martes, 12 de septiembre de 2017

COLUMNA

COSMOS
Héctor CONTRERAS ORGANISTA
MESTRO JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ
Convocados por la rica herencia musical con la que dio rostro de amor y belleza a la geografía de nuestra tierra suriana, rendimos un muy merecido homenaje al más grande de nuestros artistas, el Compositor José Agustín Ramírez Altamirano.
El prodigio de su estro cubrió con delicada poesía y sublime encanto musical la época que le tocó vivir. La chilena no tenía rango antes de José Agustín; con él salió del anonimato y adquirió categoría lírica.
El había dicho: “... no hay morena que sea fea bajo el cielo de Acapulco” y el pueblo, con toda justicia, modificó sus palabras diciendo: “No hay guitarra sin Ramírez, bajo el cielo de Acapulco”,
como lo definiera desde el más hondo sentimiento de amistad y admiración otro de nuestros titanes de la cultura guerrerense, el inmortal bardo cuautepeco Rubén Mora Gutiérrez quien con humildad y modestia, unido a José Agustín en la misma querencia de su tierra, se definió siempre como su hermano menor.
José Agustín Ramírez nació hace cien años, el 11 de julio de 1903 en el puerto de Acapulco y murió, según lo describió el gran poeta costachiquense Juan García Jiménez, “en el callejón de Cañitas de la ciudad de México” el 12 de septiembre de 1957.
Su padre, don José Ramírez Pérez fue un cura católico nacido en Huamuxtitlán. Colgó los hábitos para casarse con Apolonia Altamirano Victoria.
Las crónicas de la época relatan que llegado a aquél viejo Acapulco de 1900, recién egresado del seminario de Chilapa para hacerse cargo del curato del puerto guerrerense, ante la constante presencia de una hermosa costeña en el coro de la iglesia, el cura José Ramírez descubre su falta de vocación para el sacerdocio. Se prende del amor de la bella dama tecpaneca de tez blanca, de rubios cabellos y ojos de cielo o mar, de carácter franco y abierto y todo lo abandona por ella y de ese romance nació José Agustín quien tuvo como hermanos a Alfonso, Augusto, Ramón, Concepción y Apolonia.
En alguna entrevista que el acucioso periodista Rafael Castrejón hizo en Acapulco a Conchita, hermana de Agustín Ramírez, recordó que a sus cinco años de edad nuestro ilustre paisano resolvía con facilidad las operaciones aritméticas básicas y localizaba las constelaciones en el firmamento. “Desde esa edad mi hermano sacaba las melodías de moda de ese tiempo en flautas de carrizo y violincitos de juguete”.
Su primera infancia lo destaca como un niño precoz, según narró don Alfonso Ramírez Altamirano, hermano del autor. “Su pasión por la música lo hace arrancar sencillas melodías a un violincito de manufactura indígena que su padre le regaló a la edad de 3 años, como premio por haber terminado el Silabario de San Miguel.
Alternó su aprendizaje del violín con sus balbuceos en la guitarra, en una magnífica Valenciana que le regaló su tío Marcelino Altamirano.
Papá Lino -así llamaba a éste- le enseñó las primeras pisadas y los primeros acompañamientos de antiguas canciones costeñas y españolas”.
En Técpan de Galeana, bajo la dirección del padre Vivanco, José Agustín Ramírez inició sus estudios de piano. Su maestro de solfeo fue don Juan Manzanares, y de piano, Vicente Cárdenas y don Aurelio Evaristo Ibarra.
Un día pidió permiso a su padre para aventurarse hacia la ciudad de México. Después de vencer las peripecias del camino llegó a lomo de bestia a Chilpancingo donde encontró el apoyo económico y la orientación del profesor Cresencio A. Miranda, quien le concedió una pensión de 35 pesos mensuales para que fuese a estudiar a la ciudad de México.
La Escuela Normal recibió en su seno a aquel joven que frisaba los 17 años, alto y delgado, de ojos grandes y bondadosos, accesible y cordial y de acento levemente costeño, según recuerda su hermano Alfonso.
José Agustín Ramírez se distinguió por sus aficiones artísticas (la música y las letras) y por su curiosidad científica que le valieron los primeros lugares en aprovechamiento y una beca más de 50 pesos y el mote cariñoso de “organillero” que le aplicaron por su inquebrantable empeño en tocar el órgano de la escuela, en aquél edificio en construcción que más tarde sería el de la Secretaría de Educación Pública.
Además de cumplir con sus actividades escolares, trabajaba como acompañante de educación física en el Club Deportivo Internacional, y los sábados y domingos como pianista de cine mudo en el Salón Teatro del Carmen, en San Ángel. Dirigía además una orquesta de baile que tocaba esporádicamente en el cabaret Victoria y en las fiestas familiares.
Cuando en 1924 se graduó en la Normal y en la Academia de Piano del maestro Sierra Magaña, marchó a San Luis Potosí como delegado de la Secretaría de Educación en Cultura Estética. De ahí pasó a Ciudad Victoria Tamaulipas para fundar la Escuela Tipo Federal.
Habiendo conquistado la estimación y el respeto de la sociedad de la capital tamaulipeca, le fue el ambiente propicio para escribir sus primeras obras poéticas y musicales: Presentimiento, un poema de profundo sentido filosófico, y Mujercita, una dulce y romántica canción de amor.
