jueves, 26 de octubre de 2017

ARTÍCULO

Pobreza en Estados Unidos
Apolinar Castrejón Marino
¿Puede un solo hombre arruinar a un país? Fíjese que sí. Tomaremos el ejemplo de Herbert Hoover que fuera presidente de Estados Unidos, y que durante su gobierno se desplomó el sistema financiero tan estrepitosamente, que muchos ciudadanos norteamericanos perdieron sus ahorros, sus inversiones y su patrimonio. Y muchos prefirieron suicidarse antes de enfrentar su bancarrota.
Durante 8 años, la bolsa de valores venía entregando a los ciudadanos, grandes sumas de dinero como producto de intereses que generaban sus ahorros, que habían invertido en la bolsa de valores de Nueva York.
Era una temporada de bonanza, llamada los maravillosos años ′20s en que compraban automóviles, ropa elegante, y casas. Las tiendas vendían como nunca, regalos, comida, bebidas y adornos para el hogar.
Quienes aún no habían invertido, porque no tenían dinero o porque hacían
otras cosas con su dinero, se lamentaban de no recibir ganancias.
Así que en cuento pudieron, acudieron al banco o directamente a la bolsa de valores más cercana, a contratar una cuenta de inversiones. Era un espectáculo festivo, ver a tanta gente haciendo filas ante las ventanillas para entregar su dinero.
La gente que no tenía dinero, se detenía por curiosidad en las instituciones del dinero. Funcionarios bancarios salían a hablar con esos mirones para preguntarles, por qué no pasaban a depositar sus ahorros. La respuesta era que no tenían dinero.
Y por increíble que parezca, los banqueros les ofrecían dinero en préstamo, para que contrataran una cuenta. Una casa, un automóvil, ganado, obras de arte, joyas, y hasta artículos electrodomésticos, eran buenas garantías para que les dieran un préstamo.
A su vez, ese préstamo era entregado a la bolsa, y al poco tiempo, estaba rindiendo jugosos dividendos, que los ciudadanos cobraban en efectivo, y se dedicaban a gastarlos alegremente.
¿Cuál era la causa de esa riqueza? Pues que el presidente Woodrow Wilson había privatizado la reserva federal, y también que se había tomado la atribución de apartarse del patrón oro. Se compró una maquinita para hacer billetes, y la echó a andar.
Todo ese dinero, sin su correspondiente garantía en oro, alteró las leyes de la oferta y la demanda. Si la oferta subía, el presidente hacía más billetes para que los ciudadanos pudieran comprar todo lo que les ofrecían, y si la demanda subía, hacía lo mismo, más billetes para producir lo que los ciudadanos quisieran comprar.
Woodrow Wilson acabó su periodo presidencial el 4 de marzo de 1921, dejando el cargo a Herbert Hoover. El nuevo presidente se dio cuenta de inmediato del desorden financiero, pero prefirió no hacer nada, y por el contrario, se dejó llevar por la bonanza, aunque fuera falsa.
La ciudad de Nueva York era la mayor metrópolis, y en su distrito de Wall Street había gran agitación para sostener los altos niveles de flujo de dinero. Hasta que las ganancias financieras del mercado fueron hechas pedazos el 24 de octubre de 1929 llamado “Jueves Negro”, cuando el valor de las acciones en la Bolsa de Nueva York se desplomó, por falta de respaldo monetario
Bastó para que un cliente se presentara a retirar sus ganancias, y le dijeran que no había dinero, para surgiera la desconfianza. Pronto fueron docenas de ciudadanos las que se presentaron a cobrar su dinero. La respuesta fue igual: “No hay dinero”.
El terror se desató e inundaron las instituciones financieras para exigir su dinero, de intereses o de su capital. Las acciones de la bolsa cayeron al fondo: las que valían miles de dólares, ahora solo valían unos cuantos centavos.
Hipotecas de 2 mil dólares, ahora costaban 20 millones, y automóviles valuados en 2 mil dólares, ahora solo valían 2 dólares. Esto significaba la ruina total para miles y miles de ciudadanos. Mil trabajadores perdieron su empleo en un periodo de tres días.
Altos volúmenes de negociación, intercalados con breves periodos de aumento de precios, tomaron por sorpresa a los señores del dinero. 13 millones de títulos fueron puestos a la venta al precio más bajo, y ni así encontraron compradores.
Un matrimonio de viejecitos, al recibir la orden de desalojo de su casa, pidieron que los dejaran pasar ahí su última noche. Cerraron todas las ventanas y puertas, abrieron las llaves de gas de la estufa y se acostaron en la cama. Al día siguiente los encontraron abrazados y muertos.
Muchos ciudadanos empobrecidos, al perder sus casas vivían en sus automóviles. Luego los automóviles dejaron de funcionar porque no tenían gasolina, ni neumáticos. Y la gente vivía en esas chatarras.
En torno de las ciudades se formaron cinturones de miseria. La gente que una vez vivieron como ricos, ahora vivían hacinados en una tienda de plástico. Y se convirtieron en “pepenadores” y mendigos.
Otro día hablaremos del hombre que arruinó a México.

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