados como “acarreados” en los mítines. Pero como no tenían propiedades, se pusieron bajo la “protección” de Lopitos para que les consiguiera tierras donde hacer sus viviendas.
Era tanto el “poder” de Lopitos, que hizo que el mismo presidente
de la República, Gustavo Díaz Ordaz, acudiera a la colonia “La Laja” a escuchar los planteamientos de los colonos. Acostumbrado a exigir y amenazar a las autoridades, Lopitos se acercó a Díaz Ordaz, golpeó su escritorio y le gritó que “de ahí no saldría” si no se comprometía a concederles lo que pedían.
Con su mentalidad “rústica provinciana” Lopitos sabía que las calles bien trazadas que querían hacer en La Laja solo servirían para que la policía entrara rápidamente, y que las viviendas modernas, serían para encerrar a los colonos como gallinas.
Era el gobierno estatal del maestro Caritino Maldonado, sumido en una gran agitación social, y levantamientos de oposición a su gobierno: la masacre de la Coprera, y el activismo de Lucio Cabañas y Genaro Vázquez. La violencia, casi al nivel de hoy día.
El refrán popular dice que “El valiente vive, hasta que el cobarde quiere”, y esto se cumplió puntualmente el 4 de agosto de 1967: a las 4 de la madrugada, cuando la camioneta pick up, de Alfredo López Cisneros se desplazaba por la avenida Farallón.
Lopitos era un animal nocturno. Le gustaba admirar las “variedades” de desnudistas, y además en los centros nocturnos y bares, hacía sus negocios.
Esa noche había estado en el centro nocturno Jazz Bar, ubicado por Caleta, después se fue al Armand’s  Le Club para cenar, por la Base Naval.  No se dio cuenta que lo seguían agentes  “secretos”. Ya conocían su ruta, así que a lo largo de la costera, el farallón y la garita, había muchos matones esperándolo.
Lo acompañaban su mujer Leonora y su cuñada María Dolores, Rayo Barona, Joaquín Pérez Hernández, “el Vecino”, y Reynaldo Soto Aguilar, “el Chivero”. Al llegar a la glorieta de la Diana la camioneta maniobró hacia La Garita, cuando un vehículo le dio alcance, lo rebasó por el costado izquierdo, y sobre la marcha le dispararon varias ráfagas de ametralladora.
Todos murieron en el lugar, y al día siguiente, las autoridades dijeron que se había enredado con un grupo de guerrilleros, y que ellos lo habían matado. Todos sabían que no era cierto.
Lopitos tenía el privilegio de hacerse acompañar de varios hombres armados que cuidaban su seguridad. Así que no cualquiera podía atentar contra su vida. Para acochinarlo tuvieron que seleccionar a los mejores asesinos entre los agentes de gobernación, la policía judicial, y  la Defensa Nacional.
El primer seleccionado fue Urbano Luna Hernández, jefe de la Policía Judicial, quien le tenía “odio jarocho” porque el 6 de junio de 1958, durante el enfrentamiento entre Agentes de la Policía Judicial del Estado y lajeños, lo capturaron y lo amarraron a un árbol, para realizar sus negociaciones. Este episodio ofensivo era inolvidable para él.
Simón Baldéolivar Abarca, jefe de las Policías Preventiva y Judicial, Miguel Vélez y Chon fueron otros convocados a la carnicería. Y la justicia fue hecha.

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