viernes, 18 de agosto de 2017

NOTA

Premian al poeta tlapaneco
Hubert Malina en la PLIA2017
Javier Francisco Reyes.--El poeta en lengua me’phaa y originario de Tlapa de Comonfort, Hubert Malina (Malinaltepec, 1986) ganó el Premio de Literaturas Indígenas de América PLIA 2017.
La noticia la dio a conocer la secretaria de Cultura del gobierno federal María Cristina García Zepeda quien lo felicitó en su cuenta de Twitter.
El premio es coordinado por la Universidad de Guadalajara (UdeG), la Secretaría de Cultura federal, el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, la Secretaría de Educación Jalisco y la Secretaría de Cultura estatal.
El poeta tlapaneco o me’phaa Hubert Matiúwàa (1986), ha publicado con el seudónimo Hubert Malina, pertenece a la cultura Mè´phàà. Estudió la Licenciatura en Filosofía y Letras en la
Universidad Autónoma de Guerrero, Maestría en Estudios Latinoamericanos (UNAM). En 2008 obtuvo el 2do. lugar en el Concurso Literario y de Investigación “Juan de la Cabada” en la categoría de Poesía en Chilpancingo, Guerrero y 3er. lugar en 2009. En 2015 obtuvo el Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico de Guerrero. En 2016 obtuvo el “Primer Premio en Lenguas Originarias Centzontle” y participó en el VII Festival de Poesía Las Lenguas de América Carlos Montemayor. Es becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Es autor de varios libros, Xtámbaa/Piel de Tierra (2016), Mañuwìín/Cordel Torcido y Tsína rí nàyaxaa’/Cicatriz que te mira (próximos a publicarse 2017). Diversas revistas del país han publicado sus poemas.
Hubert Malina es un estudioso —cursó formalmente Filosofía, Letras y Estudios Latinoamericanos— que escribe desde la orilla y por necesidad; es joven, de ahí que su escritura sea fresca y contundente.
Es rival de sí mismo, amigo del insomnio y no busca ninguna metáfora, es decir, realmente intenta escribir. Esta honestidad se siente: su decir va más allá de lo superficial, escarba profundo y encuentra la corriente subterránea de su lengua me’phaa que, geográficamente, se encuentra en el adolorido estado de Guerrero.
En él hay encuentro de la escritura y la incertidumbre, la conciencia de la finitud y un largo proceso de instrospección; escribe desde el posnaufragio, ve la huella e intenta descifrarla a través del verso y la imagen. Pero, ¿cómo leer lo que ha sido mancillado por la ignorancia, lo que está hecho con materia del silencio o ha sido encasillado por la academia? Podemos decir mucho y buscar las aristas, podemos inventar sus posibilidades pero conociendo todo su trabajo y sus actividades concluimos que él es reflexivo y concentrado.
En su trabajo aparecen una y otra vez las palabras ‘memoria’ y ‘camino’; el andar y el hacer. No espera sentado a pedir un aventón en el camino depauperado, sino que es activo, espera porque hay algo que esperar, y este esperar es acumulación y silencio reunido. Estar sentado es la fusión del sentimiento y la razón. No es, pues, el decir falso de una palabra incrustada forzosamente entre los versos en castellano.
Algunos versos del poema Árbol: “[…] tu raíz de ombligo/ el pesar de mi vientre,/ en tu tallo el acento triste/ sombra de abuelos que mueve,/ el árbol de nuestra carne.” El árbol está vivo con nosotros, como nosotros; el árbol está triste con un aire que rarifica entre sus ramas; es ombligo y raíz como nuestra carne.
De repente salta el verso directo y angustiante en el poema Colibrí: “En gusanos de acero/ bajan/ los que vienen a mandar nuestra memoria,/ tienden su telaraña en la madre/ no respetan la palabra nuestra./ Como perros flemáticos/ envenenan la jícara del pueblo”.
No dice la palabra ‘modernidad’ pero la sugiere, no dice la palabra ‘neoliberalismo’  pero ve sus efectos, no escribe la palabra ‘invasión’ porque la advierte, no escribe la palabra ‘pobreza’ porque la siente.
Busca el resquicio de un decir que permanezca. En los versos finales, ¿qué es la jícara del pueblo? Pueblo es la comunidad, el espacio social de reproducción cultural, por eso le afecta que envenenen su agua, su tierra, sus palabras; la jícara es el árbol-sombra, es el sombrero-manantial, es filtro y el correr de la memoria, es el canto que baja incansable porque huye del desequilibrio y del envenenamiento. El pájaro de acero ya no es pájaro, es el gusano transgénico.

Su poema La palabra es un manifiesto y tal vez, una poética: “Pongamos la palabra para recoger el rostro,/ que el hueso escuche el gris de la piedra,/ sentar el aliento de la gran mazorca/ para hacer camino con los que vienen a nuestra carne,/ los del otro cerro, los de la lluvia, los de la noche amanecida”.
 Aquí menciona la importancia de lo oral, la importancia del acercamiento a la naturaleza; la palabra se respeta porque es “La palabra”, es el diálogo, es el escuchar y trabajar conjuntamente. La palabra es el medio en la cual socializamos, en la cual nos buscamos como origen, es voz y movimiento hacia el otro que regresa hacia el yo para formar el nosotros; es nuestro sentir milenario que retoma su etimología para buscar otra salida.
Algunas palabras del mismo poeta tlapaneco, región de la montaña de Guerrero, Hubert Malina que complementan lo que hemos mencionado: “¿Cómo entiende el me’phaa a su pueblo? Esto viene de la idea de entender el xabo (gente) —la carne que habla—, como colectividad, conocimiento, memoria. Para cada me’phaa, el hecho de formar una familia significa que está haciendo pueblo.
Transgredir a la familia significa transgredir al pueblo, porque en me’phaa el individuo es pueblo, ya que así nace, cuando una mujer está embarazada literalmente se dice que carga el pensamiento (já’ goo ede) y cuando está dando a luz se entiende que está haciendo pueblo (na’ni xuajen). En esta manera de enunciar la y el me’phaa nace pueblo.”
Para Hubert Malina no ve la obsesión del poeta o grupo cultural oportunista que desea reivindicarse o lamentarse públicamente después del estallamiento de los conflictos sociales y que, poco después, regresa a su lugar de comodidad acostumbrada; no es el poeta premiado que aprovecha la tribuna complaciente para fingir que hace algo por los demás aunque en realidad nunca ha hecho nada.
Hubert Malina ha visto, y por eso lo dice, ha hecho por su comunidad, y por eso no lo dice, y no guarda silencio por pensar que es políticamente correcto criticar la injusticia, la marginación social de siglos que ha provocado nuestra acción contra todas las culturas originarias de México y del mundo.

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