jueves, 30 de noviembre de 2017

ARTÍCULO

El Candidato
Apolinar Castrejón Marino
Los cuatro burros del apocalipsis terminaron su carrera. El que llegó a la meta es José Antonio Meade, un tecnócrata dócil y afable, trabajador, decente y poco pretencioso…con escasas convicciones políticas. 
“Rara Avis” de la política, que Peña Nieto supone, abrirá la posibilidad, para que muchos atarantados mexicanos, voten por el PRI sin avergonzarse o sentir remordimientos.
Según idea de su “destapador”, los oligarcas empresariales lo reconocerán como uno de ellos, y los inversionistas internacionales estarán seguros, que protegerá sus intereses. Y según tal optimismo, hasta las clases medias podrán decir: “No es un ladrón, y nos salvará de Andrés Manuel López Obrador”.
Espera que todos se engañen con su reputación de honestidad, con su
casa modesta, y con su discurso de que lo que tiene “…es producto de su trabajo”.
Pero a todos los que hoy se muestran complacidos con esa presunta honorabidad, se les olvida que José Antonio Meade es un pragmático y utilitarista. ¿Y eso es malo?
No cuenta con credencial, ni con militancia de priista, ni se le atribuyen escándalos en cargos de elección popular… porque no los ha tenido. Pero es un priista; habla como priista, camina como priista, y parece priista: pues es un priista. (Esta figura retórica es tomada del artículo Pato Priista de Denisse Dresser).
Durante un tiempo se disfrazó de panista, pero es priista; trabajó para gobiernos panistas y priistas, porque es un priista; y ha sido designado para ocupar “Los Pinos”; porque es un priista. Un priista agazapado.
Vicente Fox, lo introdujo a la “administración pública” como Director de la Banca de Ahorro en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y al poco tiempo le encargó el Banco Nacional de Crédito Rural (Banrural), que luego se convirtió en Financiera Rural (2006).
En el siguiente sexenio, Calderón lo colocó en la Secretaría de Hacienda, y ahí descubrió que era bueno para el maquillaje. Como jefe de la Oficina de Coordinación del Secretario, luego como subsecretario de Ingresos, demostró que tenía habilidad y pocos escrúpulos, para hacer malabares con las cifras.
Nadie como el para ocultar el endeudamiento, y disfrazar la fragilidad de las finanzas públicas. Hizo equipo con otros malandrines  como Felipe Duarte, subsecretario de Economía, y Manuel Minjares, subsecretario de Gobernación, para la aprobación de la Reforma Hacendaria de 2009.
Muy complacido con el trabajo sucio que venía haciendo, Calderón lo colocó como Secretario de Energía, y luego como Secretario de Hacienda y Crédito Público. Usted ya no se acuerda, pero nos asestó sendos gasolinazos. A la llegada de Enrique Peña Nieto, su versatilidad le permitió ocupar la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Y aunque no convenció a nadie en el exterior acerca de las ventajas de las transformaciones estructurales en materia fiscal energética, y de telecomunicaciones, Peña Nieto lo colocó como Secretario de Desarrollo Social, en donde fracasó rotundamente, porque el número de pobres creció en dos millones.
Siempre ha trabajado para el “sistema” o sea el PRI. Su profesionalismo, su “nacionalismo”, y su deseo de “servir al país”, es al “estilo priista”: hacer lo que su Presidente le pida. Lo que le pida.
Pero su mejor papel fue en la Secretaria de Hacienda, donde con pulcritud digna de mejor causa, se esmeró para ocultar del despilfarro del gasto corriente, y a encubrir la desviación de recursos multimillonarios con motivos políticos y electorales.
Nunca se refirió a las críticas de la calificadora Standard & Poor’s, que pintaban a México como un país de escasa solvencia económica. En cambio, se dedicó alegremente a maquillar cifras y datos, para que la gestión de Enrique Peña Nieto parezca “…el mejor sexenio”.
Y las cosas le han salido bien, el dictador priista le ha entregado la candidatura del PRI en agradecimiento a sus buenos oficios. Y ya ungido por el dedo divino, sin ningún recato declara que “México le debe mucho al PRI”.
Desde luego que tal apología incluye crisis y devaluaciones, saqueos sindicales, y ordeña de programas sociales. Y la economía ficción, según la cual: los mexicanos somos ricos, tenemos suficiente empleo, y gozamos de buenos servicios.
México le debe al PRI la creación de instituciones, pero instituciones que son engendros, que nacieron pervertidas, y tienen el objetivo inequívoco del enriquecimiento personal, y el manoseo del erario público. Una corrupción que se come 9 por ciento del PIB. Y una impunidad de 100 % para los “cuates”. Amen.

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