Por ese entonces se formó el grupo de los Trovadores Tamaulipecos, con Lorenzo Barcelata, Ernesto Cortazar, Planes, Caballero y Agustín Ramírez. Después de recorrer con éxito Cuba, las Antillas, América Central y parte de América del Sur, llegaron a Nueva York donde la fatalidad les privó de Planes y Caballero que perecieron en una volcadura de automóvil en New Jersey, cuando se dirigían al Consulado de México para asistir a una fiesta patriótica.
Luego de regresar a México, cuando Emilio Portes Gil escalaba el más alto nivel del poder y quien habría sido, junto con su esposa doña Carmelita García, padrino de bodas de José Agustín Ramírez al casarse con Eva María Castillo en la época que Portes Gil era gobernador de Tamaulipas, José Agustín Ramírez fue designado director General de Acción Social y Cultural Estética del Departamento Central.
Por medio de los Centros Culturales populares pudo llegar al corazón mismo de las masas obreras y campesinas de México y conducirlas en un movimiento colectivo dirigido a la elevación cultural y de comunicación artística.
Esa fue una época brillante, de producción musical para Agustín Ramírez. Surgieron entonces el Himno a la Madre, a Zapata, al Agrarista.
Llegó el tiempo de volver a Guerrero. El gobernador Adrián Castrejón lo invitó para que dirigiera la Escuela Normal y Preparatoria del Estado.
Ya aquí organizó el Quinteto de Cancioneros Guerrerenses, con Humberto Miranda, Guillermo Acevedo, Adolfo Vázquez, José Nava y Leonilo Calvo.
La antología de José Agustín Ramírez titulada “No hay guitarra sin Ramírez bajo el cielo de Acapulco” da a conocer 95 de sus canciones entre las que se incluyen cantos escolares, himnos a héroes y a políticos así como canciones románticas, muchas desconocidas, concluyendo en que son una docena de ellas las que le dieron fama: Linaloe, Himno a la Madre, La Callejera, Ometepec, El Toro Rabón, Camino de Chilpancingo, Atoyac, Acapulqueña, Por los Caminos del Sur, Mañanita Costeña, Caleta, La Vida se nos Va y Al regresar a tus brazos.
Se ha dicho que no todas las letras de las canciones que popularizó son suyas, se asegura que algunas son del poeta calentano Manuel M. Reynoso; otras del Príncipe del Soneto, Isaac Palacios Martínez y otras más del orador internacional Luciano Kubli, letras que al conjugarse con su música integraron poemas de gran expresión emotiva y de indiscutible belleza. Se dice también que entre su producción musical hay letras de Efrén Orozco. L. Meldín y A. Ramírez Moreno; León Osorio, aunque a la fecha nadie de los nombrados ha reclamado en ningún instante como letra suya alguna canción de José Agustín Ramírez.
Sí en cambio, doña Conchita Ramírez Altamirano confirmó al periodista Rafeel Castrejón que el vals María Elena fue creación del maestro José Agustín Ramírez y no de Lorenzo Barcelta. Desmintió que se la jugaran en un volado, como se dijo por mucho tiempo, “simplemente se la regaló”.
Explicó que su hermano escribía al momento, de repente llegaba la inspiración y escribía los guiones de sus melodías en un papel cualquiera, trazando pentragramas en hojas de cuaderno, cajetillas de cigarros o servilletas.
José Agustín Ramírez rescató “La Sanmarqueña” cuyo autor fue el sacerdote ayutleco Emilio Vázquez Jiménez quien a su vez la compusiera inspirado por el amor de doña Eleuteria Genchi. “La Callejera” fue otro rescate musical de José Agustín Ramírez pero mientras que esto lo asegura su hermana Conchita, el brillante escritor e investigador guerrerense don Herminio Chávez Guerrero, de Tepecoacuilco, narra en la biografía de José Agustín Ramírez la forma en cómo un artista de su estatura pudo convertir la tragedia de una mujer en canción y estamparla en el corazón y en la memoria del pueblo.
José Agustín Ramírez no tuvo hijos, no obstante haberse casado tres veces.
Fueron sus esposas: Eva María Castillo, a quien cariñosamente todo mundo le decía Maca
Su primer matrimonio fracasó. Después se casó por lo civil con Gloria Careaga, y finalmente con una señora viuda llamada Estela Roundge. 
Rica en todo cuanto pudo dar y compartir con sus semejantes fue la vida de José Agustín Ramírez. Sus canciones abrazan el amor de nuestro pueblo y lo describe con sentimiento único.
José Agustín Ramírez murió hace 60 años. Al conocerse la noticia, Guerrero se cubrió de luto. Juan García Jiménez describió su ausencia de la siguiente forma:
Era septiembre... azul...¡y te morías!...
¡Qué 13 de septiembre en desconsuelo!:
los Niños Héroes y la Patria en duelo
arropando tu muerte en armonías...

Los próceres, ayer... Tú, en estos días.
Héroe de la Canción, alma sin velo...
Llanto que lleva a la guitarra un cielo,
empapado en fragantes lejanías...
 
El dolor... el amor... ¡Todo lo hubiste
José Agustín Ramírez: canción triste
que en las noches de ensueños se dilata...;
al perderse tu voz en el camino
ya no hay novia en el kiosco pueblerino...
Guerrero se quedó sin serenata!

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