miércoles, 3 de enero de 2018

ARTÍCULO

Don Melquiades López
Edilberto Nava García
Tenía gracia al contar, al relatar, dicen quienes le conocieron. Vivió cuando por acá cundía el pinto, como dice el corrido, de varios colores. Así que él también tenía pinto. No había conflicto por envidias si casi todos o lo lucían o se quejaban del pinto. El caso es que nuestro mercado era Chilapa y un domingo cuando el sol tenía poco de haber asomado en el oriente,
allí en la esquina de la hoy escuela Eucaria Apresa, se sentó don Melquiades a esperar a un amigo con quien había viajado. El lugar estaba lleno de mercaderes, unos vendiendo y los más comprando.
Apareció uno de los empleados de la autoridad local cobrando el pisaje. Don Mel estaba sentado sobre su gabán debidamente doblado. El cobrador ya se pasaba, pero de pronto se lo quedó mirando. Luego cobró a otros dos, mas como vio que don Mel continuaba despreocupado, se regresó y le dijo:
-Bueno, ¿y qué usted no piensa pagar?
A lo que responde el aludido.
-¿Pagar? – preguntó don Melquiades.
-No se haga. Usted no quiere pagar.
-Pero porqué he de pagar, si yo no estoy vendiendo nada.
-No se quiera hacer el chistoso, que yo no soy tonto –refunfuñó el cobrador.
Don Mel continuaba sentado. Entonces, el cobrador se le acercó y le mostró el tamo a sus pies.
-Es claro que usted vendió maíz y se niega pagar.
-No joven. Ese tamo cayó de mis orejas. Mire -y con ambas manos sacudió sendas orejas- y, efectivamente, se le desprendió buen tamo a causa de su pinto.
El cobrador del ayuntamiento, ante la evidencia, se retiró apenado.
El caso es que don Melquiades relataba con gracia aquel suceso.

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